La esperada encíclica «Laudato si’» presenta, desde una perspectiva de fe, cómo vivir hoy la responsabilidad del cuidado de la Tierra. Ofrecemos una visión de conjunto.
“¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?”. Esta pregunta está en el centro de Laudato si’, la esperada encíclica del Papa Francisco sobre el cuidado de la casa común. “Esta pregunta –continúa– no afecta solo al ambiente de manera aislada” y nos conduce a interrogarnos sobre el sentido de la existencia y de la vida social: “¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra?”: “Si no nos planteamos estas preguntas de fondo –dice el Pontífice–, no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan obtener resultados importantes”.
La encíclica toma su nombre de la invocación de san Francisco, “Laudato si’, mi Signore”, en el Cántico de las creaturas que recuerda que la tierra, nuestra casa común, “es también como una hermana con la que compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos”.
“Conversión ecológica”
Pero ahora esta tierra maltratada y saqueada clama. El Papa Francisco nos invita a escucharlos, llamando a todos y cada uno a una “conversión ecológica”, según expresión de san Juan Pablo II. Al mismo tiempo, el papa Francisco reconoce que “se advierte una creciente sensibilidad con respecto al ambiente y al cuidado de la naturaleza, y crece una sincera y dolorosa preocupación por lo que está ocurriendo con nuestro planeta”. Esto permite una mirada de esperanza que atraviesa toda la encíclica: “La humanidad tiene aún la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común”; “el ser humano es todavía capaz de intervenir positivamente”.
El Papa se dirige a los fieles católicos, retomando las palabras de Juan Pablo II: “Los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe”; pero se propone “especialmente entrar en diálogo con todos sobre nuestra casa común” para afrontar y resolver los problemas.
Desde el principio, el Papa reconoce que “la reflexión de innumerables científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales (ha) enriquecido el pensamiento de la Iglesia sobre estas cuestiones” e invita a todos a reconocer “la riqueza que las religiones pueden ofrecer para una ecología integral y para el desarrollo pleno del género humano”.
El recorrido de la encíclica se desarrolla en seis capítulos.
“La Iglesia no pretende definir las cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero invito a un debate honesto y transparente, para que las necesidades particulares o las ideologías no afecten al bien común”
Capítulo 1: “Lo que está pasando a nuestra casa”
El primer capítulo hace un balance de la situación actual, asumiendo los descubrimientos científicos más recientes en materia ambiental. Se acometen así “varios aspectos de la actual crisis ecológica”.
EI cambio climático: “El calentamiento es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad”. Si “el clima es un bien común, de todos y para todos”, el impacto más grave de su alteración recae en los más pobres, pero muchos de los que “tienen más recursos y poder económico o político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas, tratando sólo de reducir algunos impactos negativos del calentamiento”.
La cuestión del agua: El Papa afirma que “el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos”.
La pérdida de la biodiversidad: “Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre”. No son sólo eventuales “recursos” explotables, sino que tienen un valor en sí mismas. En esta perspectiva “son loables y a veces admirables los esfuerzos de científicos y técnicos que tratan de aportar soluciones a los problemas creados por el ser humano”, pero esa intervención humana, cuando se pone al servicio de las finanzas y el consumismo, “hace que la tierra en que vivimos se vuelva menos rica y bella, cada vez más limitada y gris “.
La deuda ecológica: en el marco de una ética de las relaciones internacionales, la encíclica indica que existe “una auténtica deuda ecológica”, sobre todo del Norte en relación con el Sur del mundo. Frente al cambio climático hay “distintas responsabilidades”, y son mayores las de los países desarrollados.
El Papa Francisco se muestra profundamente impresionado por la “debilidad de las reacciones” frente a los dramas de tantas personas y poblaciones”. Faltan una cultura adecuada y la disposición a cambiar de estilo de vida, producción y consumo, a la vez que urge “crear un sistema normativo que (…) asegure la protección de los ecosistemas”.
“La ecología humana implica la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno”
Capítulo 2: El Evangelio de la creación
Para afrontar la problemática ilustrada en el capítulo anterior, el Papa Francisco relee los relatos de la Biblia, ofrece una visión general que proviene de la tradición judeocristiana y articula la “tremenda responsabilidad” del ser humano respecto a la creación.
En la Biblia, “el Dios que libera y salva es el mismo que ha creado el universo”, y “en él se conjugan amor y poder”. El relato de la creación es central para reflexionar sobre la relación entre el ser humano y las demás creaturas, y sobre cómo el pecado rompe el equilibrio de toda la creación en su conjunto. “Estas narraciones sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Según la Biblia, las tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado”.
Luego el Papa responde a una acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano: “se ha dicho que, desde el relato del Génesis que invita a «dominar» la tierra (cf. Gn 1,28), se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas”.
Para leer los textos bíblicos en su contexto, el Papa recuerda que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo (cf. Gn 2,15)”. Mientras «labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras”.
Que el ser humano no sea patrón del universo “no significa equiparar a todos los seres vivos y quitar al hombre aquel valor peculiar que lo caracteriza”; y “tampoco supone una divinización de la tierra”. En esta perspectiva “no puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos”. Es necesaria la conciencia de una comunión universal: “creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, (…) que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde”.
Concluye el capítulo con el corazón de la revelación cristiana: el “Jesús terreno” con su “relación tan concreta y amable con las cosas” está “resucitado y glorioso, presente en toda la creación con su señorío universal”.
“El sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las Cumbres mundiales sobre medio ambiente”
Capítulo 3: La raíz humana de la crisis ecológica
Este capítulo presenta un análisis de la situación actual “para comprender no sólo los síntomas sino también las causas más profundas”.
Un primer fundamento del capítulo son las reflexiones sobre la tecnología: se le reconoce con gratitud su contribución al mejoramiento de las condiciones de vida, aunque también “dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero”. Son justamente las lógicas de dominio tecnocrático las que llevan a destruir la naturaleza y a explotar a las personas y las poblaciones más débiles. “El paradigma tecnológico también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la política”, impidiendo reconocer que “el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral y la inclusión social”.
En la raíz de todo ello puede diagnosticarse en la época moderna un exceso de antropocentrismo: el ser humano ya no reconoce su posición justa respecto al mundo, y asume una postura autorreferencial, centrada exclusivamente en sí mismo y su poder. De ello deriva una lógica de “usa y tira” que justifica todo tipo de descarte, sea éste humano o ambiental, que trata al otro y a la naturaleza como un simple objeto y conduce a una infinidad de formas de dominio.
A esta luz, la encíclica afronta dos problemas cruciales para el mundo de hoy. Antes que nada el trabajo: “En cualquier planteamiento sobre una ecología integral, que no excluya al ser humano, es indispensable incorporar el valor del trabajo”.
La segunda se refiere a los límites del progreso científico, con clara referencia a los organismos genéticamente modificados (OGM), que son “una cuestión ambiental de carácter complejo”. Si bien “en algunas regiones su utilización ha provocado un crecimiento económico que ayudó a resolver problemas, hay dificultades importantes que no deben ser relativizadas”, por ejemplo “una concentración de tierras productivas en manos de pocos”. El Papa Francisco piensa en particular en los pequeños productores y en los trabajadores del campo, en la biodiversidad, en la red de ecosistemas. Es por ello necesaria “una discusión científica y social que sea responsable y amplia, capaz de considerar toda la información disponible y de llamar a las cosas por su nombre”, a partir de “líneas de investigación libre e interdisciplinaria”.
La esperada encíclica «Laudato si’» presenta, desde una perspectiva de fe, cómo vivir hoy la responsabilidad del cuidado de la Tierra. Ofrecemos una visión de conjunto.
Capítulo 4: Una ecología integral
El núcleo de la propuesta de la encíclica es una ecología integral que “incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea”. De hecho no podemos “entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida”. Esto vale para todo lo que vivimos en distintos campos: en la economía y en la política, en las distintas culturas, en especial las más amenazadas, e incluso en todo momento de nuestra vida cotidiana.
La perspectiva integral incorpora también una ecología de las instituciones. Con muchos ejemplos concretos el Papa Francisco ilustra su pensamiento: que hay un vínculo entre los asuntos ambientales y cuestiones sociales humanas, porque “no hay dos crisis separadas, una ambiental y la otra social, sino una única y compleja crisis socioambiental”.
Esta ecología ambiental “es inseparable de la noción del bien común”. En el contexto de hoy en el que “hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos”, esforzarse por el bien común significa hacer opciones solidarias sobre la base de una “opción preferencial por los más pobres”. Este es el mejor modo de dejar un mundo sostenible a las próximas generaciones, no con las palabras, sino por medio de un compromiso de atención hacia los pobres de hoy.
La ecología integral implica también la vida cotidiana, a la cual la encíclica dedica una especial atención, en particular en el ambiente urbano. Un desarrollo auténtico presupone un mejoramiento integral en la calidad de la vida humana: espacios públicos, vivienda, transportes, etc.
El papa Francisco subraya también que “la ecología humana implica también algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre» porque «también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo»”.
En esta línea, “la aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma”
Capítulo 5: Algunas líneas orientativas y de acción
Este capítulo afronta la pregunta sobre qué podemos y debemos hacer para “salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo”. Para el Papa Francisco es imprescindible que la construcción de caminos concretos no se afronte de manera ideológica, superficial o reduccionista. Para ello es indispensable el diálogo, término presente en el título de cada sección de este capítulo: “Hay discusiones sobre cuestiones relacionadas con el ambiente, donde es difícil alcanzar consensos. (…) la Iglesia no pretende definir las cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero invito a un debate honesto y transparente, para que las necesidades particulares o las ideologías no afecten al bien común”.
Sobre esta base el Papa Francisco no teme formular un juicio severo sobre las Cumbres mundiales sobre el ambiente de los últimos años no respondieron a las expectativas. Y se pregunta “¿por qué se quiere mantener hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?” Son necesarias formas e instrumentos eficaces de gobernanza global “para toda la gama de los llamados ‘’bienes comunes globales’ , dado que ‘la protección ambiental no puede asegurarse sólo en base al cálculo financiero de costos y beneficios. El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente”.
En particular, el estudio del impacto ambiental de un nuevo proyecto “requiere procesos políticos transparentes y sujetos al diálogo, mientras la corrupción que esconde el verdadero impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores suele llevar a acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente”.
Capítulo 6: Educación y espiritualidad ecológica
El capítulo final va al núcleo de la conversión ecológica a la que nos invita la encíclica. La raíz de la crisis cultural es profunda y no es fácil rediseñar hábitos y comportamientos. La educación y la formación siguen siendo desafíos básicos: “todo cambio requiere motivación y un camino educativo”.
El punto de partida es “apostar por otro estilo de vida”, que abra la posibilidad de “ejercer una sana presión sobre quienes detentan el poder político, económico y social”. Es lo que sucede cuando las opciones de los consumidores logran “modificar el comportamiento de las empresas, forzándolas a considerar el impacto ambiental y los modelos de producción”.
No se puede minusvalorar la importancia de cambiar los gestos y hábitos cotidianos, desde la reducción en el consumo de agua a la separación de residuos o el apagar las luces innecesarias.
Vuelve la línea propuesta en la Evangelii gaudium: “La sobriedad, que se vive con libertad y conciencia, es liberadora”. Asimismo, “la felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida”. De este modo se hace posible “sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos”.
Los santos nos acompañan en este camino. San Francisco, mencionado muchas veces, es el “ejemplo por excelencia del cuidado por lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría”. Pero la encíclica recuerda también a San Benito, Santa Teresa de Lisieux y al beato Charles de Foucauld.
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Este texto se basa en un resumen más amplio preparado por el Vatican Information Service.