Durante tres años, el periodista italiano Pablo Trincia (en la foto) investigó sobre una truculenta trama de pederastia que sucedió en dos localidades de la Baja Módena en el año 1997 y que terminó con 16 niños apartados de sus familias. Fruto de esta investigación, publicó un famosísimo podcast en La Repubblica y un libro absolutamente demoledor –Veneno– que acaba de traducirse al castellano y en el que demuestra que las condenas a los padres se apoyaron en falsos recuerdos inducidos a los niños.
No todos los días se tiene la suerte de poder hablar con calma –nada de las prisas propias de quien promociona un libro o una película– con un periodista de raza, alguien que se toma en serio su profesión y la dimensión ética que puede tener una buena información.
Hablo con Pablo Trincia por videollamada –habla un perfecto y musical spagnolo– después de haberme bebido literalmente las 300 páginas de Veneno, un libro que recoge su exhaustiva investigación sobre los llamados “crímenes de Módena”. En los años 90, en dos pueblos diferentes de Italia, 16 niños fueron separados de sus familias y entregados a padres de acogida después de acusar a sus padres biológicos de abusos sexuales y torturas en ritos satánicos. Padres, abuelos, algunos profesores y un sacerdote –Giorgio Govoni, acusado de liderar la secta– fueron imputados, condenados… y después absueltos. Porque nunca se llegaron a conseguir pruebas. Ni se encontraron los cadáveres que los niños confesaban haber enterrado, ni las barras de hierro con las que habían sido violados, ni nadie había visto los macabros rituales en el cementerio que tenían lugar –según los niños– a plena luz del día, cuando salían del colegio…
La absolución llegó. Pero para algunos era demasiado tarde. Una de las madres –que sufría una severa depresión– se arrojó al vacío desde un quinto piso cuando se llevaron a su hija, no sin antes dejar una nota en la que defendía su inocencia. Govoni sufrió un infarto al poco de empezar el juicio y otro de los padres falleció en la cárcel antes de conocer su sentencia de absolución. En realidad, para todos era tarde, porque veinte años después, sigue habiendo familias separadas y madres que han mantenido su teléfono fijo y no han cambiado de casa esperando una llamada de sus hijos…, que ahora ya son padres.
Hoy, el llamado testigo cero, el niño que con su testimonio había desencadenado el infierno –como subtitula Trincia– afirma, a sus treinta años, y después de atravesar serios problemas mentales, que lo que contó nunca ocurrió. Es lo mismo que concluye Marta, la niña cuya madre se suicidó y a la que hicieron creer que su madre lo hizo para evitar la cárcel. Hablan de sugestiones, de falsos recuerdos. Otros niños coinciden y cuentan interrogatorios dirigidos; hablan de amenazas soterradas, de miedo, de premios por acusar y rechazo cuando negaban algunas de las sugerencias de los psicólogos. Otros, sin embargo, siguen convencidos de que fueron abusados y de que mataron a otros instigados por los adultos. A pesar de las absoluciones, la mayoría de los niños no ha querido volver a reunirse con sus familias biológicas.
Trincia me cuenta que llegó a esta historia buscando algún tema para un podcast. “No me interesa excesivamente la crónica negra, excepto cuando ya ha pasado tiempo, cuando la gente quiere hablar y cuando puedes contar la historia completa, con una perspectiva de 360º. Antes, en el momento que ocurren los casos, tengo la experiencia de que lo que estás leyendo, lo que se está contando, en un 50% no es correcto”.
Explica también que aborda este caso después de darse cuenta, cubriendo la crisis del ébola, de que se estaba deshumanizando: “Grabamos las imágenes de un abuelo que enterraba a su nieto. Quedó muy bien. Le hice un gesto al cámara y le dije satisfecho: ‘Vámonos a comer’ y, en ese momento, pensé: ‘¿Qué estoy haciendo?’”. Y decidió imprimir un giro a su carrera.
“No había pruebas, sólo el testimonio de los niños, que un día decían una cosa y otro día otra; cosas que no son verdad, porque no hay gente que vuele por los cementerios”
Por eso no es extraño que se sintiera “tocado” por estos crímenes de la Baja Módena. “Cuando hablé con Lorena Covezzi, que había sido acusada de haber abusado sexualmente de sus hijos y absuelta 16 años después y me dijo que había tantas familias implicadas, pensé: ‘Esto no es un true crime habitual. ¿Niños acusando a sus padres?’ En ese momento yo tenía dos niños de cuatro y dos años y pensaba: ¿Cómo te pueden acusar las personas que más te quieren en el mundo y cómo te van acusar de algo que no has hecho y, sin embargo, están convencidos de que han ocurrido?”.
Trincia me habla de obsesión: “Investigar el caso me llevó tres años enteros de trabajo porque tenía que encontrar a los niños y a las familias y hablar con ellos, y tenía que revisar el material y había miles de folios del juicio y cientos de grabaciones de los interrogatorios. Fueron años en los que no podía pensar en otra cosa. Me acostaba pensando en el caso y me levantaba con lo mismo”.
— Cuando empiezas a investigar, ¿en qué estado estaban los acusados? ¿Habían terminado sus condenas?
— Sí, sí. Cuando empiezo a investigar, ya han cumplido todos sus condenas, pero te encontrabas con una situación muy extraña. Algunos padres habían sido encarcelados, otros absueltos… A veces, en un mismo matrimonio, uno estaba condenado y otro no, pero todos sin pruebas. Y con una falta llamativa de lógica. No había pruebas, sólo el testimonio de los niños, que además, un día decían una cosa y otro día otra. Y dicen cosas que no son verdad, porque no hay gente que vuele por los cementerios. Pero junto con estas cosas, dicen otras verosímiles, que quizás no han ocurrido, pero que se admiten como verdades.
— Pronto conectas este caso con el de una serie de ritos satánicos que habían sucedido en Estados Unidos en los años 80…
— Sí, cuando empecé a indagar, uno de los abogados de las familias me habló del caso McMartin. Los dueños de una guardería en California fueron acusados de haber abusado de más de 300 niños y de haber realizado sacrificios humanos. Después de seis años, todos los cargos fueron retirados, pero la realidad es que este caso sembró una especie de locura colectiva sobre los abusos y el satanismo en algunas guarderías de Estados Unidos. Leyendo los casos encontré efectivamente muchos puntos de unión.
Entre psicólogos muy ideologizados y asociaciones muy crédulas
— El tema fundamental de tu investigación es el de los falsos recuerdos, la memoria inducida que explicaría, en un caso y en otro, las acusaciones de los niños.
— Sí… Es un tema de investigación relativamente reciente, del que hablan los profesionales y académicos que estudian la memoria y gente en las universidades, en los tribunales… pero que apenas sale en los periódicos y, por eso, no son muy conocidos, no son casos famosos. Pero esos estudios están, y abordan especialmente el caso de los niños que son más susceptibles a estos falsos recuerdos.
“Al leer los papeles o revisar los juicios, me decía: ‘¿Cómo es posible que gente preparada crea cosas que cualquier campesino de Módena no cree?’”
— ¿Eres consciente de que, para muchas personas, hablar de falsos recuerdos en los casos de abusos a menores puede entenderse como un pasaporte para la pedofilia? Es un terreno pantanoso… ¿No tienes miedo de que te acusen de blanquear este crimen?
— Sí, soy consciente de que es una historia radioactiva, pero no, no tengo miedo porque la investigación está ahí y la escritura nos protege. Y yo no voy a dejar de escribir que hay pedófilos, y que la pedofilia es terrible y que hay combatirla. Y lo escribiré tres veces, cuatro, las que haga falta… pero yo estoy tranquilo porque hay hechos, hay papeles, y hay sentencias, y hay personas absueltas y hay doctores que dicen que no les ha pasado nada a los niños.
— Sí, pero sabemos que en los casos de abusos –especialmente a menores– es muy difícil que haya pruebas y, al final, es la palabra de los niños frente a la de los adultos.
— Es difícil, porque todos sabemos que hay formas de abusar de un niño que no dejan huellas…, pero, en este caso, los niños hablaban de unas torturas y unos abusos salvajes, de violaciones con ramas de árboles y barras de hierro. Y, aunque la primera ginecóloga confirma los abusos, después, cuando otros expertos examinan el caso y ven las fotos, dicen que no hay nada. Y hablan de que les han inyectado sangre de gato y, sin embargo, no han ido al hospital ni están muertos. Es difícil encontrar pruebas, pero tú escuchas lo que dicen los niños y ves que cambian continuamente los detalles y que hay cosas que no cuadran, que es muy difícil que, en un pequeño pueblo, vaya una comitiva de niños al cementerio para hacer rituales satánicos después de terminar las clases, a plena luz del día, y nadie en el pueblo los haya visto. O que hayan decapitado niños y no encuentres ningún cadáver, o que hayan descuartizado animales y no haya restos de sangre.
Y frente a las acusaciones de los niños, hay expertos que dicen lo contrario, y hay una lógica y hay un sentido común. Y entonces investigas y ves que hay casos similares en otros países, y encuentras psicólogos muy ideologizados y asociaciones que creen en teorías conspiratorias y afirman que hay sectas satánicas escondidas en cada pueblo, o que manejan datos increíbles de abusos de menores y afirman que, de cada cinco niños, tres son abusados. Y piensas: ¿de dónde salen estas estadísticas?
— En el libro hablas mucho del papel de los psicólogos que intervinieron en el caso, de esos larguísimos y extenuantes interrogatorios que precedían a las confesiones de los niños, de ese poner en sus bocas palabras que nunca habían dicho, o nombres de personas… y aportas también datos de las grandes cantidades de dinero público que fueron destinadas a estos psicólogos y a las terapias que hacían con los niños.
— Sí, pero pienso que la primera motivación no es económica. Nadie se dedica a una labor social para ganar dinero. La primera motivación, como te he dicho, es ideológica, pero a nadie le amarga un dulce y nadie rechaza la fama que te puede dar un caso así, o el prestigio que alcanzas, que te inviten a dar conferencias, que te financien programas de investigación…
— Pero además de los psicólogos, y especialmente de la psicóloga que llevó el caso, hubo jueces que condenaron a los padres.
— Sí, y te reconozco que yo, a menudo, al leer los papeles o revisar los juicios, me paraba y me decía: “¿Cómo es posible que gente preparada, que han estudiado, médicos, jueces, psicólogos, crean cosas que cualquier campesino de Módena no cree?”. Es un misterio y me fascina, pero pienso que, a veces, las personas que tenemos una cierta posición queremos que la historia sea de una determinada forma. Tenemos escrito el final. Nos conviene ese final. Y nos conviene porque, si soy un juez, voy a destruir una secta de pederastas y voy a condenar al mal y estoy defendiendo a niños y para mi carrera esto puede ser definitivo… En el fondo está el ego…
— Después de investigar este caso, ¿qué conclusiones sacas? ¿Qué se podría haber hecho mejor? Desde la psicología, desde el derecho, desde el periodismo…
— Lo que he aprendido con este caso es que si no trabajas bien, si no te fijas en los detalles, si no investigas con la mente abierta, sin adelantar juicios, y buscando la verdad, puedes hacer mucho daño. Hay que mantener la cabeza libre. Sin tratar de que los hechos encajen con tu teoría. Yo busqué pruebas contra los padres, y si la investigación hubiera terminado de otra manera, lo hubiera escrito. Tienes que ser leal a la verdad, buscarla y profundizar, hacerte preguntas, no ser frívolo, porque tu ligereza puede destruir la vida de la gente.
El eco –humano y periodístico– de una investigación
Mientras terminamos la entrevista, vuelve a surgir la faceta de Trincia como padre: “El tema me obsesionaba porque me parece horrible que el Estado te pueda apartar de tus hijos. Y que te procesen, y a lo mejor, incluso te absuelvan, pero han pasado dos años y tus hijos ya no quieren verte porque les han dado otra familia y les han hecho creer que su padre les ha hecho daño. Es inaceptable”. Se percibe por su tono de voz que siente, casi en primera persona, lo que ha escuchado tantas veces a los protagonistas de esta triste historia. Y, de hecho, si de algo se enorgullece el autor de Veneno, es precisamente, de algunos acercamientos entre padres e hijos –pocos todavía– a raíz de la publicación de la investigación: primero el podcast y posteriormente el libro, que es el que acaba de traducirse al castellano.
Se percibe también su orgullo por la profesión. La publicación del podcast en el diario La Repubblica en el año 2017 marcó un hito. Era un formato todavía poco explorado y la calidad –tanto de la documentación aportada como de la técnica y el sonido– era –y es– sobresaliente. A raíz del podcast se sucedieron más declaraciones y –algo que Trincia refiere con especial satisfacción– se implementaron medidas para proteger a los menores de los falsos recuerdos inducidos.
“Cuando se publicó el podcast me llamaron algunas personas que estaban investigando unos sucesos, muy similares, que estaban ocurriendo en una zona cercana, veinte años después. Se trataba del llamado “caso Bibbiano”. Otra vez niños que acusaban de abusos a sus padres. Y me encontré con una asociación de psicólogos –Hansel y Gretel– donde trabajaban los mismos psicólogos y utilizaban las mismas técnicas para interrogar. Los investigadores del caso me dijeron que el podcast les había abierto los ojos. Decidieron grabar todos los interrogatorios y, al final, la causa no se dirigió contra los padres sino contra los psicólogos. Para mí fue una gratificación. Un ejemplo de que el periodismo de investigación puede ser muy útil para la sociedad”.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta
Un comentario
Interesante pero hagan transcoding del video. 123MB por menos de un minuto es demasiado