Ideas y acción frente a los clichés de la explosión demográfica

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Documento de la Santa Sede sobre cuestiones demográficas
Roma.- La insistencia con que algunos profetizan una crisis mundial de la población obedece a razones ideológicas más que a un análisis objetivo de cómo están verdaderamente las cosas. Para ofrecer argumentos silenciados en esos clichés, el Consejo Pontificio para la Familia ha publicado el documento «Dimensiones éticas y pastorales de la evolución demográfica» (1), elaborado después de consultar con especialistas. El texto se publica en un momento en el que la cuestión está en plena actualidad, con motivo de la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, que se celebrará en El Cairo (Egipto) el próximo mes de septiembre.

El documento se presenta como un «instrumento de trabajo» dirigido principalmente a las conferencias episcopales. Su intención es también alentar, en universidades y otras instituciones, un estudio cada vez más sistemático y profundo de los temas demográficos y de sus implicaciones, pues se comprueba que es urgente llevar a cabo una reflexión crítica en este campo, que llegue a la opinión pública.

Tendencias demográficas dispares

En la primera de las tres partes de que consta el texto se presenta un panorama sintético de la situación demográfica actual. Se calcula que en 1993 la población mundial alcanzaba los 5.500 millones de personas, casi el doble de la estimada en 1950. Si el máximo de expansión demográfica se produjo en los años 1965-1970, ahora nos encontramos en un momento de transición, que algunos expertos consideran la antesala de una «segunda revolución demográfica» en los países desarrollados. Esta fase se caracteriza por un descenso de la fertilidad y un envejecimiento de la población.

La situación presenta un claro desequilibrio, cuyas consecuencias serán cada vez más apreciables conforme pasen los años, pues las tendencias demográficas se manifiestan en periodos de tiempo largos. La percepción actual del fenómeno queda oscurecida porque esos países -como Italia, Francia, Alemania o España- viven todavía de sus «rentas demográficas», cuentan con mano de obra inmigrante y pueden disfrutar de la ventaja temporal de tener que destinar menos inversiones a sectores como la educación.

África es el continente con una fertilidad más alta, pero también cuenta con una baja densidad de población en la mayor parte de su territorio. Aparte de que algunas de sus cifras sobre población son poco fiables, las malas condiciones sanitarias han limitado la caída de la mortalidad. En América Latina, la situación es diversa según las zonas, pero el crecimiento de la población es inferior al de África y Asia (sin incluir la ex Unión Soviética).

En Asia se aprecia una gran variedad: mientras zonas industrializadas parece que entran en una «segunda revolución demográfica» (baja significativa de la natalidad, tras el descenso de la fecundidad), en otros lugares todavía conviven altas tasas de natalidad con altas tasas de mortalidad. En un mismo país, como China y la India, se pueden encontrar tasas de fertilidad muy elevadas junto a otras (en área urbana) que son muy inferiores a las que se registran en Europa.

Este sintético repaso sirve para comprender que la realidad demográfica mundial es muy compleja y no admite simplificaciones, pues cambia según los continentes y los países. No es posible pensar en términos globales sin tener en cuenta las diferentes tasas de mortalidad, los fenómenos migratorios, las tasas de crecimiento demográfico, que a veces son incluso negativas.

Los recursos no son fijos

El documento reconoce que mucha gente piensa que los limitados recursos del planeta no permiten sustentar a una población creciente, por lo que se impone frenar la «explosión demográfica».

La experiencia histórica demuestra, sin embargo, que es una simplificación pensar que controlando el crecimiento de la población se consigue mantener un cierto grado de prosperidad. Hoy se sabe que los problemas de desarrollo en el llamado Tercer Mundo sólo pueden resolverse con la solidaridad internacional y la corrección de los problemas internos de esos países: mala política y administración, con frecuencia unida a la corrupción, guerras, etc. Es ahí donde hay que actuar.

Los recursos del planeta no están predeterminados. Así, cuando se habla de crisis de la agricultura en Estados Unidos o Europa, se trata de crisis de superproducción. Aparte de la riqueza todavía sin explotar, o mal explotada, el progreso técnico ha permitido en distintas épocas un uso de recursos hasta entonces impensable. Y se trata de un campo, hoy más que nunca, abierto a nuevas posibilidades. De todas formas, aun con la tecnología actual, los datos de organismos especializados muestran que la humanidad está en condiciones de producir alimentos suficientes para todos, aun en el caso de que se cumplan las hipótesis más altas de crecimiento demográfico.

Se va convirtiendo también en un lugar común afirmar que el aumento de población es la causa de la mayor contaminación atmosférica y de la degradación del medio ambiente. Sin embargo, subraya el documento, «nadie hasta ahora ha demostrado una relación directa causa-efecto entre ambos factores». Además, los países más desarrollados, con gran densidad de población, tienen índices de contaminación inferiores, como se ha demostrado recientemente al compararlos con los antiguos regímenes comunistas europeos. El problema de la polución ambiental depende del tipo de actividad, de los modelos de producción, y se puede corregir con un esfuerzo conjunto de los sectores público y privado.

La internacional de la anticoncepción

Existe una convicción difundida de que para lograr un «desarrollo sostenible» en los países pobres es preciso el control de la natalidad. A este punto está dedicada la segunda parte del documento, donde se resalta que esa actitud significa, de entrada, desconocer una lección de la historia: que el crecimiento de la población precede al crecimiento económico, y que es difícil encontrar un ejemplo de un país que haya mantenido al mismo tiempo una caída de población y un desarrollo económico.

El documento critica el hecho de que sean los países ricos y las organizaciones internacionales quienes establezcan para los otros países qué se entiende por «desarrollo sostenible» y cuál es el precio que deben pagar por su ayuda, es decir, aceptar los programas de control de los nacimientos.

Esta imposición es denunciada en el documento vaticano: «Es ampliamente conocido que existe una extensa red internacional de organizaciones sanitarias que dirigen sus esfuerzos a la reducción de la población. En grados diferentes, esas organizaciones comparten perspectivas similares y alaban públicamente políticas antinatalistas. Algunas de esas organizaciones colaboran a menudo con compañías que experimentan, producen y distribuyen productos contraceptivos, o que recomiendan la esterilización e incluso el aborto. Esas organizaciones promueven, y con frecuencia imponen, una variedad de métodos para reducir la población», habitualmente en nombre de la salud y el bienestar de la mujer.

Criterios éticos

La tercera y última parte del documento -la más extensa- está dedicada a la posición ética y pastoral de la Iglesia en relación con estos temas. Comienza con una selección de textos que el magisterio reciente ha dedicado a la demografía, dentro de la doctrina social, tomados del concilio Vaticano II y de los últimos Papas: Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II.

Entre los principios de la doctrina social de la Iglesia figuran los relacionados con el derecho al desarrollo de los hombres y las naciones, el destino universal de los bienes, el principio de subsidiariedad. En materia de población, «el Estado no puede arrogarse responsabilidades que corresponden a los esposos», ni puede usar «la extorsión, la coacción o la violencia para hacer que los cónyuges se sometan a sus directivas en esta materia». Este principio se aplica también a las organizaciones internacionales, que deben respetar la soberanía de las naciones y la justa autonomía de los esposos.

La Iglesia vuelve a señalar que «la solidaridad internacional es un deber y que la ayuda a los países más pobres es una obligación de justicia para los países ricos. Afirma también que sería escandaloso vincular la concesión de esa ayuda a condiciones inmorales que afecten al control de la vida humana. La Iglesia afirma de nuevo que sería un grave abuso de poder intelectual, moral y político presentar las campañas antinatalistas -a veces asociadas con violencias físicas o morales- como la expresión más apropiada de la ayuda que las poblaciones ricas pueden ofrecer a las menos favorecidas».

Por lo que se refiere a los principios relacionados con la vida y la familia, el documento cita la Carta de los Derechos de la Familia (1983) y recuerda el carácter sagrado de la vida humana y la responsabilidad de los padres en su transmisión; el derecho de los esposos a la paternidad, a fundar una familia y a decidir en conciencia el número y espaciamiento de los hijos. En este punto, el texto menciona los métodos naturales de regulación de la fertilidad, que los esposos deben poder usar libremente por razones serias.

Salir al paso de estereotipos

Desde el punto de vista de la acción práctica, el documento señala que los cristianos deben, en primer lugar, salir al paso de estereotipos tan difundidos. Descubrir las tácticas empleadas por los movimientos que propugnan el control de los nacimientos, que «siempre hacen un uso simplista de informaciones económicas y demográficas, y proyecciones aproximadas, es decir, inexactas» (por ejemplo, la diferencia entre unas proyecciones y otras, para los próximos treinta años, alcanzan márgenes de hasta 660 millones de personas).

Los cristianos no pueden ser ingenuos, ya que los promotores de esas iniciativas buscan deliberadamente involucrarles en sus actividades, las cuales, bajo apariencias de estudio de problemas sobre el desarrollo o el medio ambiente, con frecuencia lo que pretenden es promover una mentalidad anti-vida.

Es preciso preguntarse en cada situación concreta: «¿Cómo se usa el tema del medio ambiente para justificar un control coercitivo de la población? ¿Cómo son las políticas familiares? ¿Aseguran la libertad de los padres? ¿Se denuncian casos en los que organizaciones nacionales o internacionales, públicas o privadas, violan los derechos de los individuos y de las familias con el pretexto falaz de ‘imperativos de población’?».

Las políticas familiares deben rechazar con energía el «imperialismo contraceptivo» impuesto a algunos países. Por el contrario, esas políticas sobre la familia «deben asegurar el respeto hacia el carácter específico de la mujer como persona, esposa y madre». Las mujeres son las primeras que sufren, física y psicológicamente, por esas campañas que se lanzan en nombre de la «salud reproductiva»: un concepto que viene a significar que la salud de la mujer consistiría, en última instancia, en su esterilización o la eliminación del niño que ha concebido. La solución al subdesarrollo no es promover campañas de control demográfico: se trata de un sucedáneo que produce más daños de los que pretende remediar.

Comentando en una entrevista estos temas, el cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo Pontificio para la Familia, se mostró convencido de que «como ya sucedió con el marxismo, también en este campo se acabarán reconociendo las razones de la Iglesia».

Diego Contreras_________________________(1) Pontifical Council for the Family. Ethical and Pastoral Dimensions of Population Trends. Instrumentum laboris. Libreria Editrice Vaticana, 1994. 64 págs. 4.500 liras.

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