Contrapunto
El reciente anuncio de un proyecto de ley en China para «evitar nacimientos de inferior calidad» ha provocado severas críticas en Occidente. La nueva legislación propone impedir que enfermos infecciosos y disminuidos mentales o físicos puedan casarse, si no se curan. Las mujeres embarazadas cuyo feto no sea normal serían obligadas a abortar y, si es preciso, esterilizadas. El motivo alegado es que China no puede permitirse la carga enorme que supone cada año el nacimiento de 300.000 a 460.000 niños con alguna tara.
La pretensión de evitar los nacimientos indeseables mediante el aborto coercitivo, la esterilización y la prohibición del matrimonio, ha despertado en el extranjero una denuncia de la eugenesia china. El mundo no ha olvidado a dónde llevaron otros intentos de mejorar la «calidad de la raza». Sin embargo, este nuevo proyecto de ley es coherente con la política demográfica seguida hasta ahora en China; según su gobierno, el control de la población está en función del desarrollo económico y las libertades individuales en este campo deben subordinarse a las decisiones políticas.
Desde 1979 estos criterios llevaron a imponer la política del «hijo único» (y no más de dos, en algunas zonas rurales), mediante multas y abortos forzosos incluso en avanzado estado de gestación. Esto provocó que la Administración norteamericana, en las épocas de Reagan y Bush, cortara la financiación a los programas de control de natalidad en China.
Pero en los foros internacionales, empezando por el Fondo de la ONU para la Población, China recibía todo tipo de parabienes por haber reducido notablemente su crecimiento demográfico. El que esto se consiguiera a un precio muy superior al de la masacre de Tiananmen era preferible olvidarlo. Ahora Occidente se escandaliza porque se obligue a abortar a una mujer embarazada si el feto es anormal. Pero ya ahora se le obligaba a hacerlo cuando la única «anormalidad» del niño consistía en ser el segundo o el tercero.
Si la eugenesia impuesta por el Estado nos repele, hay que reconocer que nos acomodamos bien a ella cuando son los progenitores quienes la aplican libremente. ¿Qué otra cosa es si no, la licitud de abortar cuando se descubre que el feto tendrá alguna tara? Y como el desarrollo del diagnóstico prenatal permite «cribar» cada vez mejor, es de temer que -a falta de soluciones terapéuticas- crecerá la intolerancia hacia las posibles deficiencias del feto.
Las técnicas de fecundación in vitro, que van permitiendo analizar y escoger los embriones antes de su implantación en el útero, abren también una nueva perspectiva en la práctica de la eugenesia. Así lo hacía notar hace poco el profesor francés Jacques Testart, que denunciaba la pretensión de algunas parejas de recurrir a estas técnicas para asegurarse la «normalidad» del hijo. Testart no está de acuerdo con quienes dicen que no hay riesgo de eugenesia mientras estemos en un sistema democrático. Pues, recuerda, «la eugenesia es una teoría de mejora de la especie humana, que no necesita en absoluto un régimen nazi».
También deberíamos pensarlo dos veces antes de criticar al gobierno chino por propugnar la esterilización forzosa de deficientes mentales. Pues esa es una práctica cada vez más admitida en las legislaciones de Occidente. El propio Parlamento Europeo aprobó en 1992 una resolución sobre los deficientes mentales en la que, al mismo tiempo que les reconocía una serie de derechos, permitía la esterilización de esas personas cuando son «incapaces de entender y querer» y siempre por decisión de los tribunales. En España ya se adoptaron normas que lo permiten. La diferencia está en que en China la eugenesia se impone por ley, mientras que en Occidente la ley permite que se practique por iniciativa privada. Pero si aquí se difunde la idea de que los padres gozan del derecho a tener un hijo de buena calidad, no es de extrañar que allí sea el Estado quien desee ciudadanos de la misma pasta.
Ignacio Aréchaga