“La literatura no tiene hoy un puesto de honor en nuestra sociedad”, escribe Tzvetan Todorov, filósofo del lenguaje y crítico literario, en el diario italiano La Stampa (18 abril 2008). En sus líneas hace una sugerente crítica del predominio actual de la literatura nihilista.
Todorov alude a su pasado en la Bulgaria comunista de los años cincuenta, “donde se verificaba una curiosa inversión del papel que desempeñaban los libros”. Entonces “los periódicos y los libros contemporáneos, que habrían debido contar el mundo en el que vivíamos, hablaban en realidad de un mundo imaginario, donde los trabajadores felices vivían junto a campesinos sonrientes, todos perfectamente unidos por el amor al comunismo, a la patria y al gran hermano soviético”.
Contra esas falsas lecturas de la realidad, se revalorizaba otra literatura: “Eran los clásicos -Gogol o Dostoievski, Balzac o Stendhal, Cervantes o Shakespeare- los que contaban la verdad y no mundos de fantasía como cabía pensar. Ellos no mentían, no falsificaban, no buscaban complacer a los poderosos de turno. Parecían tener otros objetivos: comprender mejor la condición humana, distinguir el bien del mal, enriquecer el mundo con sentido y belleza. La literatura llevaba a mirar mejor dentro de nosotros mismos y a transformarnos. No era solo una diversión, nos ayudaba a vivir”.
Desde esta reflexión, se refiere al momento actual de la literatura en el París que ahora habita y se pregunta por las razones que explican la pérdida de prestigio que sufre hoy la literatura. Todorov apunta una: “Parece como si entre la literatura y el mundo exterior no existiese ninguna relación significativa, como si se hubiese producido una ruptura entre la realidad que relata y aquella en la que viven el escritor y sus lectores”. Y apunta hacia una tendencia filosófica que inunda hoy la literatura: “Se puede encontrar un indicio de esta ruptura en el espacio creciente que ocupa lo que podemos llamar la corriente literaria nihilista. Incluyo aquí aquellas obras que presentan el mundo bajo la única presencia de fuerzas destructivas, de violencia, de crueldad. Un mundo abominable, una existencia horrible, de seres humanos únicamente dedicados a la barbarie”.
Todorov comprende que puedan existir autores que “se sientan disgustados de la vida y no vean de ella más que los aspectos más siniestros”. Pero dirige más bien su reproche a una crítica literaria que premia esta tendencia: “Lo que encuentro más sorprendente es la acogida favorable que reservan a esta concepción del mundo aquellos que deberían orientar a los lectores en sus elecciones y juicios. Me refiero a los críticos de los periódicos y revistas”. Luego pasa a los ejemplos: “Un autor es alabado por saber ‘mostrar el género humano en toda su decadencia’, y por su ‘conmovedora crueldad’. En esa misma página, un segundo autor viene aclamado por haber librado al mundo ‘de los engaños del amor, de las vilezas que se dan en la vida de pareja o de la violencia handicapante de las madres’. Y así, página tras página, una semana y otra”.
“¿Es necesario concluir -termina preguntándose Todorov- que los lectores y los escritores deben renunciar en su vida a estos ‘viles remedios’ del amor pasional, conyugal, paterno o materno? ¿O, por el contrario, que son precisamente estos valores los que nos garantizan una buena vida mientras que su negación asegura una buena literatura?”.
Esta separación en compartimentos estancos entre lo real y lo imaginario contribuye al descrédito de la literatura, advierte Todorov.