Situación y perspectivas de la población mundial
¿Puede mantener el planeta a una población creciente? ¿El crecimiento demográfico pone en riesgo el desarrollo o lo estimula? Son preguntas que dividen a los expertos y que vuelven a plantearse estos días, cuando se reúne en Nueva York el comité preparatorio de la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, que se celebrará en El Cairo en septiembre. Para tener elementos de juicio, es importante conocer la situación y perspectivas de la población mundial. Éste es el tema de la ponencia presentada por Gérard-François Dumont, profesor de la Universidad de París-Sorbonne y director del Instituto de Demografía Política, en el Congreso Internacional UNIV, que acaba de tener lugar en Roma con la participación de cinco mil universitarios. Ofrecemos un resumen de su conferencia.
El crecimiento demográfico de los siglos XIX y XX no se ha debido a una fecundidad más alta que en los siglos precedentes, sino a la baja de la mortalidad a causa del progreso económico y sanitario.
En el siglo XX, en los países del Sur ha sido posible aplicar métodos ya experimentados en los países del Norte, como las vacunaciones sistemáticas. La diferencia entre una mortalidad en rápido descenso y la natalidad constante ha proporcionado un crecimiento vegetativo elevado, hasta llegar en 1993 a una población mundial estimada en 5.500 millones de habitantes.
En el conjunto del mundo, la tasa de crecimiento demográfico ha alcanzado un máximo anual del 2,1% a fines de los años sesenta. Después esta tasa ha experimentado una desaceleración. Por lo tanto, la curva de crecimiento de la población mundial no es exponencial, como se temía, sino que tiene más bien la forma de una curva logística. Nos encontramos con el esquema habitual de la transición demográfica.
Fecundidad en baja
Este esquema muestra que la evolución demográfica de los diferentes países pasa al principio por un fuerte crecimiento. La duración de esta primera fase ha sido particularmente corta en los países del Sur, que se han beneficiado en pocas décadas de los progresos acumulados por el Norte desde hace más de un siglo. En una segunda fase, la mortalidad no baja ya al mismo ritmo y la natalidad comienza a adaptarse a las nuevas condiciones de la mortalidad.
La diferencia entre natalidad y mortalidad se reduce, y la tasa de crecimiento disminuye. Así, de 2,11% en 1968, bajó a 2,04 en 1970, a 1,97 en 1975, a 1,75 en 1980 y a menos de 1,7 en 1993. Aunque se trate todavía de tasas no desdeñables, la tendencia es indudable. Frente a lo que algunos podrían calificar de lenta evolución, hay que tener en cuenta la lógica de larga duración de los fenómenos demográficos.
En los años ochenta, pues, la segunda fase de la transición demográfica -es decir, una baja significativa de la natalidad, consecutiva al retroceso de la mortalidad- se difunde prácticamente en todo el mundo, incluidos países que algunos expertos consideraban destinados a tener una fecundidad inevitablemente alta, como los países musulmanes. De 1981 a 1993, la fecundidad baja el 34% en Turquía, el 33% en Argelia, el 17% en China, el 29% en México, el 40% en Brasil…
Después de la «transición»
En cuanto a los países del Norte, el periodo de «transición» ha terminado. La situación posterior a la «transición» es una incógnita, pues nada permite afirmar que se llegue a un régimen demográfico regular. Una vez que la evolución de las poblaciones ya no depende de los imperativos de la mortalidad, el factor explicativo esencial es a partir de ahora la fecundidad. Y los índices de fecundidad han caído prácticamente en todos los países de Europa por debajo del nivel necesario para la sustitución de generaciones (con la excepción de Groenlandia, Irlanda, Suecia y Albania).
La situación es semejante en cuatro países de la antigua URSS (Bielorrusia, Georgia, Rusia y Ucrania) y en América del Norte. Se repite igualmente en Australia, en la mayoría de los países de Asia del Este (China, Corea del Sur, Hong Kong, Japón, Macao y Taiwán) y en diferentes países del Caribe. Los bajos niveles de fecundidad registrados en el conjunto de estos territorios tienen consecuencias demográficas inmediatas y otras a plazo.
En lo inmediato, la proporción de los menores de veinte años disminuye. En las regiones con una estructura por edades bastante envejecida, la mortalidad es superior a la natalidad y el saldo natural es negativo. Así ha ocurrido en 1992 en Estonia, Letonia, Alemania, Bulgaria, Hungría.
En cuanto a las consecuencias a un plazo más largo, unas son seguras y otras dependen de los comportamientos futuros. Es seguro que algunas generaciones serán menos numerosas que las precedentes, con el consiguiente envejecimiento de la población activa y una menor proporción de activos respecto a los jubilados. Es todavía incierto el nivel eventual de despoblación en el caso de que perduren los bajos índices de fecundidad.
Cifras no siempre fiables
A la hora de prever el porvenir de la población mundial, hay que tener en cuenta las ventajas y los puntos débiles de la prospectiva aplicada a la demografía.
Entre sus ventajas está un conocimiento aparentemente bueno de los datos actuales. La lógica de la larga duración propia de la demografía da también grandes certezas para el porvenir: por ejemplo, los habitantes del planeta que tendrán 27 años o más en el 2020 han nacido ya todos en 1993. Por otra parte, los movimientos que afectan a una población (nacimientos, muertes, saldo migratorio) no presentan cada año más que cambios limitados con relación a la población existente. Y la tendencia de su variación puede ser más o menos deducida de sus evoluciones en el curso de los últimos años. En este sentido, los fenómenos demográficos tienen una gran inercia.
Entre los puntos débiles, hay que tener en cuenta que muchas regiones apenas tienen Registro civil o bien lo tienen con muchas deficiencias. Las cifras oficiales no son totalmente fiables, sino órdenes de magnitud que pueden a veces ser discutibles.
Después está la tendencia de los dirigentes de algunos países a hinchar las cifras por razones políticas. Así, ha sido preciso revisar los resultados de los censos de la ex URSS, falsificados por Stalin para enmascarar la mortalidad debida primero a las purgas y después al retroceso de las condiciones sanitarias. Algunos dirigentes del Tercer Mundo han inflado el censo para obtener mayores ayudas por parte de los organismos internacionales.
Por otra parte, toda prospectiva tiende de modo casi inevitable a adoptar la lógica del momento presente, lógica que difícilmente puede tener en cuenta las eventuales alteraciones. Así, en el pasado reciente, pocos previeron la rapidez de la baja de la mortalidad en el Tercer Mundo, la baja de la fecundidad en los países del Norte, el retorno localizado de ciertas epidemias y la aparición de una nueva pandemia.
Entre la «implosión» y la estabilización
Los demógrafos elaboran dos tipos de hipótesis que conducen a dos posibles evoluciones de la población mundial: la «implosión» y la estabilización. La implosión se basa en prolongar el estado actual de la fecundidad en los países del Norte. Esto conduciría al envejecimiento, a una despoblación y después al agotamiento demográfico. Si se supone que estos países adoptan progresivamente el tipo de fecundidad baja de Alemania -como han hecho ya Italia y España-, se llegaría a una disminución de la población del 2% anual.
Para estudiar la otra posibilidad, las Naciones Unidas elaboran periódicamente proyecciones demográficas. Las últimas, publicadas en 1992, proponen cinco evoluciones posibles según distintas hipótesis de fecundidad. Pero la ONU no considera más que una sola hipótesis de mortalidad: la esperanza de vida aumentaría regularmente hasta alcanzar en el conjunto del planeta 87,5 años para las mujeres y 82,5 para los hombres de aquí al año 2075. Retener sólo esta única hipótesis es discutible, ya que excluye todos los factores susceptibles de frenar el aumento de la esperanza de vida.
En lo que concierne a la fecundidad, las Naciones Unidas tienen en cuenta la baja de la fecundidad observada desde el fin de los años sesenta y la prolongan conforme al mecanismo de la transición demográfica. La variante de «baja» fecundidad desemboca en un índice de 1,7 niños por mujer en el 2025 y el de «alta» fecundidad en 2,5 hijos en el 2050.
Entre las diversas variantes, ¿hay que considerar más razonable la calificada de «media», según la cual la fecundidad se mantiene al nivel de la tasa de sustitución de las generaciones (2,1 hijos por mujer) cuando el estado sanitario es bueno? Nadie puede saberlo, ya que esta variante sólo es «media» desde un punto de vista matemático. Según esta variante, la población mundial sería 6.261 millones en el año 2000, y pasaría a 10.019 en el 2050, a 11.186 en el 2100 y a 11.543 en el 2150. Ésta es la variante que desemboca en la estabilización de la población mundial.
A estas proyecciones, útiles para reflexionar, se les puede reprochar que utilizan un único índice de fecundidad, aplicado al conjunto de la población mundial. Además, considerar, como en la variante media, un índice de 2,1 hijos por mujer en todos los países del mundo es olvidar que casi todos los países industrializados están ya por debajo del nivel de sustitución de las generaciones.
Balance de la primera revolución
El balance de la primera revolución demográfica de los siglos XIX y XX puede resumirse en tres puntos:
1. El retroceso de la mortalidad ha permitido un aumento inédito y considerable de la esperanza de vida; considerada en el momento del nacimiento, se ha duplicado o triplicado, según los distintos países.
2. Este aumento de la duración de la vida de los hombres, combinada con una diferencia importante entre las tasas de natalidad y de mortalidad cuando los países atraviesan la primera fase de la transición demográfica, ha conducido a un crecimiento importante de la población mundial: más del 71% en el siglo XIX, más del 224% en el siglo XX.
3. Estas evoluciones han tenido como resultado el asentamiento de población en regiones que estaban casi vacías en 1800 y han contribuido a una urbanización sin precedentes.
Evoluciones casi seguras
Si limitamos la prospectiva a un plazo asequible al hombre, digamos unos cincuenta años, tres evoluciones parecen casi seguras.
1. Habida cuenta de los progresos realizados y esperados en cuanto al retroceso de la mortalidad, el crecimiento global de la población mundial es casi seguro, aunque sólo fuera por el efecto de la velocidad adquirida, salvo catástrofes importantes de amplitud inimaginable. El crecimiento esperado no sería comparable, al menos en porcentaje, con el del siglo XX, ya que podría ser tres veces menor.
2. Esta evolución global esconde realidades muy diferentes, sobre todo las que distinguen a los países industrializados (antiguos o nuevos) respecto a los otros. En los primeros se va a acentuar en proporciones importantes el envejecimiento de la población. Muchos de ellos, salvo una nueva prolongación significativa de la longevidad (que no dejaría de plantear otros problemas) y salvo un restablecimiento espectacular de su fecundidad, van a experimentar una disminución de la población, incluso una despoblación de ciertas regiones, susceptible de generar migraciones.
3. Los países en desarrollo, al contar con una población joven, van a registrar un crecimiento demográfico significativo, a pesar de una baja progresiva de la fecundidad y del mantenimiento o la aparición de una mayor mortalidad en ciertas regiones.
Los futuros posibles
En los próximos cien años, los futuros posibles de la población mundial oscilan entre dos evoluciones que parecen constituir la base y el techo.
La base sería la variante de la «implosión demográfica». Cabe preguntarse si no han adoptado ya esta dirección los países que tienen de modo duradero una fecundidad igual o inferior a 1,7 hijos por mujer, lo que conduciría a una disminución natural del 20% de su población en cada generación (es decir, cada 25 ó 30 años).
Esta variante sólo podría generalizarse a nivel mundial si los países del ex Tercer Mundo que alcanzasen el desarrollo y terminaran su transición demográfica adoptaran las pautas demográficas de sus predecesores, a semejanza de Japón y los Dragones asiáticos.
El techo se alcanzaría si, en las estructuras de la población mundial, se registrara el fin de la primera revolución demográfica, es decir, del retroceso considerable de la mortalidad, acompañada de una fecundidad que seguiría siendo no desdeñable.
Aunque cabe pensar que la variante de la «implosión demográfica» llevada al límite roza el absurdo, la utilización de esta fórmula tiene un interés pedagógico: hace preguntarse qué sentido tiene a su vez la fórmula tan utilizada de la «explosión demográfica».
Permite también conservar el espíritu crítico frente a una vulgata neomalthusiana que tiende a considerar que el porvenir está escrito en el juego de las progresiones geométricas. Sin que algunos lleguen a plantearse la posibilidad de una baja rápida, incluso acelerada, de la fecundidad en el Tercer Mundo, aunque se manifieste ya en numerosos países.
Permite igualmente interrogarse sobre los riesgos de un alza de la mortalidad, cuando el surgimiento de enfermedades endémicas o la desorganización de la economía han mostrado en diferentes regiones que no hay que descartar esta posibilidad.
La fiabilidad de las estadísticas de población: el caso de Nigeria
En 1982, según el Banco Mundial, Nigeria tenía 90,6 millones de habitantes. En 1991, el Population Reference Bureau que establece la estadística World Population Data Sheet, daba a Nigeria 122,5 millones.
En noviembre de 1991, Nigeria realiza un censo que, por los métodos y medios utilizados, se puede considerar el primer censo fiable de la historia del país. El resultado es que hay 88,5 millones de habitantes, es decir, 34 millones menos que el total difundido poco antes.
Esto obliga a revisar todas las estadísticas demográficas anteriores y sobre todo las tasas de crecimiento, así como los datos económicos. La renta per cápita resulta entonces superior en un 38% a la calculada según las estimaciones precedentes.