Contrapunto
Las películas de dibujos animados producidas por Walt Disney no solían tener problemas con la censura. Pero El Rey León, que ahora aparece en las pantallas europeas, despertó mucha controversia al ser estrenada en Estados Unidos el pasado junio. Psicólogos, sociólogos, pediatras, periodistas pasaron la historia por una estrecha criba bajo la sospecha de que transmitía peligrosos estereotipos.
Unos descubrían signos de racismo por el hecho de que, en el conflicto entre leones y hienas, los primeros hablan un inglés de factura clásica, mientras que las segundas se caracterizan por un acento más propio de los ghettos negros y latinos. Otros creían ver una manifestación de homofobia porque precisamente el león malo y asesino se expresa con un fraseo amanerado como el de algunos homosexuales. ¿Y no es verdad que las leonas aparecen casi siempre como víctimas sumisas cuya única esperanza es que el macho venga a salvarlas? ¡Burdo sexismo! Si a eso se añade la violencia de algunas escenas -animales devorados, la muerte del Gran León pisoteado en una estampida…- se comprende que hay materia para replantearse la calificación de «apta para todos los públicos».
Todo esto nos hace comprender la difícil tarea de un cineasta de hoy que quiere hacer películas aptas también para niños. Para contentar a la censura de antes, bastaba con no traspasar ciertos límites en las efusiones amorosas. Ahora hay que evitar herir tantas y diversas sensibilidades (por no decir susceptibilidades) que se corre el riesgo de privar a los espectáculos de toda dimensión dramática. A este paso, Walt Disney tendrá que hacer remakesde Cenicienta y Blancanieves, para adaptarlas a los nuevos cánones.
Juan Domínguez