La historia secreta de la píldora anticonceptiva

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Es poco conocido que la píldora anticonceptiva se elaboró originalmente con fines eugenésicos y se experimentó sin apenas garantías en mujeres pobres portorriqueñas. Linda Grant cuenta esta historia en su obra Sexing the Millennium (Harper Collins), aparecida el mes pasado. The Independent (Londres, 19-IX-93) publicó un anticipo del libro. Traducimos algunos párrafos.

En 1954, [el biólogo Gregory] Pincus tenía todo a punto para hacer ensayos clínicos en mujeres. Pero en Massachusetts, como en otros muchos Estados norteamericanos, la investigación sobre anticonceptivos era ilegal. (…)

Para los norteamericanos, obsesionados con la higiene, los portorriqueños eran sucios, ignorantes y vagos, «víctimas de una cultura que no da importancia al tiempo», en palabras de un observador. Eran tísicos, carecían de saneamientos, bebían agua contaminada y eran analfabetos en sus cuatro quintas partes. Pero, desde la ley Jones de 1917, eran ciudadanos norteamericanos.

En 1928, Puerto Rico fue azotado por un huracán que causó graves perjuicios a la economía de la isla, eminentemente agraria, y agravó aún más la pobreza de la población. Un estudio del American Brookings Institute concluyó que el incremento demográfico era el principal obstáculo para el crecimiento económico. La perspectiva de una inmigración masiva de portorriqueños aterrorizaba a los norteamericanos. (…)

La xenofobia hizo que Puerto Rico se convirtiera en el laboratorio norteamericano para experimentar el control de la natalidad. (…) Consiguieron la cooperación de las compañías azucareras y abrieron clínicas dentro de las mismas plantaciones. Las azucareras, que entonces estaban adoptando tecnología para ahorrar mano de obra reemplazándola por máquinas, eran defensoras entusiastas de la contracepción.

En 1937 cayeron los últimos obstáculos legales al desarrollo del laboratorio demográfico, gracias a la aprobación de dos leyes. Por la Ley 116 se creó una Comisión de Eugenesia para estudiar las peticiones de esterilización forzosa por razones morales o médicas. La Ley 133 anuló el artículo del Código Penal que calificaba de delito difundir los métodos anticonceptivos y la información sobre los mismos. De esta forma, Puerto Rico tenía la legislación sobre contracepción más avanzada de Estados Unidos.

(…) En 1956, la Dra. Edris Rice-Wray, directora médica de la Asociación para la Planificación Familiar de Puerto Rico, escribió a Clarence Gamble [dueño de Procter & Gamble, compañía que estaba financiando la experimentación de métodos anticonceptivos en Puerto Rico] para informarle de que Pincus había perfeccionado una píldora anticonceptiva, y propuso que se invitara a la Fundación Worcester [para la que trabajaba Pincus] a probarla con las míseras mujeres portorriqueñas. Sin duda, éstas estaban pidiendo a gritos algo que aliviase su pobreza. Pero, como muestra la correspondencia entre Pincus y los colaboradores suyos que hacían el trabajo de campo, no fue fácil encontrar los sujetos necesarios para los ensayos clínicos de la píldora.

Primero intentaron reclutar estudiantes de Medicina, pero sin mucho éxito. El Dr. David Tyler, profesor de Farmacología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Puerto Rico, escribió a Pincus, que estaba en Massachusetts, el 8 de julio de 1955. En tono desesperado, amenazaba castigar a las estudiantes de Medicina que se mostraban remisas a colaborar en la investigación: «También he dicho a García que si cualquier estudiante de medicina se muestra irresponsable… lo utilizaré contra ella a la hora de darle el título».

A principios del año siguiente, Pincus recibió otra carta desalentadora, esta vez del director del Centro de Citología, que no había encontrado ninguna candidata para sus experimentos. «Primero, la idea de usar estudiantes de Enfermería del Hospital de San Juan fue un completo fracaso… Los resultados fueron prácticamente los mismos con mis pacientes particulares -decía-. En cuanto a las estudiantes de Medicina, la única que se ofreció voluntaria abandonó el estudio poco después… La única fuente de sujetos que quedaba eran las presas de las cárceles… Parece que hay ciertos recelos hacia el proyecto por parte de algunas presas, incluso entre las que se han ofrecido voluntarias, que están rompiendo la disciplina de la prisión».

La tarea de reclutar cobayas portorriqueñas recayó finalmente en la Dra. Edris Rice-Wray y en una misionera que trabajaba en uno de los hospitales protestantes del país, Adeline Pendleton Satterthwaite. Finalmente, la Dra. Rice-Wray eligió un local en un barrio de chabolas y reclutó a cien mujeres. Pero los resultados no fueron prometedores. El 11 de junio de 1956 escribió a Pincus: «Hemos tenido problemas con algunas pacientes que han dejado de tomar la pastilla. En unos pocos casos han tenido náuseas, vértigo, dolores de cabeza y vómitos. Estas pocas han rehusado continuar con el programa. Dos han sido esterilizadas. Un marido se ahorcó, desesperado por su pobreza». Abandonaron treinta de las cien que iniciaron el experimento. Nueve meses después del comienzo de los ensayos, Edris Rice-Wray entregó su informe, en el que resumía los resultados obtenidos hasta el 31 de diciembre de 1956: habían tomado la píldora 221 mujeres; la tasa de abandono sobrepasaba el 50%; el 17% habían sufrido efectos secundarios negativos. Los síntomas más frecuentes eran vértigo, náuseas y dolores de cabeza. (…)

Seis meses después, en junio de 1957, Searle, una compañía farmacéutica de Chicago (…), puso la píldora en el mercado con el nombre comercial de Enovid. (…) Desde que se puso a la venta Enovid y aparecieron los primeros artículos en la prensa, Pincus empezó a recibir cientos de cartas de todas las partes del mundo. Muchas de las cartas contaban historias conmovedoras de pobreza y hambre, de niños que morían y partos angustiosos, de matrimonios marchitados por la frustración sexual a consecuencia del terror a que llegaran más bocas que no podrían alimentar. Las cartas provenían de analfabetos y de personas instruidas. Le saludaban como a un dios; creían que la ciencia iba por fin a liberarles de las cadenas que habían forjado sus deseos. Sabían poco o nada de la amplitud de los ensayos clínicos de Puerto Rico. Querían la píldora con desesperación y rogaban a sus médicos, a menudo con éxito, que se la prescribiesen. (…)

En abril de 1957, en uno de los barrios atestados de chabolas de Puerto Rico, sólo aceptaron hacer de cobayas 56 de un total de 175 mujeres a las que se había propuesto participar, e incluso las que lo hicieron tuvieron dificultades para seguir las instrucciones. Poco después, en virtud de un nuevo proyecto urbanístico, se derribaron las chabolas, y las mujeres se dispersaron antes de que se pudiese comprobar los efectos a largo plazo de la píldora.

(…) En 1960, después de las pruebas peor llevadas y menos rigurosas que se hayan hecho nunca con un fármaco aprobado por la Food and Drug Administration [organismo norteamericano encargado del control de los medicamentos], se autorizó el uso de Enovid como anticonceptivo en Estados Unidos [hasta entonces estaba permitido sólo para el tratamiento de trastornos de la menstruación]. Dos años más tarde se aprobó en Gran Bretaña. Se había probado en millares de mujeres portorriqueñas, pero sólo 123 la habían tomado durante doce meses o más. El 65% de ellas se habían quejado de náuseas, trastornos estomacales, dolores de cabeza, vértigos u otros síntomas. En el 23,8% de los casos, los síntomas fueron tan graves, que las afectadas decidieron abandonar las pruebas. Entre las que habían tomado la píldora durante más de seis meses se habían observado notables cambios del cuello uterino. La Dra. Satterthwaite intentó conseguir para el archivo fotografías tomadas de esos cuellos uterinos «inflamados», como ella les llamó, pero el equipo de Massachusetts no dio importancia a este síntoma. Murieron tres mujeres, y los fallecimientos se atribuyeron a accidentes cardiovasculares, pero no se les hizo la autopsia.

(…) Durante los años 60, Puerto Rico siguió siendo el laboratorio de pruebas de todos los nuevos anticonceptivos que se experimentaban. Allí se probó Depo Provera. La Ortho Pharmaceutical Company (…) se vio envuelta en querellas presentadas por empleados de su fábrica de anticonceptivos orales, que sufrieron trastornos sexuales a causa de la inhalación de estrógeno mezclado con el polvo en suspensión. Nada de esto ha tenido grandes consecuencias en la natalidad de Puerto Rico, lo que ha supuesto una cruda decepción para los activistas del control demográfico. La ciencia no les salvó ni de la superpoblación ni de la hispanización de sus ciudades. En la actualidad, la esterilización es el método anticonceptivo más difundido en Puerto Rico.

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