Las relaciones entre la Iglesia católica y el Patriarcado ortodoxo de Moscú han mejorado en el último año, según se desprende del tono del comunicado conjunto publicado tras la última reunión bilateral, que se celebró en el Vaticano los días 12 y 13 de enero.
Si bien la delegación rusa volvió a poner sobre el tapete el problema de lo que considera «invasión católica» en los territorios de la antigua Unión Soviética, zona de influencia del Patriarcado, la protesta fue mucho menos polémica que la formulada durante el encuentro precedente, que tuvo lugar en Moscú en enero de 1995.
En esta ocasión, la delegación rusa reconoce los esfuerzos del Vaticano por aplicar las orientaciones contenidas tanto en documentos de la Santa Sede como en acuerdos bilaterales (ver servicio 18/95). Se afirma, de todas formas, «que la práctica no siempre refleja tales orientaciones y surgen, por tanto, tensiones entre ambas comunidades».
Las delegaciones concuerdan en que es preciso intensificar la difusión de algunos de esos criterios, que ayudan a comprender «las razones por las cuales la acción pastoral no debe tender a hacer pasar los fieles de una Iglesia a la otra», y a poner de relieve «el respeto que merecen la pertenencia eclesial de los fieles y las tradiciones espirituales que han heredado de la historia».
La delegación rusa estuvo presidida por el metropolita Kirill, de Smolensk y Kaliningrado, presidente del Departamento para las relaciones eclesiásticas exteriores del Patriarcado de Moscú. Kirill fue recibido en audiencia por Juan Pablo II, convirtiéndose así en el primer miembro de la alta jerarquía rusa que se entrevista con el Papa después del enfriamiento de las relaciones ocurrido en 1991.
Con ocasión de esta reunión bilateral hubo rumores también sobre la posibilidad de que Juan Pablo II y el Patriarca ruso Alexis II tuvieran su primer encuentro en Hungría, concretamente en la abadía de Pannonhalma, que celebra su milenario el próximo mes de junio. Su abad, el obispo católico Asztrik Varszegi, ha invitado para esa ocasión tanto al Papa como al Patriarca, con quien mantiene óptimas relaciones.
De todas formas, para evitar falsas ilusiones, la Santa Sede hizo saber que el «deseado encuentro no podrá celebrarse en esa ocasión, sino que se desarrollará en una fecha y lugar todavía sin determinar». Los tiempos no están maduros, pero es significativo que se comience a hablar de la reunión. Según algunas fuentes, los problemas proceden sobre todo del interior de la Iglesia rusa, donde el ala ultra-nacionalista ortodoxa ha acusado directamente al Patriarca de ser excesivamente filo-católico.
Fricciones entre ortodoxos
Pero no se crea que los conflictos religiosos en Europa oriental están motivados sólo por la presencia católica. La Iglesia ortodoxa de Ucrania está dividida en cuatro obediencias, surgidas de diversos cismas producidos entre el siglo XVII y principios del XX. Algunas quieren independizarse del Patriarcado de Moscú, y éste acusa al de Constantinopla de alentar las tendencias secesionistas.
Otra disputa del mismo género ha surgido en Estonia. Este país báltico, de mayoría luterana, tiene también una Iglesia ortodoxa a la que pertenece alrededor de un tercio de la población. Tras la invasión soviética (1944), esta Iglesia fue transferida, con todos sus bienes, al Patriarcado de Moscú. Desde que Estonia recobró la independencia, en 1991, la jerarquía ortodoxa del país reclama la restitución de sus templos y demás propiedades. El Patriarcado de Moscú, apoyado por el gobierno ruso, se niega, mientras Constantinopla ve con simpatía las exigencias estonias.
En los dos casos, el patriarcado ruso considera que Constantinopla intenta sustraerle Iglesias bajo la jurisdicción de Moscú. Las fricciones entre ambas sedes han causado un deterioro de las relaciones, que se hizo patente en el reciente concilio ortodoxo de Patmos (ver servicio 127/95).