La negativa de un inmigrante marroquí en España a que su hija fuera a la escuela sin el pañuelo islámico (hiyab) ha desencadenado una polémica nacional sobre la integración escolar de alumnos musulmanes y el uso de signos de identidad cultural y religiosa. En otros casos, no ha habido ningún problema para que chicas musulmanas asistan a clase con hiyab. En Francia, que afrontó estos problemas ya en 1989, las polémicas de entonces han dado paso a una normalización de la presencia musulmana en la escuela, donde el principio de la laicidad se acomoda con la flexibilidad práctica.
El caso estalló cuando un inmigrante marroquí, que acababa de traer a su familia a España, solicitó plaza para su hija Fátima de 13 años en un centro público de Primaria. Pero la Comisión de Escolarización de San Lorenzo de El Escorial (Madrid), donde reside la familia, consideró que debía ser escolarizada en Secundaria en un colegio de enseñanza concertada de las religiosas Concepcionistas. La directora del colegio, sin plantear ningún tipo de problema, dijo al padre que la niña debía llevar el uniforme del colegio y que si carecía de medios para comprarlo se lo ofrecerían gratis. Pero la niña no acudió más al colegio. El padre alegó que su hija solo iría a un colegio donde pudiera ir con el hiyab y sin uniforme.
Al trascender el caso y magnificarse por la atención periodística, las autoridades educativas decidieron que la niña fuera escolarizada en un centro público de Secundaria. La directora de este instituto aceptó que la niña estudiara allí, pero sin llevar el pañuelo, que a su juicio es «un signo de discriminación sexual». Finalmente las autoridades educativas impusieron su criterio de que la niña fuera escolarizada en el centro público «sin condicionamientos», es decir, permitiendo que llevara el hiyab. De hecho, otras niñas lo llevan en otros colegios sin problemas. Los propios estudiantes del instituto donde estudiará Fátima declaran a la prensa que «nos parece exagerado que un pañuelo dentro de las aulas pueda molestar o sorprender a nadie». Aunque la polémica ha amainado, ha servido para suscitar el debate sobre la integración de los alumnos musulmanes en la escuela.
Normalización en Francia
Si de algo sirve la experiencia ajena, es interesante observar la evolución producida en Francia, que cuenta con cinco millones de musulmanes y donde la polémica del pañuelo islámico se dio ya en 1989. Tras no haber sido admitidas en la escuela algunas chicas que querían ir con el pañuelo, el caso llegó al Consejo de Estado, tribunal constitucional. El Consejo de Estado decidió en 1989 que el uso de signos religiosos en la escuela no es en sí mismo incompatible con la laicidad, a condición de que no signifiquen ostentación, de modo que perturben el funcionamiento de la escuela. La interpretación de este criterio ha provocado decisiones variadas en los centros, a veces con expulsiones de alumnas, decisiones recurridas ante los tribunales. En posteriores sentencias, el Consejo de Estado reafirmaba en 1995 que el pañuelo islámico no es por sí mismo una ostentación de signos religiosos: depende de las circunstancias, que las autoridades académicas deben valorar en cada caso.
Otra circular del Ministerio de Educación precisaba en 1989 que un alumno no puede negarse a estudiar ciertas materias o dispensarse de algunas asignaturas por motivos ideológicos o religiosos (a veces se han planteado problemas con las clases de gimnasia o música).
Con el paso del tiempo la polémica del velo se ha diluido. Sin embargo, los signos de identidad musulmana en la escuela están más presentes que antes. Cada vez más alumnos musulmanes dejan de acudir al comedor escolar durante el Ramadán, y los menús tienen en cuenta las peculiaridades islámicas.
En un reciente número de Le Monde de l’Education (XII 2001), que contiene un dossier sobre «Islam, escuela e identidad», se lee que, doce años después de las primeras polémicas sobre el velo islámico, «el islam y la escuela republicana cohabitan casi pacíficamente. La escuela ha comprendido que los signos de pertenencia a la religión musulmana no son tanto una contestación de su laicidad original como manifestaciones de una cultura minoritaria que quiere hacerse un lugar en la sociedad. Porque las culturas que componen una Francia plural necesitan una visibilidad en el espacio público».
En otros países europeos, como Holanda, las alumnas musulmanas van a clase con el velo sin ningún problema. Además, gracias a la respetuosa legislación sobre libertad de enseñanza, la comunidad islámica ha ido creando escuelas propias subvencionadas en paridad con la escuela pública. En 1999 había 30 escuelas primarias islámicas y una de secundaria para una población de 500.000 musulmanes (cfr. servicio 138/99).
Menos flexibilidad hay en Singapur, donde también en estos días ha sido noticia el pañuelo islámico, según informa The Straits Times. Cuatro niñas no han sido admitidas en la escuela porque sus padres insisten en que lleven el pañuelo islámico con el uniforme. El gobierno de Singapur considera que, en una sociedad multiétnica y multirreligiosa, la escuela debe dar a los niños su sentido de pertenencia a una comunidad más amplia, la de Singapur. Allí, los chinos son el 76,7% de la población, los malayos (generalmente musulmanes) el 14%, los hindúes el 7,9% y otros el 1,4%.
En Singapur el uniforme es la regla, y no está permitido que en la escuela se utilicen signos externos de identidad cultural o religiosa específica. Algunos han observado que, si el velo islámico es anatema, también debería serlo el turbante de los chicos sij, una práctica admitida desde los tiempos coloniales. Pero el gobierno de Singapur, siempre muy ordenancista, no está dispuesto a admitir excepciones.