La oposición entre naturaleza y libertad caracteriza nuestro tiempo. De un lado, se absolutiza la naturaleza, convirtiendo al hombre en un animal más, a menudo peligroso y degradado, como ponen de manifiesto corrientes como el animalismo, el naturalismo o el activismo ecologista. De otro, se exalta la libertad del hombre que, engreído en su poder, se considera dueño y señor de sí mismo y de todo lo que le rodea, extremo en que se encuentran el capitalismo salvaje, la ideología de género o el transhumanismo.
Según François-Xavier Putallaz y Fabrice Hadjadj, en efecto, nos encontramos ante un dilema: el humano desnaturalizado o la naturaleza deshumanizada. Esta tensión se manifiesta con fuerza en la crisis ecológica: el hombre sabe que debe cambiar su comportamiento para frenar la destrucción, pero, al ponerse manos a la obra, surgen nuevas preguntas: ¿Qué norma debe guiar su acción? ¿Es la naturaleza misma normativa para el hombre? ¿Por qué? ¿Qué entendemos por “naturaleza”? A lo largo de este libro, rico de contenido y de agradable lectura, los autores ofrecen buenas respuestas a estos interrogantes.
Una de las claves del problema está en la polisemia del término “naturaleza”. Ahora bien, la falta de univocidad no es un inconveniente, sino la forma de manifestar la riqueza de la palabra. El error está en reducir el término a uno de sus significados y perder así la comprensión de sus múltiples sentidos. La historia del pensamiento filosófico y de la cultura atestigua las consecuencias de este reduccionismo.
El primer sentido de “naturaleza”, que nació de la filosofía griega, es el de cosmos ordenado y finalizado, que libera al hombre de la arbitrariedad de lo mágico. Aristóteles introdujo otro significado que aludía a la esencia de las cosas individuales, principio interno de actividad de cada cosa que la orienta hacia su fin propio. La physis griega es traducida al latín como natura: lo que está llamado a nacer, a desplegar progresivamente sus potencialidades. Por tanto, lo natural no es lo que se manifiesta al principio (en estado embrionario o molecular), sino al final (la forma que alcanza su plenitud en ejercicio).
Con estas precisiones, se comprende que la naturaleza, en tanto fin, se revele como norma o criterio de la acción humana, tanto desde un punto de vista ética como técnico. Así, respetar el orden natural no quiere decir solo imitar la naturaleza, sino llevarla a su cumplimiento. Ahora bien, cuando las bombas –atómicas, digitales y genéticas– tienden a reducir el mundo a polvo (cenizas y datos), resulta fácil perder la esperanza en la ecología integral. Hadjadj nos recuerda que la filosofía no basta: se necesita la fe en el Creador de las criaturas.