Análisis
¿Alguien recuerda el susto universal, los clamores de «nunca con seres humanos» que siguieron a la presentación pública de la oveja Dolly? Pues ya han llegado nuestros primeros semejantes clónicos, si bien no pasaron de tener cien células. El anuncio, hecho el 13 de febrero en la revista Science, ha sido recibido con preocupación por unos y celebrado por otros, pues abre el camino tanto al uso terapéutico de células madre embrionarias como a la creación de clones humanos. En realidad, ni lo uno ni lo otro están tan cerca. La relevancia del experimento consiste más bien en que supone una nueva forma de instrumentalizar embriones, una variante que se añade a las ya practicadas merced a la fecundación in vitro: criba eugenésica, diagnóstico pre-implantatorio para producir «bebés-medicamento», uso de embriones «sobrantes» para investigar.
Los especialistas de la Universidad Nacional de Seúl que han realizado el experimento no han omitido una declaración de buenas intenciones terapéuticas. «El fin que nos anima es tratar enfermedades incurables -ha dicho el director del equipo, Hwang Woo-Suk-. Creemos que esa es nuestra obligación como científicos». Pero si el objetivo es aliviar o curar, es imperativo recurrir a los mejores métodos disponibles, dando preferencia a los que presentan posibilidades más seguras y comprobadas sobre los que ofrecen esperanzas lejanas e hipotéticas.
Si de regeneración por células madre se trata, las únicas con que se han obtenido resultados clínicos son las extraídas de adultos, en especial las de la médula ósea, que desde hace años se emplean para tratar la leucemia. En los demás casos, no sirven de momento más que para unas pocas dolencias (infartos, granumalotosis…) y todavía es pronto para evaluar su eficacia a largo plazo. Pero con las células embrionarias no se ha conseguido pasar de los primeros estadios de investigación básica. Si además las células han de provenir de embriones clónicos, el camino es aún más largo. Como ha señalado el mismo Bernat Soria, científico español muy conocido por su campaña a favor de experimentar con células madre embrionarias: «Los primeros ensayos clínicos que veremos estarán basados en células madre adultas. Las células madre embrionarias irán llegando después» (El País, 14-II-2004).
Claro que Hwang y sus colegas no tienen las obligaciones de un médico: son casi todos veterinarios. No es raro, pues el experimento es de biología, no de medicina. Estos investigadores, que antes habían clonado cerdos y vacas, son los mismos que aseguraron haber creado embriones híbridos con núcleos celulares humanos introducidos en óvulos vacunos, quimeras que no dieron células madre.
Si en el experimento coreano la medicina no anda cerca, la ética ni se columbra. A nadie ha sorprendido que la primera clonación humana se haya logrado en Asia, donde los reglamentos de biotecnología son los más laxos de todo el mundo. Corea es la subcampeona del salvaje Este, por detrás de China. Cierto que en la península se ha aprobado una ley que prohíbe la clonación reproductiva y pone condiciones a la «terapéutica»; pero el reciente experimento se ha hecho un año antes de que entre en vigor la obligación de someter los proyectos al visto bueno de un organismo de vigilancia. Cuando Hwang afirma que su equipo trabajó bajo la «estricta supervisión» de un «comité de ética», el observador no alcanza a adivinar qué rigores le impusieron.
¿Estricta supervisión?
Muy estricta no fue la supervisión con respecto a las mujeres que contribuyeron al experimento. Uno de los detalles que más han asombrado a la comunidad científica es el extraordinario número de óvulos con que contaron los veterinarios coreanos: 242, donados por 16 mujeres (una media de 15 por voluntaria). Semejante producción de gametos no se habría autorizado en cualquier parte, pues exige fármacos para la estimulación ovárica y biopsias para extraer los óvulos, y todo ello entraña riesgos difícilmente justificables si el fin es experimental. Ni siquiera Jose Cibelli (Universidad Estatal de Michigan), que como asesor figura entre los firmantes del artículo publicado en Science, tiene claro el asunto. No sabe, ha dicho, «cómo las mujeres pudieron dar su conformidad al procedimiento» (The Wall Street Journal, 11-II-2004).
Lo cierto es que la abundancia de ovocitos humanos permitió realizar el experimento con la lógica propia de la I+D industrial, que eleva la probabilidad de éxito a base de aumentar el material con que hacer pruebas. Hwang y sus colaboradores tuvieron materia prima bastante para ensayar 14 protocolos distintos, jugando con los métodos y momentos de estimular los gametos fundidos con nuevos núcleos. De los 242 óvulos, al final del proceso uno solo dio lugar a un cultivo de células madre. En el rendimiento no se ha avanzado casi nada desde Dolly (1997), que fue el único éxito de 276 intentos, y era un caso más difícil, pues se trataba de llegar al nacimiento de un ser clónico.
Esto muestra a la vez que los primeros clones humanos no están a la vuelta de la esquina. En el experimento de Corea solo ha habido éxito insertando núcleos de células del cúmulo (precursoras de los óvulos), en cada caso obtenidas de la misma donante del óvulo. Así que no se ha comprobado si se pueden conseguir embriones clónicos de cualquier sujeto. Y la alta tasa de fracasos obtenidos se debe probablemente, según los mismos autores del ensayo, a anormalidades genéticas causadas por el proceso de clonación. O sea, los veterinarios coreanos han conseguido una clonación humana a fuerza de probar, no porque hayan descubierto las exactas reacciones biológicas implicadas. Ya advirtió el creador de Dolly, Ian Wilmut: «Tenemos que resolver muchas de las dudas planteadas en el proceso de la clonación antes de que se pueda trabajar en el hombre. Debemos conocer la supervivencia del animal [clónico], si presenta patologías que no son comunes en los animales de la misma edad nacidos por reproducción natural, y tener la seguridad de que se consiguen clones sanos» (Diario Médico, 3-IV-2003).
Es creencia general que algunos, quizá en China, no querrán esperar tanto e intentarán generar niños clónicos antes de saber si serán sanos. Lo seguro es que gran número de embriones humanos quedarán muertos por el camino, como los que ya se destruyen en la carrera por la clonación «terapéutica». Mientras tanto, se repite lo ya visto: en biotecnología todo se acaba haciendo, todo se llega a admitir. Unas inciertas posibilidades terapéuticas visten de benevolencia el impulso prometeico de poner por obra todo lo que es técnicamente posible. En lo que concierne al embrión humano, la ética es materia plástica, la ley cede a la utilidad, los principios se adaptan a los hechos.
«Obra de tal modo que tomes la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, nunca solamente como un medio y siempre al mismo tiempo como un fin», escribió Immanuel Kant, muerto el 12 de febrero de 1804. Irónica contribución la que ha hecho Science para los festejos del bicentenario.
Rafael Serrano