La libertad de ser distintas

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Aunque ha avanzado mucho la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, sigue habiendo entre los dos sexos significativas diferencias en las carreras profesionales y en la escuela. Según el feminismo convencional, donde las mujeres aún no han alcanzado la paridad con los hombres, hay discriminación. Pero otros autores sostienen que muchas de esas divergencias se deben a las opciones de las mujeres mismas. Por tanto, dicen, la igualación sin más es pretender encajarlas en una horma masculina.

La presencia femenina ya está en torno al cincuenta por ciento en algunas profesiones que eran coto de varones, por ejemplo las jurídicas o las biomédicas. Se ha hecho abrumadoramente mayoritaria en otras en que antes era significativa, como el profesorado de enseñanza primaria. Mantiene su tradicional predominio en varias, como la enfermería. Y sigue muy rezagada en ingeniería y tecnología de la información, así como en las relacionadas con las matemáticas y demás ciencias no biológicas.

En educación, las mujeres de los países desarrollados han alcanzado la igualdad más básica: la de la tasa de escolarización. Sin embargo, permanecen algunas diferencias y han aparecido otras nuevas. Las chicas se han puesto por delante en tasas de graduación y años de estudio en enseñanzas no obligatorias. En bastantes países, su rendimiento académico general es un poco mejor, y en casi todos superan a los chicos en lectura. En cambio, están por detrás de ellos en matemáticas, como siempre.

Se diría que la creciente paridad no ha logrado anular el tópico de que las chicas son buenas con las palabras y los chicos, con los números. ¿Acaso entre los dos sexos hay diferencias irreductibles que son relevantes en el aprendizaje? ¿O sigue habiendo discriminaciones menos evidentes, o al menos arraigados estereotipos que inclinan a los jóvenes a materias tradicionalmente asignadas a cada sexo?

Diversidad de aptitudes

El feminismo tradicional siempre ha atribuido las diferencias académicas solo a factores sociales, pero estudios recientes ponen en cuestión esa tesis, sin descartar que haya parte de verdad en ella.

Los informes PISA (de la OCDE, que comparan más de 30 países) muestran que las tradicionales diferencias de resultados escolares entre chicos y chicas están muy extendidas, si bien en los países más desarrollados no son grandes. En general, hay ventaja significativa a favor de las chicas en lectura, y a favor de los chicos en matemáticas. En ciencias, los dos sexos están más igualados, pero se aprecia cierta diversidad de aptitudes: ellas son mejores en conocimientos generales, y ellos, en dar las explicaciones científicas de los fenómenos. Otros importantes estudios internacionales, el TIMSS (matemáticas y ciencias) y el PIRLS (lectura), ofrecen conclusiones similares.

Para intentar distinguir qué hay de natural y qué de social en esas diferencias, un equipo dirigido por el Prof. Luigi Guiso (European University Institute, Florencia) ha confrontado los resultados del PISA 2003 con los datos sobre igualdad sexual en los distintos países, estimada mediante varios indicadores. Su estudio, publicado en Science (30-05-2008), muestra que la igualdad sexual reduce la disparidad académica en unas materias, pero en otras incluso la aumenta1.

Guiso observa que, en general, las chicas puntúan menos en matemáticas que los chicos. Ahora bien, la desventaja es mayor en los países con menor igualdad sexual, como Turquía, y en cambio no existe en otros, como Noruega o Suecia, que están en el extremo opuesto. Sin embargo, hay una disciplina en particular donde la diferencia a favor de los chicos no desaparece ni en Escandinavia: la geometría. Esto parece concordar con la idea, que tiene algún apoyo empírico, de que por término medio, los varones tienen mejor visión espacial. Pero el estudio de Guiso no puede aclarar si así es: solo dice que para esa concreta disparidad no se encuentra relación con factores sociales.

La excepción de la geometría se da, corregida y aumentada, en lectura. La ventaja de las chicas es prácticamente universal, y aumenta con la igualdad sexual.

Notas iguales, carreras distintas

Esto invita a dos reflexiones. Primera, que la igualdad sexual no lleva a una igualdad en los resultados, sino más bien a una ventaja de las mujeres en la educación en general y en diversas áreas profesionales.

La segunda reflexión es por qué, si las mujeres están eliminando su diferencia con los hombres en ciencias, siguen estando subrepresentadas en profesiones relacionadas con esas materias. En Estados Unidos, por ejemplo, ellas son solo el 20% de los ingenieros, menos de un tercio de los químicos, una cuarta parte de los informáticos o matemáticos.

A este respecto es revelador el Study of Mathematically Precocious Youth (SMPY), que desde hace más de 30 años sigue la trayectoria de chicos y chicas estadounidenses que destacan en matemáticas2. Dirigido en la actualidad por Camilla Benbow y David Lubinski, de la Universidad Vanderbilt (Tennessee), su objetivo es completar una investigación longitudinal de 5.000 sujetos, distribuidos en cinco cohortes sucesivas, a lo largo de 50 años (1972-2022).

Al examinar la trayectoria de esas personas, resulta que entre hombres y mujeres no hay diferencias significativas en sus notas de estudiantes, pero sí, y muy notables, en sus posteriores carreras profesionales. Los varones bien dotados para las matemáticas optan por la ingeniería o las ciencias físicas en proporción muy superior a sus colegas femeninas. En cambio, las jóvenes con iguales aptitudes se orientan mucho más a medicina, biología, humanidades y ciencias sociales.

Una disparidad más detectada en el SMPY parece particularmente significativa. En las mujeres es más corriente que las buenas dotes para las matemáticas estén acompañadas de buenas dotes verbales. Pero, en general, los hombres de sobresaliente aptitud para las matemáticas no tienen una capacidad lingüística de igual nivel. Recordemos que también el PISA muestra que las chicas tienden a ser más completas: donde hay igualdad de oportunidades, alcanzan a los chicos en matemáticas y ciencias, mientras mantienen y aun aumentan su ventaja en lengua.

Así pues, si las mujeres bien dotadas para los números suelen valer también para otras disciplinas, tienen más opciones profesionales. Si no escogen trabajos técnicos o científicos, será, primero, porque pueden elegir otros, y segundo, porque quieren.

Cosas y personas

¿Y por qué quieren? El SMPY no detecta que las mujeres sean presionadas para descartar determinadas opciones. Pero las entrevistas con los sujetos revelan que entre los hombres es más frecuente que prefieran trabajar con materiales inorgánicos, mientras que las mujeres tienen mayor inclinación a trabajar con seres vivos o cosas orgánicas. El contraste se observa muy pronto, ya en los años de escuela, y se mantiene a lo largo de la trayectoria profesional de los sujetos.

Eso parece concordar con los hallazgos de otra investigación, dirigida por Joshua Rosenbloom, economista de la Universidad de Kansas3. Su objetivo era averiguar por qué hay tan relativamente poco personal femenino en tecnología de la información. Para ello entrevistó a un grupo de profesionales de esta rama, y a otro de otras, comparables en nivel y dedicación, en las que la distribución de sexos es más equilibrada. De cada sujeto examinó el historial laboral, la trayectoria familiar, los estudios realizados, las preferencias profesionales.

A la vista de los datos, dice Rosenbloom, la diferencia no está en la dificultad para compaginar trabajo y familia, pues en las otras profesiones escogidas como punto de comparación, las jornadas no son más cortas ni los horarios más flexibles. El caso tampoco se explica por la capacidad, ya que las mujeres de ambos grupos presentan cualificaciones muy semejantes en matemáticas. La disparidad más clara aparece en el cuestionario sobre las preferencias personales por distintas clases de trabajo.

En concreto, quienes optan por la tecnología de la información tienen mayor afición a manipular herramientas o máquinas. En cambio, quienes prefieren trabajar con personas tienden a escoger otros trabajos. El hecho es que las mujeres predominan en este grupo, mientras que en los hombres es mucho más frecuente la primera inclinación.

O sea, a los hombres le gusta trabajar con cosas, y a las mujeres con personas: ¿no es eso el clásico cliché? Rosenbloom reconoce que la conclusión de su estudio “suena a estereotipo; pero estos estereotipos encierran un fondo de verdad” (The Boston Globe, 18-05-2008). De todas formas, el investigador ha intentado considerar todos los factores relevantes, y no dice que las preferencias femeninas sean la única causa de la corta presencia de mujeres en tecnología de la información: más bien, calcula, explican unos dos tercios de la diferencia con la presencia de hombres. Lo que no sabe es si las diversas preferencias según el sexo son innatas o inducidas por la familia, la sociedad, la escuela.

Menos horas

También Benbow y Lubinski, codirectores del SMPY, creen -sin excluir otros factores- que las preferencias de las mujeres son el factor más decisivo. Pero los sujetos de su estudio presentan una gama más amplia de profesiones, y quizá por ello el SMPY sí detecta la influencia de las expectativas familiares. Es corriente que las mujeres del estudio -todas de talento superior a la media- escojan salida profesional con la idea de que en algún momento recortarán su horario o interrumpirán su carrera. Por eso tienden a evitar las profesiones en que el retraso es más difícil de recuperar, como las técnicas, donde la evolución de los conocimientos es muy rápida.

Pero lo anterior no contradice que las mujeres tengan preferencias específicas. Datos como ese más bien lo subrayan, según la psicóloga y periodista canadiense Susan Pinker, que el pasado febrero publicó The Sexual Paradox: Men, Women, and the Real Gender Gap4. El problema, dice, es que no se tienen en cuenta o incluso se niegan las diferencias entre hombres y mujeres, y se plantean las carreras profesionales como si ellos y ellas fueran iguales: más bien, como si ellas tuvieran que ajustarse al modelo masculino.

Pinker critica el simplismo de atribuir sin más a discriminaciones la inferioridad de las mujeres en remuneración y estatus, con el correlativo predomino masculino en la elite de la administración pública, en los consejos de administración y en los laboratorios científicos. Contra esa tesis aduce indicios de que una mayor igualdad de oportunidades da lugar a mayores disparidades de opciones profesionales entre los sexos. Así, dice, en Filipinas, Tailandia o Rusia, la presencia femenina en carreras de física ronda el 30%, mientras que en Canadá, Japón o Alemania está en torno al 5%.

Pero el éxito en puestos de elevado prestigio para los que las mujeres están al menos tan cualificadas como los hombres requiere jornadas interminables, y hay menos mujeres que hombres dispuestas a sufrirlas. Se dice que la maternidad perjudica el ascenso porque exige excedencias y reducciones de horario. Pero, anota Pinker, “si esos empleos no fueran de 70 horas por semana, quizá las mujeres no tendrían necesidad de recortar tanto tiempo al trabajo”.

Feminismo de la diferencia

En el fondo -dice-, las mujeres, en general, aprecian más algunas cosas que no son competitividad, dinero y estatus. Prefieren las recompensas interiores, tienen intereses más amplios, están más inclinadas al servicio y dotadas de mayor empatía: su idea del éxito es distinta. Aunque trabajen menos horas, ganen menos y no lleguen tan alto en la escala jerárquica, en las encuestas se declaran satisfechas con sus carreras en mayor proporción que los hombres.

En suma, Pinker, que se encuadra a sí misma dentro del “feminismo de la diferencia”, combate la idea de que “las mujeres tendrían que querer lo que quieren los hombres y ser estimuladas a escogerlo el 50% del tiempo”. A la vez, pone en cuestión el “modelo masculino convencional” de éxito, al que los hombres consienten más fácilmente pero tampoco les beneficia en último término. Advierte que “horas de trabajo extenuante no siempre se traducen en productividad”, y fustiga a los jefes que aumentan sus exigencias “incluso a la vez que encomian las excelencias de la igualdad de género”.

Las políticas y condiciones laborales favorables a la familia, el mayor desarrollo económico, dan mayor libertad a las mujeres. Y quizá no se había previsto, pero en esas condiciones, observa Pinker, muchas mujeres querrán usar su libertad no para sumarse al “modelo masculino convencional”, sino para escapar de él; no para gastar más horas en la empresa y ascender por escalas profesionales diseñadas para quien se interesa poco por lo demás, sino para llevar la clase de vida que prefieren. La verdadera igualdad sexual no consistirá, en fin, en que mujeres y hombres sean iguales.

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NOTAS

(1) L. Guiso, F. Monte, P. Sapienza, L. Zingales, “Diversity: Culture, Gender, and Math”, Science 320 (5880), 1164-1165 (doi: 10.1126/science.1154094).

(2) http://www.vanderbilt.edu/Peabody/SMPY/

(3) Joshua L. Rosenbloom, Ronald A. Ash, Brandon Dupont, LeAnne Coder, “Why are there so few women in information technology? Assessing the role of personality in career choices”, Journal of Economic Psychology; en prensa, publicado en Internet (doi: 10.1016/j.joep.2007.09.005).

(4) Susan Pinker, The Sexual Paradox: Men, Women and the Real Gender Gap, Random House Canada, Toronto (2008), 368 págs., 34,95 C$. Ver el sitio de la autora en Internet: http://www.susanpinker.com/book.html

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