El auge en Europa de los partidos con una identidad ideológica muy marcada, populistas incluidos, ha sido una de las tendencias políticas más destacadas de 2015. Entretanto, el porcentaje de votantes oscilantes en Estados Unidos ha descendido a su mínimo histórico. Lo que ha provocado que los partidos pierdan interés por los votantes de centro y reorienten sus campañas a garantizar la lealtad de los afines.
En las recientes elecciones generales en España, Ciudadanos ha despegado como una fuerza de centro capaz de atraer a votantes desencantados de la derecha y, en menor medida, de la izquierda. Según un sondeo preelectoral realizado por el Instituto Carlos III-Juan March de Ciencias Sociales en colaboración con Kieskompas, de los que habían expresado su intención de votar a Ciudadanos en estas elecciones el 42,8% había votado antes al PP; el 18,8% a UPyD; el 10,9% al PSOE; y el resto, a otros o a ninguno.
Hoy se extiende la “militancia negativa”, un fenómeno que lleva a votar a un partido por miedo a que gane el rival
Pero el ascenso de Ciudadanos, con el 14% de los votos, no se ha traducido en un aumento del voto centrista. Como observan los politólogos Ignacio Jurado y Sandra León a partir de la última encuesta preelectoral del CIS, la entrada de la formación naranja en el centro ideológico ha tenido el efecto de desplazar a los electorados del PP y del PSOE (que suman entre ambos el 51% de los votos) hacia posiciones más a la derecha y a la izquierda, respectivamente. Al mismo tiempo, ha subido el voto más escorado a la izquierda, representado por Podemos y sus marcas asociadas, que obtienen el 21% de los votos.
Austeridad e inmigración
Este año también han girado más a la izquierda Grecia y Portugal, aunque con resultados electorales muy distintos. La crisis interna de Syriza tras la firma del tercer rescate desembocó en unas elecciones anticipadas el pasado septiembre. Alexis Tsipras revalidó su victoria con una amplia ventaja. En Portugal, en cambio, ganó las elecciones la coalición conservadora liderada por Pedro Passos Coelho. Pero ha acabado gobernando en minoría el socialista António Costa, gracias al apoyo de los cuatro partidos de la izquierda.
Un reciente análisis del New York Times atribuía el ascenso de la izquierda en España, Grecia y Portugal, y el consiguiente “vaciamiento del centro político”, al descontento ante las políticas de austeridad aprobadas durante la crisis.
En EE.UU., el porcentaje de votantes que cambian de partido pasó del 8% en las presidenciales de 2008 al 5% en 2012
Pero esta interpretación no es aplicable al resto de Europa, donde la mayor parte de los países están gobernados por partidos o coaliciones conservadoras. En las elecciones británicas del pasado mayo, por ejemplo, David Cameron logró una mayoría absoluta que nadie esperaba. Es cierto que las peculiaridades del sistema electoral favorecieron a los conservadores frente a los partidos minoritarios. Pero los tories sacaron una clara ventaja a los laboristas, otro partido al que premia el sistema.
También es llamativo –advierte Tim Wigmore en New Statesman– que la derecha se haya hecho fuerte en los países nórdicos, tradicionalmente el feudo de la socialdemocracia. Salvo en Suecia, donde gobierna una coalición de izquierdas desde septiembre de 2014, los conservadores se han hecho con el poder en Dinamarca, Noruega, Finlandia e Islandia.
En algunos de estos países, los partidos populistas de derechas han aprovechado la crisis para presentarse como los defensores del Estado del bienestar, supuestamente amenazado por las políticas migratorias de la izquierda. Este ha sido el discurso del Partido del Pueblo Danés, los Auténticos Finlandeses o los Demócratas Suecos.
Menos votantes de ida y vuelta
En EE.UU. la reducción del centro político se observa en el descenso del porcentaje de votantes oscilantes; es decir, aquellos que no se casan con ningún partido y que votan a uno u otro según lo que ofrezcan en cada elección.
Entre 1956 y 1980, el porcentaje de votantes que cambiaban de partido estaba por término medio en el 12%, una masa suficiente para decidir el resultado de unas elecciones, explica Peter Grier a partir de un estudio publicado en octubre por el American Journal of Political Science. Pero en las presidenciales de 2008, solo un 8,1% votó a un partido diferente del que eligió en 2004. En 2012, bajó al mínimo histórico, un 5,2%.
Salvo en Suecia, donde gobierna una coalición de izquierdas, los conservadores se han hecho con el poder en los países nórdicos
Lo paradójico es que, en los sondeos de los últimos años, cada vez menos personas se declaran republicanas o demócratas (aunque voten a esos partidos). Lo que sugiere, en opinión de Grier, que los votantes se están manteniendo fieles a un partido no porque les encante, sino porque les desagrada el otro. Los politólogos Alan Abramowitz y Steven Webster denominan a este fenómeno “militancia negativa”: más que premiar a un candidato con mi voto, lo que pretendo es frenar al rival.
Cuando los extremos mandan
Tanto el Partido Republicano como el Demócrata parecen haber tomado nota de esta tendencia, y hoy se muestran menos interesados en seducir al elector oscilante. En cambio, los candidatos de ambos partidos en la carrera a la nominación presidencial están repitiendo machaconamente los mensajes que caen bien a sus bases. Y así, mientras los republicanos insisten sobre todo en temas como la inmigración, el tamaño del Estado o la seguridad nacional, los demócratas están haciendo hincapié en el salario mínimo, las matrículas universitarias o los impuestos a los ricos.
La dinámica de estos partidos contribuye, a su vez, a polarizar el debate político. Se trata de “un círculo que se retroalimenta”, añade Grier. Si los partidos se dedican a agitar a los votantes que están en los extremos del arco ideológico, estos acabarán demandando candidatos con una identidad ideológica cada vez más marcada, empujando así a los partidos a los márgenes izquierdo o derecho.