Imre Kertész, de 72 años, es el primer escritor húngaro que obtiene el Premio Nobel de Literatura. Judío, víctima del Holocausto y de la dictadura comunista, Kertész ha seguido una trayectoria literaria marcada por el irracional peso de los totalitarismos. Su novela más valorada, Sin destino, es una recreación de su experiencia en un campo de exterminio nazi, cuando apenas era un adolescente. “Siempre que pienso en una nueva novela, pienso en Auschwitz”, ha declarado en estos días. Pero también recalca que el tema de su obra es la denuncia de todo embrutecimiento del ser humano.
Imre Kertész nace en 1929 en Budapest en una familia de judíos no practicantes con frecuentes problemas económicos. Pronto sufrió la separación de sus padres. Estudió en un instituto de educación secundaria en Madách, donde ya existían clases sólo para judíos, pues a partir de 1938 se aprobaron en Hungría leyes discriminatorias. Tras la invasión de los alemanes en 1944, y con la colaboración de las autoridades nacionales, se inició un metódico proceso de exterminio de toda la población judía. En 1944, junto con otros compatriotas, Kertész fue deportado a los campos de exterminio de Auschwitz y Buchenwald. En un país de unos diez millones de habitantes, bastantes más de medio millón de judíos fueron asesinados en diferentes campos de concentración.
De una dictadura a otra
Kertész regresó del campo de concentración en 1945; concluyó la escuela y a los diecinueve años comenzó a dedicarse al periodismo, en unos años de frágil democracia. En 1948 se implantó la dictadura comunista, y en 1951 Kertész fue despedido del periódico donde trabajaba, tras pasar a manos del Partido. Desde entonces, cuenta Kertész, «escribí un poco de todo lo que podía, como guiones de radio y vodeviles. En casa se acumularon muchos otros escritos que quedaron sin publicar. Después comencé a escribir sobre mis experiencias en los campos. Es Sin destino (1), que llegaría a publicarse en 1975, pero que no tuvo ninguna repercusión, porque su existencia fue acallada por la censura».
En los años cincuenta el estalinismo vivía sus peores momentos y bastantes húngaros se rebelaron en 1956 contra un sistema que anulaba cualquier tipo de libertades. La revuelta fue aplastada por los tanques soviéticos. Durante años se impuso una dictadura, que fue perdiendo fuerza a lo largo de la década de los sesenta, con esa singular apertura, siempre controlada por la URSS, que protagonizó János Kádar en lo que se denominó el socialismo goulach. Durante estos años, Kertész vive como un intelectual no integrado.
El reconocimiento internacional
A partir de 1986, Kertész ejerce de traductor al húngaro de obras de Nietzsche, Freud, Hugo von Hofmannsthal, Elias Canetti, Wittgenstein y Joseph Roth, entre otros. También en estos años se intensifica su dedicación a la literatura. En 1975 había publicado Sin destino; luego, en 1978, El buscador de huellas. En 1988 aparece su novela de denuncia Fiasco; y después, en 1989, Kaddish por el hijo no nacido (2); en 1991, el volumen de relatos La bandera inglesa y Diario de la galera; en 1997, Yo, otro; y en 1998 los ensayos y conferencias agrupados bajo el título Un instante de silencio en el paredón: el holocausto como cultura (3).
A partir de 1989 su literatura empieza a ser reconocida en el extranjero, especialmente en Alemania. En 1992 recibe el premio Soros; en 1995, el Premio de Literatura de Brandeburgo y el premio Hans-Sahl del Círculo de Autores de Alemania; en 1997, el Premio del Libro de Leizpig; en 2000, el Premio Herder… Son años en los que aumenta su popularidad fuera de su país, hasta el punto de que en 1999, en una encuesta realizada en Austria y Alemania, Sin destino resultó elegida como una de las novelas más importantes del siglo XX.
El holocausto y la dictadura comunista
«Yo escribo sobre el holocausto porque ésa ha sido mi experiencia básica personal, pero no sólo he escrito sobre eso. También me he ocupado de la dictadura estalinista, y de otras cosas que amplían la dimensión y alejan del holocausto». Tanto su vida como su literatura aparecen determinadas por su trágica experiencia personal.
Pero Kertész, al igual que otros compatriotas como Sándor Márai, sufrió igualmente la represión comunista: «el estalinismo fue una experiencia distinta pero parecida al nazismo». De manera irónica, Kertész agradece al estalinismo que no tuviera que recurrir al suicidio, como hicieron otros escritores que sufrieron la experiencia de los campos de concentración: Paul Celan, Jean Amery y Primo Levi, entre otros. Después de Auschwitz, el estalinismo le demostró que «de libertades, liberación, gran catarsis, había nada de nada. Esa sociedad me garantizó seguir una vida en servidumbre, por lo que algunos peligros no eran ni siquiera posibles. Por eso no me ahogué en la marea de decepciones como otros con más experiencias en sociedades más libres».
Durante los años comunistas, la dictadura sólo cambió de cara, y «aunque los resultados fueron los mismos, de partida había una diferencia: el régimen comunista era el Diablo vestido de Dios y el nazi, el Diablo vestido de Diablo. Tal vez por eso, por el teórico carácter redentor del primero, el desencanto fue mayor; lo es todavía hoy, para los que creyeron en él, que a veces se muestran nostálgicos». Y a propósito del diferente tratamiento literario y ensayístico que ambas dictaduras recibieron en los círculos intelectuales y periodísticos, Kértesz opina que «sus resultados son análogos: terror, campos de concentración, genocidio y anulación de la vida individual». En su novela Fiasko -aún no traducida al castellano- denuncia cómo el estalinismo silenció deliberadamente el horror del holocausto.
«Sin destino», su obra maestra
Al igual que otros escritores que padecieron los horrores del holocausto, como Elie Wiesel o Jorge Semprún, Imre Kertész tardó mucho tiempo en escribir sobre lo que había vivido. Hasta 1958 no comenzó la que ahora es su novela más valorada, Sin destino (ver servicios 84/96 y 58/01), obra que tardaría 13 años en concluir. Publicada en 1975, apenas tuvo repercusión en su país. Traducida al alemán en 1989, comenzó desde entonces una difusión internacional que todavía continúa.
El protagonista de la novela de Kertész es un joven de 14 años que, justo un año antes del final de la guerra, es deportado desde Budapest hasta Alemania. En un año vive en tres campos de concentración distintos (Auschwitz, Buchenwald y Zeitz), realizando trabajos forzados y en contacto con el cotidiano exterminio. Sorprende el punto de vista adoptado por el narrador y protagonista, y la fría imparcialidad con la que se cuentan los hechos. Gyórgy Koves, el protagonista, carece de conciencia histórica, no ha oído hablar de los campos de concentración y no entiende lo que está pasando a su alrededor. Kertész cuenta estos dramáticos sucesos, sin consideraciones políticas o históricas y sin elementos melodramáticas o sentimentales. El resultado es una narración sobrecogedora, con un sorprendente final que desvela, tras su regreso a casa, la nostalgia del joven de los días pasados en el campo de concentración. Como ha confesado el propio autor, «con esta novela yo mismo descubrí a un personaje: el hombre sin destino, un individuo que ha vivido bajo una dictadura y al que no se le permite tener una biografía continua».
Un judaísmo problemático
Sin destino no es una autobiografía, aunque incorpore muchos de los propios recuerdos del autor: «Trabajo sobre mis recuerdos, pero los personajes de mis libros son una síntesis de millones de personas y de sus recuerdos y vivencias». Esta misma proyección autobiográfica, más o menos disimulada, se observa en el resto de sus novelas. Así, en Kaddish por el hijo no nacido, vuelve a estar presente el holocausto como la causa existencial que determina negativamente la vida del protagonista. En esta ocasión, sin apenas hilo argumental, y redactada como un kaddish, una oración turbadora dirigida no a Dios sino a la humanidad, se recogen las reflexiones de un escritor judío (que puede o no ser Kertész), que no encuentra sentido a su vida.
El asunto central es la relación con su mujer y su negativa a engendrar un hijo, lo que provoca una irreversible crisis matrimonial. Se trata de una desoladora y agobiante denuncia, a veces críptica, de cómo las víctimas del holocausto tuvieron que reconstruir sus vidas. Según Kertész, «el narrador de Kaddish… está inspirado en un hombre que se hundió bajo el peso de su pasado en los campos de exterminio y su presente en la dictadura comunista».
La novela es también un duro examen de conciencia sobre su conflictiva relación con el judaísmo. Como ha escrito posteriormente, «mi judaísmo es muy problemático. Yo no soy un judío creyente. Pero como judío me llevaron a Auschwitz y como judío estuve en los campos de exterminio, y como judío vivo ahora en una sociedad a la que no le gustan los judíos, con un gran antisemitismo. Yo siempre he tenido la sensación de que me obligan a ser judío. Lo soy, y lo asumo, pero en gran parte es cierto que se debe a una imposición».
Su compleja identidad se resiste a las etiquetas simplificadoras: «Soy judío, pero apenas conozco las tradiciones judías y lejos de mí está el nacionalismo judío; me considero un hombre de convicciones conservadoras, pero políticamente me hallo en el lado liberal; apuesto por la democracia, pero no creo en la igualdad de los seres humanos».
Síntesis de experiencias
Un instante de silencio en el paredón contiene conferencias, cartas y ensayos escritos durante la década de los 90, cuando su país había recuperado ya la libertad. Estos ensayos se basan en sus experiencias personales, que tanta repercusión tienen en su agónica y pesimista concepción del mundo. La finalidad de estos escritos -y de toda su literatura- es ir contra la desmemoria, contra la ruptura con el pasado. Lo sucedido en los campos de concentración no puede reducirse a un simple enfrentamiento entre judíos y nazis, se trata de «un asunto traumático de la civilización occidental», que demuestra que si el hombre quiere proyectar un futuro más digno debe modificar su interpretación del pasado.
A Kertész le espanta la facilidad con que los regímenes totalitarios se hicieron con el poder absoluto, provocando oleadas de populismo acrítico y de irracional agresividad. Las vivencias de estos acontecimientos históricos le han provocado una natural repulsa política hacia las masas, hacia «la manera en que se las suele dirigir, tener a raya y divertir». Para Kertész, la desconfianza de los totalitarismos hacia el hombre concreto era y es enfermiza.
Contra el olvido
Escrita en 1997, Yo, otro. Crónica del cambio es la última obra de Kertész publicada en castellano (4). En ella, sigue dominando un testimonio personal, en ocasiones muy duro, sin concesiones al sentimiento. El libro está escrito como un dietario donde van almacenándose sin mucho orden notas de lectura, reflexiones filosóficas, consideraciones políticas y biográficas, preguntas sobre el destino de su patria, anotaciones sobre viajes y trabajos literarios. Sin ser muy explícito, sigue presente el sustrato biográfico, pues las inquietudes del narrador protagonista coinciden con las del propio Kertész. También llama la atención la escasa inquietud que Kertész muestra sobre Dios.
El diario empieza en 1991, poco después de que el comunismo desaparezca de Hungría, con la sombra de la desconfianza en los cambios, y finaliza con la muerte de la mujer del narrador en 1996. Otra vez, la armazón argumental es muy leve, lo mismo que en Kaddish…, lo que resta eficacia a la narración. Además, los temas de fondo vuelven a ser los mismos que en sus novelas y ensayos, tratados con la misma sensación existencial de cansancio y de hastío. A pesar de estas reiteraciones, Kertész acierta a poner el dedo en la llaga cuando habla de la importancia de tener presentes los hechos del pasado: «El hombre moderno, con su característica flexibilidad, lo olvidará todo, eliminará de su vida la borra turbia del pasado, aplicando un filtro, como si fuese el poso del café». Este libro contiene también críticas contra la invasión del capitalismo salvaje, tras el derrumbe del comunismo.
«Mi obra -ha escrito Kertész- es un compromiso conmigo mismo, con la memoria y con la humanidad», los tres pilares sobre los que se sustenta una breve y desigual trayectoria literaria, donde brilla con luz propia su novela Sin destino, una de las obras maestras sobre el holocausto nazi.
Pero el mensaje de los libros de Kertész no se reduce a describir un problema histórico concreto; su reflexión es de alcance más universal. Por eso, tanto el nazismo como el comunismo aparecen en su literatura como símbolos de la irracionalidad del ser humano, de la constatación del mal. Para Kertész, la vida ha perdido su sentido de trascendencia y se reduce a una mera lucha por sobrevivir. La persistente presencia del sufrimiento y la muerte en los totalitarismos, acompañada de la falta de libertad, refuerzan su visión desilusionada y trágica de la existencia, que ahoga la confianza en el hombre, en su destino trascendente, y que oculta la medicina de la esperanza.
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(1) Sin destino. El Acantilado. Barcelona (2001). 238 págs. 15,03 €. T.o.: Sorstalanság. Traducción: Judith Xantús.
(2) Kaddish por el hijo no nacido. El Acantilado. Barcelona (2001). 147 págs. 10 €. T.o.: Haddis a meg nem születtet. Traducción: Adan Kovacsics.
(3) Un instante de silencio en el paredón. Herder. Barcelona (1999). 141 págs. 10 €. T.o.: A gondolatny csend, amig a kivégzöosztag ujratölt. Traducción: Adan Kovacsics.
(4) Yo, otro. Crónica del cambio. El Acantilado. Barcelona (2002). 143 págs. 8 €. T.o.: Valaki más. Traducción: Adam Kovascics.
La proyección internacional de la literatura húngara
Hoy día, Kertész ocupa un lugar muy destacado en la historia de la literatura húngara, país de una importante trayectoria literaria que ha tenido como tema recurrente el secular enfrentamiento contra las formas de represión y las dictaduras. Por edad, Kertész pertenece a la generación del 60, que cuenta con escritores como Geza Otolik, Miklos Meszöly, István Orkeny, György Kandos, László Krasznahorkai y Akós Horányi. Otros murieron durante el holocausto, como Miklós Radnóti, Antal Szerb y Andor Endre Gelléri. Los supervivientes tuvieron que hacer malabarismos entre los estrechos límites estéticos que imponía la censura y el realismo socialista.
La generación anterior a Kertész padeció la censura comunista, especialmente después del intento de revolución en 1956. Estos hechos históricos marcaron profundamente a László Németh, quien se negó a seguir escribiendo desde ese momento; Béla Hamvas, que fue condenado al ostracismo; Gyula Illyés, quien sufrió todo tipo de represalias y vejaciones; Tibor Déry, que por participar activamente en la revolución de 1956 fue condenado a prisión; Lajos Zilahy, forzado al exilio, igual que Sándor Márai, el más popular de todos ellos en su tiempo y también ahora gracias al inusitado éxito de su novela El último encuentro (ver servicio 184/99), que ha hecho que se reediten otras obras suyas como La herencia de Estzer (ver servicio 166/00) y Divorcio en Buda (ver servicio 59/02).
Kertész empezó a escribir y publicar bastante tarde, a partir de la década de los setenta, época que vivió la degradación y decadencia del comunismo y que, literariamente, buscó fórmulas narrativas alejadas del realismo socialista imperante. De algunos escritores contemporáneos de Kertész se han publicado en España sus obras más representativas. Por ejemplo, El cómplice (Círculo de Lectores), de György Konrad (ver servicio 117/01), una novela que, desde una actitud crítica y disidente, cuenta la historia del socialismo en Hungría. Casi el mismo contexto histórico y político, predominantemente gris, tiene la novela de László Krasznahorkai, Melancolía de la resistencia (El Acantilado), también con un mensaje escéptico, pero más sarcástica.
El autor con mayor proyección internacional es Péter Esterházy (1950), escritor que ha contribuido a renovar la técnica y los objetivos de la literatura de su país, en consonancia con lo que estaba sucediendo en otros países de Europa. Su obra más difundida es Pequeña pornografía húngara (Alfaguara, 1992), una sátira posmoderna contra los medios de represión que empleaba el Partido Comunista húngaro. Otro autor contemporáneo que también cuenta con proyección internacional es Péter Nádas (1942), autor del que se han traducido Libro del recuerdo (Seix Barral) y El final de una saga (El Aleph).
Curiosamente, en los últimos años, y a paesar de tratarse de un idioma minoritario y difícil, se han traducido en España un buen número de obras de escritores húngaros de diferentes épocas, como Gente de las pusztas (Minúscula), de Gyulla Illyés (1902-1983), considerada la obra maestra del autor y que aborda la reconstrucción biográfica, antropológica y lírica del campesinado húngaro de la primera mitad del siglo XX; Alondra (Ediciones B), de Dezsö Kosztolányi (1885-1936, ver servicio 32/02); El viajero bajo el resplandor de la luna (Ediciones del Bronce), de Antal Szerb, y A propósito de Casanova (Siruela), de Miklós Szentkunthy (1908-1980), que se suman a las obras de otros autores húngaros presentes desde hace años en la edición española, como László Passuth o István Örkény.