La «bomba demográfica» no explotará
Durante treinta años, si se oía hablar del «problema demográfico», a casi nadie se le ocurría pensar en otra cosa que la «superpoblación». Pero esto ha resultado ser un mito que la realidad se está encargando de desmentir. Algunas voces han venido advirtiéndolo, pero era como predicar en el desierto. Ahora, la División de Población de la ONU está rectificando los cálculos, y lo que empieza a preocupar es el envejecimiento y posterior descenso de la población mundial.
Dos hechos poco difundidos en el año recién terminado revelan un notable cambio en las previsiones demográficas. Por una parte, la División de Población de la ONU publicó una nueva edición de su informe bienal. Ya era habitual que la ONU rebajara bastante sus previsiones de crecimiento demográfico cada vez que repasaba los cálculos. Pero en el último estudio, World Population Prospects: The 1996 Revision, pronostica no ya que la población mundial se estabilizará hacia mediados del siglo XXI, como dijo en ocasiones anteriores, sino que disminuirá, y que el descenso tendrá lugar en todas las zonas de la Tierra.
En segundo lugar, a principios de noviembre pasado, el mismo organismo convocó una reunión de demógrafos para estudiar los problemas de la población mundial. Por primera vez, el problema era, oficialmente, la baja de la fecundidad y el previsible descenso de población. Pues la caída de la natalidad es universal, y especialmente pronunciada en el Tercer Mundo.
Las previsiones dan un vuelco
Esta inversión de las estimaciones oficiales no ha ido acompañada por ningún clamor o alarma; pero no ha faltado quien tome nota. Entre otros, han publicado comentarios Nicholas Eberstadt, del Centro de Estudios sobre Población y Desarrollo de la Universidad Harvard (The Public Interest, otoño 1997); Ben Wattenberg, del American Enterprise Institute, autor del libro The Birth Dearth o «La carestía de nacimientos» (The New York Times Magazine y The Globe and Mail, 13-XII-97); el periodista británico Matt Ridley (The Sunday Telegraph, 9-XI-97), y The Economist (20-XII-97) en un artículo especial dedicado a las siempre equivocadas jeremiadas ecológicas.
Veamos primero la evolución de las estimaciones. Hacia 1960, la ONU disparaba la alarma con una predicción de aumento demográfico indefinido, casi exponencial, y por tanto insostenible. Veinte años después, la «explosión» se había convertido en un crecimiento asintótico hacia un máximo de 15.000 millones de habitantes en torno al año 2050. Luego, el tope quedó en 12.000 millones y más tarde, en unos 10.000 millones. Según la nueva previsión, la población mundial alcanzará un máximo de 9.400 millones de habitantes a mediados del siglo XXI, y después empezará a bajar.
¿Qué ha ocurrido para que las predicciones hayan dado tal vuelco? Según The Economist, en realidad no ha pasado nada: no ha cambiado la tendencia, sino la información sobre ella. Otros señalan, aparte de que se ha dejado de exagerar como antes, distintos factores que han podido influir en la reducción de la fecundidad. Ninguno atribuye el peso decisivo a las campañas de control de la natalidad, aunque Wattenberg cita el aborto y los anticonceptivos entre las causas. Pero piensa, y Ridley también, que la caída de la natalidad se debe ante todo a factores naturales y sociales que habrían producido efectos parecidos con independencia de la anticoncepción.
El primer factor es el descenso de la mortalidad infantil: cuando era más alta, lógicamente las familias tenían más hijos. Por otro lado, influye el aumento de la población urbana: en el campo suele ser más fácil y barato mantener una familia numerosa. La prolongación de los estudios hace que se retrase el matrimonio. En los países desarrollados, parece haberse extendido una mentalidad para la que mantener cierto nivel de vida importa más que tener una familia numerosa o media. Lo que supone una paradoja que señala Wattenberg: «En la época más acomodada de la historia, muchos jóvenes dicen que no pueden permitirse tener dos hijos».
En conclusión, dice Ridley, las campañas de control de la natalidad nunca estuvieron justificadas. Tras poner como ejemplo la política china del hijo único por pareja, escribe el comentarista: «Nunca hizo falta ese mundo feliz fascista, por más que organizaciones como Planned Parenthood o Zero Population Growth trataran de imponérnoslo».
Fecundidad en baja
Así pues, la «nueva crisis demográfica» o «nuevo problema de población», como se ha llamado en la reunión de noviembre en Nueva York, es el progresivo envejecimiento, consecuencia de la caída de la fecundidad. Este problema afecta ya a 51 países y pronto aparecerá en 37 más; y en esas naciones viven dos tercios de la actual población mundial.
El problema se llama «nuevo» porque, dice Wattenberg, «nunca había bajado la fecundidad tan deprisa, durante tanto tiempo y hasta un nivel tan bajo». La tasa de fecundidad media del planeta, que en 1950 se estimaba en 5 hijos por mujer, ha pasado a 4 en 1975, a 2,9 en 1990 y a 2,8 en 1996. Este promedio esconde marcadas diferencias entre unas regiones y otras; pero lo más notable es que hacia el año 2035, según la División de Población de la ONU, en todas las regiones la fecundidad estará por debajo del mínimo necesario para el reemplazo de generaciones (2,1 hijos por mujer). De todas formas, la tendencia se podía adivinar desde hace tiempo: así, de 1965 a 1993, la fecundidad sólo aumentó en 11 países, casi todos africanos y todos con baja densidad de población.
No habrá reemplazo de generaciones
Si se atiende a los distintos grupos de países, el panorama general no cambia, pero aparecen otros aspectos relevantes.
En los países desarrollados, a principios de esta década la fecundidad estaba en 1,7 hijos por mujer, y ahora está en 1,5. La previsión es que en diez años más baje a 1,4 hijos por mujer.
En los países en desarrollo, la fecundidad era de 3,3 hijos por mujer en 1990. Ahora la ONU cree que se reducirá a 2 hijos por mujer en el 2020 y a 1,6 en el 2050.
Y en los que la ONU llama países menos desarrollados, la evolución será, según parece: más de 5 hijos por mujer en 1990, 4 en el 2010, 3 en el 2020 y menos de 2 en el 2035.
Según estas estimaciones, la población mundial comenzará a disminuir dentro de unos 40 años. Entre el 2040 y el 2050, el descenso será de 85 millones de personas; después, equivaldrá a un 25% por generación. Esto significa, como señala Eberstadt, que en la segunda mitad del próximo siglo, el mundo en conjunto tendrá una tasa neta de reproducción muy parecida a la que hoy registran los países desarrollados, que es de 0,7 (o sea, cada generación es un 30% más pequeña que la anterior).
Todo esto supondrá un notable cambio en la distribución de la población mundial, cosa que también subraya Eberstadt, por las posibles consecuencias geopolíticas y migratorias. Actualmente, la proporción entre los habitantes de países en desarrollo y los de países desarrollados es 4 a 1; en el 2050 será 7 a 1. Lo mismo se observa al comparar continentes: por ejemplo, hoy viven tantas personas en Europa (incluida Rusia) como en África; en el 2050, los africanos triplicarán en número a los europeos.
Envejecimiento global
Más decisivo que el total de personas es la distribución por edades. En esto se detienen los comentaristas.
A la vista de los datos actuales de fecundidad, se puede suponer que la edad media de la población mundial (25 años en 1995) aumentará hasta 42 años a mediados del siglo próximo. El envejecimiento será muy marcado en países como Italia (58 años de edad media), Alemania (55 años) o Japón (53 años).
Sin embargo, el problema no es el aumento del número de ancianos, ni siquiera la edad media en sí, sino el drástico adelgazamiento de la pirámide de población en la base. Pues esto supone una insuficiente renovación demográfica que va reduciendo el número de activos capaces de sostener y atender a los mayores. Con respecto a este punto, en torno al 2050 el mundo conocerá una situación inédita: la proporción entre mayores de 65 años y niños menores de 5 años será de 8 a 1 en los países desarrollados y de 3 a 1 en los países actualmente en desarrollo.
¿Qué ocurrirá entonces? Cometeríamos el mismo error que las nereidas de antes si tocáramos a rebato contra el suicidio o la depauperación demográfica de la humanidad. Al fin y al cabo, la debilidad de las proyecciones pasadas invitan a un cierto escepticismo frente a las presentes.
Más soledad
Sin embargo, aunque ninguna previsión es segura, las actuales de envejecimiento demográfico presentan mayor grado de certidumbre que las de «superpoblación». Primero, porque las de hoy, en buena medida, no son más que la corrección de exageraciones pasadas. Segundo, porque el envejecimiento ya es una realidad en una parte del mundo, y en otra parece imparable. Finalmente, las predicciones de superpoblación, en buena parte, se basaban en hipótesis sobre la fecundidad de personas aún no fértiles o ni siquiera nacidas; en cambio, donde se ha observado una reducción de las generaciones, el envejecimiento es inexorable a medio plazo. En efecto, si las generaciones recientes son ya más pequeñas, en su momento procrearán menos hijos; una posible alza de la fecundidad en ellas no cambiaría la tendencia general hasta que las nuevas generaciones más numerosas empezaran a reproducirse.
Las consecuencias del envejecimiento no serán necesariamente catastróficas, como se decía de la «superpoblación». Los comentaristas se refieren a los problemas inmediatamente previsibles, como la crisis de los sistemas de pensiones. Ya se sabe qué posibilidades hay, a primera vista: retraso de la edad de jubilación, subida de las cotizaciones, reducción de las prestaciones. Eberstadt cree que llegará un momento en que no será posible mantener los actuales sistemas de reparto, y la capitalización se impondrá como necesidad. Ridley prevé carestías de mano de obra en algunas zonas, sobre todo en Occidente, que no podrá cerrar las puertas a los inmigrantes.
Eberstadt apunta otras consecuencias, menos obvias, de la «implosión demográfica», como él la llama. Se resumen en que habrá más soledad y un tejido social más tenue. Para la mayoría, la familia será una comunidad pequeña en que los únicos parientes serán los ascendientes y los descendientes: no habrá ni hermanos, ni primos, ni tíos. La parte del artículo de Eberstadt que se refiere a este aspecto se ha recogido en otro lugar (ver servicio 160/97). Tras citar a Eberstadt, Wattenberg comenta: «Algunos observadores dicen que los amigos y colegas serán como la familia. No cuente usted con eso si termina sus días en un asilo».
Incógnitas
Tres incógnitas importantes quedan en el aire. Eberstadt se pregunta si, en el futuro mundo encanecido, cambiará la definición de «viejo». Si nuevas mejoras sanitarias lograran extender la vida sana y activa para la mayoría hasta bien entrados los setenta años, se aliviaría el peso del envejecimiento.
Por su parte, Ridley recuerda que hasta ahora, la expansión económica ha ido siempre acompañada de expansión demográfica, que amplía mercados y facilita el dinamismo y la inventiva. ¿Podremos mantener el crecimiento económico en pleno «invierno demográfico»? Se puede añadir: ¿cómo afectarán las consecuencias psicológicas del envejecimiento a la vida social y a la productividad? Y, sobre todo, no podemos imaginar el futuro a largo plazo. No sabemos, dice Ridley, si tras el 2050 la población mundial continuará encogiendo o volverá a crecer de nuevo. Es una declaración de modestia necesaria, que contrasta con la arrogancia que han mostrado los profetas de desdichas. En medio de la incertidumbre, lo más claro es que Malthus y sus seguidores estaban en el error. Desde luego, se equivocaron con respecto a la demanda, porque la población no sigue la simplista aritmética malthusiana. Y, sobre todo, se equivocaron por el lado de la oferta (ver segunda parte de este servicio): los recursos no se agotan fácilmente, pues en realidad los crean las personas que nacen, viven y trabajan.
Los que nunca rectifican
Quien haya coleccionado predicciones catastrofistas de las últimas décadas dispondrá hoy de una magnífica antología del disparate. The Economist (20-XII-97) selecciona algunas perlas.
Paul Ehrlich, quizá el catastrofista número uno, escribió en su libro The Population Bomb (1968): «La batalla para alimentar a la humanidad está perdida. En los años 70 el mundo sufrirá hambrunas que causarán cientos de millones de muertes». Afortunadamente, la producción de alimentos por cabeza ha crecido siempre desde entonces más que la población.
El número dos, Lester Brown, presidente del Worldwatch Institute, también viene anunciando hambre desde 1973. Todos los años predice carestía de cereales, con la consiguiente alza de precios; pero los precios, salvo alguna subida transitoria, se empeñan en bajar año tras año.
La misma decepción han sufrido los autores del informe oficial Global 2000 (1980), encargado por el presidente Jimmy Carter. Dijeron que, como la población mundial crecería más deprisa que la producción de alimentos, hasta el año 2000 los precios subirían entre un 35% y un 115%. Hasta ahora, los precios han bajado un 50% desde 1980.
Cualquiera puede equivocarse, aunque -señala The Economist- quienes no se equivocaron -como Norman Macrae, Julian Simon o Aaron Wildawsky- nunca han sido reconocidos. Y lo más notable es que los catastrofistas no rectifican: «No sólo yerran sistemáticamente: creen que sus errores demuestran que tienen razón».
Así, Lester Brown sigue desafiando a la realidad con previsiones pesimistas cada vez que ve venir una mala cosecha. En 1995 predijo una carestía de arroz en China, que tampoco se cumplió (