Después de un prolongado dominio socialdemócrata en el pensamiento político, en la década pasada parecía que el neoliberalismo iba a ganar por goleada. Sin embargo, pasó pronto el entusiasmo, sin que se instaurara el “Estado mínimo” ni el capitalismo popular. Pero el derrumbamiento del comunismo en Europa afectó a la izquierda tradicional, que tampoco ha vuelto a su anterior gloria. Y queda un paisaje de patologías sociales que ni el mercado evita ni el Estado logra curar. Aparece entonces el comunitarismo, una filosofía política que vuelve sus ojos a los valores morales y a las instituciones básicas de cohesión social.
Nacido en Norteamérica a principios del decenio pasado, el comunitarismo es un movimiento intelectual por ahora pequeño, y un tanto difuso. No es un bloque compacto, sino un grupo informal de pensadores de ideas parecidas. En Estados Unidos hay una revista trimestral representativa de esta corriente: The Responsive Community: Rights and Responsibilities.
El rasgo común más característico de los comunitaristas es la crítica al liberalismo, que en no pocos casos alcanza a la tradición ilustrada en general y, por tanto, también al socialismo, otro hijo del Siglo de las Luces. Por eso se los puede considerar posmodernos, pero no al estilo del «pensamiento débil», Vattimo y demás.
Más bien, el comunitarismo pretende recuperar, de un modo original, una tradición anterior. Subraya que no somos individuos independientes que acuerdan convivir estableciendo pactos políticos y económicos basados en el interés. Antes de todo eso, estamos unidos por lazos de solidaridad, hechos de sangre, historia, cultura, valores. La modernidad, al marginar este aspecto, ha favorecido el atomismo social. Esto es lo que hay que corregir: se trata de que volvamos a ser una comunidad.
Los comunitaristas, en general, se inspiran en la filosofía política clásica. Unos miran especialmente a Aristóteles; otros se fijan más en los fundadores de la democracia americana (1).
Límites del individualismo
Así piensan, grosso modo. ¿Quiénes son? Si se acepta una clasificación meramente orientativa, pueden distinguirse dos grupos principales. Unos son más radicales en sus críticas al liberalismo, como Robert Bellah, Alasdair MacIntyre o Michael Sandel (autor de Liberalism and the Limits of Justice y Liberalism and Its Critics). Otros tratan de conciliar el rechazo al individualismo con los principios de la modernidad. Entre éstos se puede mencionar a Amitai Etzioni, Charles Taylor o Michael Walzer. (Ver, al final del servicio, más información sobre estos autores.)
El primer blanco de las críticas comunitaristas es el individualismo, por lo menos en su versión extrema. Bellah, por ejemplo, distingue un individualismo sensato –que sostiene la dignidad inviolable de todo ser humano por sí mismo– del «individualismo ontológico», que consiste en afirmar que el individuo es la realidad primordial y la sociedad es de orden sólo secundario, como expresa la teoría del contrato social.
En virtud de esto, piensan los comunitaristas, el liberalismo ha privilegiado los vínculos contractuales, marginando los no elegidos sino recibidos. En consecuencia, se tiende a considerar las relaciones humanas en la sociedad como transacciones, en que cada uno cede algo a cambio de una ganancia. Se subrayan los derechos individuales de tal manera, que quedan oscurecidos los deberes nativos hacia los demás y la participación en un proyecto común.
Dos síntomas son la proliferación de reivindicaciones y los continuos litigios, tan abundantes en el paisaje social norteamericano. Otros son la desintegración de la familia y el debilitamiento de las sociedades intermedias. De manera más general, la situación puede describirse como el predominio de la «razón instrumental», que lleva a resolver por el cálculo de costes y beneficios muchas cuestiones que deberían juzgarse según otros criterios.
El peligro del despotismo blando
No creen estos pensadores que los vínculos comunitarios hayan desaparecido, sino que se han debilitado y han sido marginados de la vida pública. La política se desentiende de los valores, en una buscada neutralidad. El gobierno tiende a convertirse en mero gestor del bienestar privado de individuos individualistas. Y entre la burocracia anónima del Estado-Providencia y el individuo aislado queda un vacío. La reclusión en la vida privada abre la puerta a un peligro, señala Taylor: el «despotismo blando», como lo llamaba Tocqueville. «Cuando disminuye la participación -advierte Taylor- (…) el ciudadano individual se queda solo frente al vasto Estado burocrático y se siente, con razón, impotente. Con ello, el ciudadano se desmotiva aún más, y se cierra el círculo vicioso del despotismo blando».
Muchos comunitaristas señalan otro efecto contraproducente de la modernidad tal como ha llegado a ser: la desorientación. Diagnostica Walzer: «En una sociedad liberal tenemos derecho a elegir, pero no tenemos ningún criterio con que gobernar nuestras elecciones, salvo el conocimiento de nuestros propios intereses y deseos». La modernidad, dice Taylor, nos impulsa a pensar por nosotros mismos (sapere aude!), sin atender a lo recibido, pero no nos da un horizonte de sentido contra el que nuestras convicciones y actitudes puedan resultar plenamente inteligibles.
En un plano filosófico más fundamental, MacIntyre añade que es ilusoria la pretensión de construir una ética prescindiendo por completo de la tradición. En realidad (y esto es una tesis compartida por todos los comunitaristas), adquirimos la moral -que es un saber práctico- y nuestras convicciones básicas desde una tradición dada. Sólo a partir de ahí puede uno empezar a pensar por sí mismo, para corregir y superar la tradición.
Consecuencia práctica: es erróneo construir la sociedad civil sólo sobre unas reglas formales de convivencia, esperando que cada individuo se invente sus propios valores. «Un débil consenso político, limitado en gran parte a cuestiones de procedimiento -opina Bellah-, no puede sostener un sistema político coherente y eficaz». Además, el subjetivismo no es independencia de criterio. En palabras de Bellah: «Cuando un individuo ya no confía en la tradición o en la autoridad, inevitablemente se dirige a los demás en busca de confirmación de sus propios juicios. El rechazo a aceptar una opinión establecida y el ansia de conformarse a las ideas de los semejantes resultan ser dos caras de la misma moneda». Esta es una posible explicación de la fiebre de las encuestas.
¿Posmodernos o reaccionarios?
Los críticos del comunitarismo se preguntan si volver a un consenso público que vaya más allá de cuestiones formales no llevará a imposiciones abusivas sobre las minorías. Dar prioridad a los vínculos comunitarios ¿no significa amenazar las libertades individuales?
Los comunitaristas responden que pretenden preservar los logros de la modernidad, como la defensa del individuo, pero sin que lleven a la muerte de la solidaridad. Frente a la concepción liberal, los comunitaristas subrayan que «el individuo y la sociedad no se encuentran en situación de suma cero» (lo que uno gana es lo que otro pierde), como dice Bellah. Y añade: «Un grupo fuerte que respete las diferencias individuales reforzará la autonomía al igual que la solidaridad», porque «es en el aislamiento y no en los grupos donde las personas son más susceptibles de ser homogeneizadas».
En segundo lugar, los comunitaristas alegan que la democracia no nació del vacío moral. Al contrario, surgió merced a unos presupuestos y valores determinados: la igual dignidad de todos los hombres, el derecho natural como límite del poder, la libertad innata de la persona… Esto es especialmente claro en el caso de Estados Unidos, como subraya, sobre todo, Bellah, quien gusta citar a los fundadores del país. En cambio, tales convicciones no han aparecido en todas las culturas o épocas: en un sistema rígido de castas, o donde se cree que los actos humanos están predeterminados por el destino, por ejemplo, la democracia no brota tan fácilmente.
Para que las personas cambien
Por otra parte, para el comunitarismo, basar la vida pública en los valores no significa hacer del Estado el guardián de la moral. Lo que ocurre, dice Amitai Etzioni, es que «se confunde el derecho a no sufrir la intromisión del Estado con el derecho, que no existe, de estar libre de escrutinio moral por parte de los que nos rodean y de la comunidad». Así, no se trata, por ejemplo, de penar a las madres solteras ni a sus compañeros que las abandonan, sino de decir bien alto que eso está mal.
En fin, para revitalizar la sociedad, precisa Etzioni, los comunitaristas no proponen instaurar incentivos y castigos legales: lo que subrayan es «la necesidad de que las personas cambien». El comunitarismo, sigue explicando Etzioni, quiere difundir, ante todo, «un lenguaje moral: esto hará que cambien los hábitos personales, lo que a su vez hará que cambie la política».
Y esto, ¿cómo se aplica? Si se pide a Etzioni un ejemplo de política comunitarista, menciona lo que han hecho en Seattle para prestar asistencia rápida a los que sufren un infarto. El liberal típico habría confiado la cuestión a las leyes del mercado: si hay demanda de un servicio, la libre competencia la satisfará del modo más eficaz y más barato. Un socialdemócrata habría hecho que el ayuntamiento comprara decenas de ambulancias. En uno y otro caso, el problema es conseguir que el equipo médico llegue a tiempo, ya sea en ambulancia privada o en una municipal. Así que en Seattle han enseñado a miles de ciudadanos a prestar los primeros auxilios a las víctimas de infarto.
Por ahora, no hay muchos ejemplos de políticas comunitaristas. Pero ya se nota que el pensamiento comunitarista empieza a influir.
Ideas que se extienden
Una muestra es que en Norteamérica se extiende la convicción de que los males sociales tienen origen moral y, por tanto, requieren remedios de la misma especie. Es difícil determinar hasta dónde se debe esto a la influencia del comunitarismo, o si es más bien un fenómeno coincidente, provocado por el desencanto ante el Estado-Providencia. Lo cierto es que últimamente la prensa norteamericana está llena de comentarios que difunden este mensaje (2). Y han obtenido notable éxito algunos libros que sostienen lo mismo, como Book of Virtues, de William Bennett, o The De-Moralization of America, de Gertrude Himmelfarb.
También, se oyen ideas comunitaristas en boca de algunos políticos, como Bill Clinton o el republicano Jack Kemp (el «Contrato con América» tiene parte de comunitarismo, pero en muchos aspectos es más bien liberal). Pero el caso más notable es el de Tony Blair, el líder laborista británico. Blair, que se propone renovar su partido, declara abiertamente que «el socialismo de Marx, la idea de que hay que concentrar todo en el Estado, está muerto». Pero no cree tampoco que la solución esté en confiar todo al mercado. Su propuesta es la «solidaridad social»: el principio de que las personas no son meros individuos, libres para prosperar (o no) como quieran, sino también miembros de la sociedad, de la que dependen y con la que tienen responsabilidades. Blair también se distingue por dar mucha importancia a los vínculos comunitarios, en especial los familiares.
Ahora que se extiende la persuasión de que el proyecto moderno está teniendo demasiadas consecuencias contraproducentes, de que el impulso de la Ilustración se agota, estamos en espera de algo realmente nuevo. ¿Es esto el comunitarismo? Los pensadores de esta corriente no se identifican ni con la derecha ni con la izquierda tradicionales. Frente al liberalismo, niegan que el interés individual sea fundamento válido para la vida social. Frente a la socialdemocracia, ponen por delante del Estado las unidades sociales menores (familia, vecindario…). Aún es difícil decir si tales ideas son una originalidad posmoderna, también porque en parte son bastante clásicas.
Comunitaristas: quiénes son
Amitai Etzioni
Es el comunitarista más popular. Profesor de sociología de la Universidad George Washington, de la capital estadounidense. Su experiencia en Harvard, donde enseñó ética de los negocios, le llevó a posturas cada vez más críticas con el individualismo utilitarista dominante. Impulsó un nuevo enfoque llamado socio-economía, que subraya las motivaciones morales de los agentes económicos (ver servicio 110/90, pp. 2-3). Sostiene que las personas no se mueven sólo por el principio del máximo beneficio e insiste en la necesidad de los valores éticos para el correcto funcionamiento de la economía. En 1988 fundó la Sociedad para el Progreso de la Socio-economía. Ese año publicó The Moral Dimension: Toward a New Economics, donde expone estas ideas. Más tarde, Etzioni comenzó a popularizar propuestas explícitamente comunitaristas, especialmente con su último libro, The Spirit of Community (1994).
Robert Bellah
Estadounidense, profesor de sociología en la Universidad de California (Berkeley). Su obra más representativa es Habits of the Heart, de 1985 (Hábitos del corazón, ed. Alianza). En 1991 publicó The Good Society, donde define más sus ideas, en respuesta a las críticas recibidas. Pretende recuperar el pensamiento político de los fundadores de Estados Unidos (especialmente Jefferson), con sus dos grandes tradiciones: la religiosa bíblica y la clásica republicana. Subraya que la sociedad democrática no puede fundarse sólo en un simple consenso político, limitado a cuestiones de procedimiento: hace falta un acuerdo sobre los valores básicos, que de hecho existe y es mayor de lo que parece.
Charles Taylor
Trata de conciliar una perspectiva no individualista con los planteamientos modernos básicos. Canadiense, profesor de filosofía en la Universidad McGill (Montreal), se inspira en la hermenéutica posterior a Heidegger. Su pensamiento tiene mucho de crítica social y se relaciona con su postura política como militante del movimiento nacionalista de Quebec. Reprocha al liberalismo su pretendida neutralidad moral, para él imposible, que lleva a igualar todos los valores y priva de sentido a la libertad de elección. Pero sostiene que el deslizamiento hacia el subjetivismo es una traición a la inspiración moderna original. Principales obras: Sources of the Self. The Making of the Modern Identity, de 1989 (Orígenes del yo. La construcción de la identidad moderna, ed. Paidós); The Malaise of Modernity, de 1991 (La ética de la autenticidad, Paidós).
Michael Walzer
Como Taylor, critica el liberalismo sin querer renunciar a la modernidad. Walzer, estadounidense, se opone a lo que llama «Liberalismo I», que acentúa los derechos individuales y extrema la neutralidad del Estado con respecto a los valores. Pero cabe otra versión, el «Liberalismo II», que además de proteger las libertades del individuo, tenga un interés positivo en tradiciones culturales, religiosas, etc. Esta segunda concepción liberal es, según Walzer, la que realmente respeta el pluralismo. El libro más importante de Walzer es Spheres of Justice. A Defense of Pluralism and Equality (1983).
Alasdair MacIntyre
Pasa por ser el crítico más radical del liberalismo dentro de la corriente comunitarista. A la vez, desciende menos que otros a propuestas socio-políticas, pues sus intereses se dirigen a la fundamentación de la ética.
Este británico afincado en Estados Unidos (es profesor de la Universidad Notre Dame) se hizo internacionalmente famoso en 1981 con After Virtue (Tras la virtud, ed. Crítica: ver servicio 186/88). Su tesis es que el proyecto ilustrado de basar la ética en la pura razón –entendida al modo racionalista– ha resultado un fracaso. Propone recuperar la tradición aristotélica –que él redescubrió después de seguir derroteros muy distintos–, tal como aparece en la síntesis que hizo Tomás de Aquino entre ésta y el agustinismo. Ha hecho una profunda confrontación entre esta tradición y la ilustrada en Whose Justice? Which Rationality?, de 1988 (Justicia y racionalidad, Ediciones Internacionales Universitarias). Luego ha vuelto sobre el tema en una obra más madura, Three Rival Versions of Moral Enquiry, de 1990 (Tres versiones rivales de la ética, Rialp).
Son realmente fuertes sus reproches a la idea liberal de que la justicia consiste en reglas de procedimiento (como en Rawls o en Nozick, pese a las diferencias entre ambos) y que la sociedad moderna se basa en un consenso formal. Su fama de reaccionario le viene en especial de un pasaje de Tras la virtud donde critica incidentalmente la noción de derechos humanos, aunque después no ha insistido más en el tema.
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(1) Una sucinta descripción del comunitarismo, en especial el pensamiento de Robert Bellah, en: Vicente Bellver, Ecología: De las razones a los derechos, Comares, Granada, 1994, pp. 171-184. Un estudio general, desde una postura crítica hacia el comunitarismo, es el de Carlos Thiebaut, Los límites de la comunidad, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1992.
(2) Algunos de esos artículos se han reproducido en Aceprensa, como dos de W. Raspberry (servicios 6/95 y 25/95), otro de Newsweek (servicio 25/95), o el de D. Eberly (servicio 33/95).