Christian de Duve, premio Nobel de Medicina en 1974, aclara el alcance de la teoría de la evolución en International Herald Tribune (25-IV-96). Son puntualizaciones a otro artículo, de Jessica Mathews, publicado el 9-IV-96 en el mismo diario, en el que se afirmaba que «la evolución darwiniana… significa que la vida humana es un accidente cósmico, que no obedece a ningún designio».
Esa es una afirmación engañosa, que presenta como científicamente demostrada una postura filosófica que algunos científicos -pero no todos, ni mucho menos- proponen a partir de datos comprobados y de la interpretación que comúnmente se les da.
La evolución biológica es un hecho, no una teoría: los datos de que se dispone la prueban, con exclusión de toda duda razonable, a menos que se sostenga la creación instantánea del mundo, incluidos los fósiles y las genealogías moleculares.
La explicación darwiniana de la evolución por selección natural es una teoría, corroborada cada vez más por los descubrimientos de la ciencia moderna, hasta el punto de que apenas hay lugar para otras explicaciones plausibles, en el actual estado de nuestros conocimientos.
Algunos detalles del proceso -por ejemplo, si la evolución es gradual o procede por saltos- siguen siendo objeto de vivo debate. Pero prácticamente todos los expertos coinciden en que las poblaciones se diversifican en virtud de cambios genéticos, o mutaciones, esencialmente aleatorios, y que las nuevas formas resultantes son posteriormente cribadas por selección natural en función de su superioridad relativa para sobrevivir y reproducirse en las condiciones predominantes.
Hasta aquí la ciencia.
La tesis filosófica de que [la vida es] «un accidente cósmico, que no obedece a nigún designio» implica dar a la palabra «aleatorio» el significado de «determinado por el azar entre un número enorme de posibilidades más o menos igualmente probables». Esto supone olvidar que, en la evolución biológica, la casualidad opera dentro de un marco de condicionamientos internos impuestos por el tamaño y estructura de los genomas.
Cuando se analizan científicamente, estos condicionamientos muestran ser mucho más fuertes de lo que comúnmente se cree. Cuán determinantes sean y qué significa esto son cuestiones abiertas a discusiones para las que no hay espacio aquí.
Lo importante es que la ciencia moderna no impone la opinión de que la vida y el pensamiento son accidentes cósmicos. He aquí, al menos, un científico que no está de acuerdo -y hay muchos otros-, sino que considera que la vida y el pensamiento son imperativos cósmicos.