Vidal Balielo Jr.
El primer nacimiento por útero trasplantado en España vuelve a sacudir el debate sobre la industria de la fertilidad construida en torno al deseo de ser madre.
Una de cada 5.000 mujeres nace sin útero debido al síndrome de Rokitansky. La infertilidad que esto provoca es una fuente de sufrimiento para quien aspira a la maternidad y sabe que, biológicamente, para ella no es posible.
Este era el caso de Tamara Franco, la mujer que ha sido noticia tras protagonizar un parto de éxito en España después de un trasplante de útero. Franco recibió el órgano de su hermana, que aseguró que ya no quería volver a ser madre.
La operación fue llevada a cabo en el Hospital Clínic de Barcelona, que la presentó como una hazaña médica pionera en España. Y sin duda lo es. Pero el hito también ha azuzado un debate sobre cómo de lejos se puede llegar en nombre del progreso, qué justifica el derecho a ser madre y cuáles son los límites de la ciencia. La discusión toca un tema espinoso en un momento en el que la industria de la reproducción asistida está en el punto de mira al enfrentarse a una gran cuestión: ¿ayuda a las mujeres o explota el deseo de tener hijos?
En total ha habido ya en el mundo unos 50 nacimientos de bebés gracias a esta intervención (casi siempre en el marco de estudios experimentales), y cada vez se ve más claro que, detrás de lo que parece un feliz acontecimiento médico, se esconden muchos interrogantes para los que no hay respuesta fácil.
Riesgos para las tres partes implicadas
Una de las principales críticas señala la complejidad de todo el proceso y el riesgo para las tres partes implicadas: donante, paciente trasplantada y bebé.
En primer lugar, la extracción del útero puede durar, como en este caso, unas once horas y la implantación, otras cuatro. Durante la intervención se pone en peligro la vascularización de órganos importantes, además de la inmunosupresión a la que se somete luego a la paciente y el peligro de que el trasplante sea fallido.
¿Es ético asumir el riesgo que supone el proceso para las tres partes implicadas cuándo no se trata de un órgano vital? Es una de las grandes preguntas que se plantea
En caso de que el embarazo llegue a término, suele tener más complicaciones tanto para la madre –por ejemplo, la preeclampsia– como para el bebé. De hecho, el niño nacido en Barcelona vino al mundo de forma prematura por una cesárea en la semana 30 de gestación.
Por último, el trasplante es temporal. Para evitar que la paciente pase el resto de su vida con un tratamiento inmunosupresor, el útero se le vuelve a extirpar una vez haya tenido uno o dos hijos.
Razones en contra
Todas estas cuestiones han motivado que la intervención en el Hospital Clínic haya salido adelante sin tener la aprobación de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT). Para la ONT, había varios factores que inclinaban la balanza ética hacia la decisión de no dar luz verde al procedimiento.
En primer lugar, el perjuicio de someter a dos mujeres sanas a una intervención quirúrgica de riesgo cuando no se trata de un órgano vital, era superior a los beneficios obtenidos en caso de éxito. Ya en 2018, la directora de la ONT, Beatriz Domínguez Gil, manifestaba así su postura sobre el tema en declaraciones a El País: “Los riesgos que asume la madre y el impacto en el feto no compensan el objetivo final de concebir un bebé, y además existen alternativas viables, como la adopción”.
Comparación con los vientres de alquiler, congelación de embriones, posibilidad para personas trans… Para los críticos, son muchas las preguntas que quedan abiertas
Asimismo, para la ONT, el hecho de que la donante estuviera viva y todavía en edad fértil, aumentaba la complejidad ética de la intervención, puesto que existe la posibilidad de recurrir a una donante haya fallecido, lo que evitaría anular la capacidad de ser madre de otra persona.
Por último, el embarazo implica la fecundación in vitro de varios óvulos y esos embriones son luego congelados. Un proceso que merece sus propios reparos éticos y que ha vuelto al tablero de discusión después de que algunas investigaciones se pregunten por el destino de esos embriones que nunca se llegan a utilizar.
De fondo late el eterno debate que contrapone ética con técnica: ¿se debe llevar a cabo todo lo que es técnicamente factible?
En su momento, la UNESCO ya resolvió esta cuestión cuando se trata de los trasplantes de útero y contestó que no en su informe de 2019, debido a que el riesgo para las personas implicadas no compensaba el posible beneficio.
Avivando el fuego de la gestación subrogada
No falta quien ve un paralelismo con los vientres de alquiler. Tanto a un lado del debate como al otro. En ambos, se señala la incoherencia de que una mujer no pueda gestar el bebé de otra persona, pero sí pueda donar su útero.
Los partidarios de la gestación subrogada celebran el hito médico como otra manera de subsanar la infertilidad, pero lamentan que no se permita su opción, porque no ven diferencia entre que una mujer ofrezca su cuerpo para gestar y que done su útero.
Precisamente porque tampoco ven la diferencia, los críticos de ambos procesos consideran que las dos posibilidades son una forma de explotación de la capacidad reproductiva de la mujer. “Estamos ante la fragmentación biotecnológica y experimental de la capacidad reproductiva de las mujeres para someterla al mercado de la reproducción asistida, convirtiéndonos a las mujeres en fuente de piezas desechables para satisfacer los deseos reproductivos de otras personas”, denunciaba una organización feminista de Cataluña.
“Esta práctica conlleva una cosificación de la mujer, tanto de la receptora como de la donante”, señala también el Observatorio de Bioética del Instituto de Ciencias de la Vida de la Universidad Católica de Valencia.
Una puerta que se abre para las mujeres transexuales…o incluso los hombres
Con esta intervención, se abre “la posibilidad de utilizar este tipo de trasplantes para mujeres transgénero e incluso para hombres, lo que sin duda añadiría nuevas dificultades éticas”, señala el informe del Observatorio de Bioética.
“Otro tema que puede afectar de forma muy importante a nuestra sociedad es la posibilidad de que un hombre que recibe un útero se pueda quedar embarazado”, reconocía también en 2020 el propio doctor Carmona, que ha llevado a cabo la intervención en el Hospital Clínic, cuando informó de que el trasplante se había realizado con éxito.
Podría parecer un escenario de ciencia ficción, pero no está tan lejos. Wellington Andraus, coordinador de trasplantes del Hospital Clínico de São Paulo, que consiguió el primer nacimiento tras un trasplante de donante fallecida, ya avanzaba a El Español las posibilidades en este ámbito: “Si se implanta el útero y se da un tratamiento hormonal al paciente, va a poder gestar. Desde el punto de vista anatómico, hormonal y médico, es posible: va a ser un debate ético que todavía no ha sido abordado, pero la posibilidad está ahí”.
De fondo, dos grandes cuestiones: ¿Es ético todo lo que es técnicamente factible? ¿Es el deseo de ser padre un derecho?
En 2022, una cirujana de la India aseguró estar preparando la primera cirugía de este tipo para una mujer transgénero. “Toda mujer transexual quiere ser lo más femenina posible y eso incluye ser madre. La forma de conseguirlo es con un trasplante de útero, igual que un trasplante de riñón o cualquier otro”, asegura la doctora Narendra Kaushik.
Esto sería echar más leña al fuego de la polémica de la transexualidad, la manipulación de la biología y del cuerpo al servicio de una identidad sentida y de la mutilación del cuerpo de mujeres cis para realizar los deseos de mujeres trans.
El deseo, ¿un derecho?
De fondo, el interrogante latente en todo este asunto es quizá de corte más filosófico. ¿Todo lo que deseamos debe ser, automáticamente, sujeto de derechos? ¿Es la mera voluntad de un sujeto condición suficiente para realizar procesos irreversibles y que implican un alto riesgo y un alto nivel de medicalización del cuerpo?
La industria de la fertilidad construida en torno al anhelo de la maternidad y la paternidad es un buen ejemplo de cómo la técnica puede avanzar, pero no siempre es sinónimo de progreso si no consigue resolver preguntas que son fundamentales para dar un sentido a la existencia humana.
2 Comentarios
Gracias por aclarar el aspecto ético de algo que aparentemente puede presentarsd como in progreso
Era necesaria esta aclaración tras lo que se ha presentado como gran avance médico