La revolución pasiva de la nueva generación japonesa

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¿Trabajar duro? Mejor saborear la vida ahora
Ashiya. A rastras de la recesión económica y bajo la influencia de la globalización, Japón se distancia del estereotipo de nación seria, disciplinada y laboriosa. Muchos jóvenes no quieren ser como sus padres, rehúsan «casarse» con la empresa y adoptan actitudes que escandalizan a los mayores. La sociedad japonesa de principios de siglo está experimentando cambios impensables hace menos de una década y trata de encontrar un nuevo sistema de valores.

Los japoneses del momento quieren ser rubios, castaños, pelirrojos: lo que sea, excepto tener el pelo negro. Pregunten en cualquier peluquería, dice el semanario AERA. En los dos últimos años, los clientes -tanto mujeres como hombres-, piden que les tiñan el cabello de todos los colores del arco iris. El pelo negro es aburrido, el de color personaliza, dicen.

AERA, en un artículo titulado «¿Por qué todo el mundo tiene pelo castaño?, examina la última moda, evidente hoy día en casi todos los estratos de la sociedad. Alrededor del 70% de las mujeres japonesas se tiñen el pelo, y también lo hacen un tercio de los hombres jóvenes (y algunos no tan jóvenes).

Teñirse el pelo, hasta hace poco considerado como flagrante señal de rebeldía, ha sido rápidamente aceptado en casi todos los ambientes. Varios comentaristas de asuntos sociales sostienen que los japoneses viven hoy día en una sociedad más diversificada e individualista. La gente no tiene ya miedo o vergüenza de expresarse. Muchos -que poco a poco van siendo mayoría- optan por hacerlo eligiendo el color del pelo.

No es la primera vez que esto ocurre. El primer boom de los tintes capilares fue a mediados de los años 60. Esa moda desapareció pronto, cuando muchos se dieron cuenta de que no les favorecía o acabaron arruinando su cuero cabelludo, por lo burdos que eran entonces los colorantes. La fiebre actual empezó alrededor de 1992 y desde entonces se ha hecho tan frecuente, que ha dejado ya de considerarse una moda más. Todo parece apuntar a que Japón ha entrado de lleno en la «era del pelo coloreado» y no hay indicio de que vaya a desaparecer en un futuro cercano.

Todo esto -que parece una trivialidad- es en realidad un indicio del cambio que va experimentando la sociedad japonesa de hoy.

Del consumismo a la depresión

El país superó con éxito las dos crisis del petróleo en los años 70, y expandió su economía en los años 80, pasando a ser la segunda potencia mundial. La opulencia de finales de los años 80 (la llamada «burbuja económica»), junto con el exceso de dinero circulante, acentuó la arrogancia empresarial e indujo a un consumismo rayano en lo irracional. Tanto las empresas como la sociedad en general sufrieron un fuerte deterioro de la ética profesional y cívica, que llevó a un debilitamiento de la autodisciplina y desalentó el entusiasmo por la innovación tecnológica.

Cuando reventó la «burbuja», en buena parte por la demasiado rigurosa política monetaria adoptada en 1991 para tratar de reducir la inflación, Japón entró en un largo período de recesión que todavía continúa y que ahora ha desembocado en deflación económica. La tasa de paro llegó al 5% en julio pasado, la más alta desde que el gobierno empezó a registrar este tipo de estadística en 1953.

Desconfianza y pesimismo

Según el último sondeo llevado a cabo por el Dentsu Institute for Human Studies a finales del año 2000 en Tokio y otras capitales asiáticas, los japoneses padecen todavía una fuerte desconfianza en el futuro. Siguen buscando un nuevo sistema de valores que les permita hacer frente a la creciente oleada de globalización tanto en la política y en la economía, como en lo social; que les permita además alcanzar un alto nivel en el campo de tecnología de la información y aumentar la capacidad creativa.

Lo primero que resalta en esa encuesta, con respecto al pesimismo de los japoneses en general, es que solo el 31,4% confía en que el país alcanzará una mejoría en los próximos diez años. En concreto, la mayoría piensa que la moral, la ética profesional, el medio ambiente, la educación, el sistema social y la defensa nacional van empeorando cada vez más, en lugar de mejorar. Solamente consideran que ha habido mejoras en el nivel de asistencia social, arte, cultura, y ciencia y tecnología.

La respuesta más positiva se refiere a la seguridad social (57%), aunque el porcentaje ha disminuido con respecto a 1997 (70,1%). El sector de la industria manufacturera es generalmente considerado como competitivo y fiable, pero una serie de infracciones de seguridad en productos alimenticios y en automóviles por parte de los fabricantes -que provocaron fuertes críticas entre los consumidores- ha reducido el porcentaje de aprobación desde el 68,6% en 1999 al 54,6% en 2000. Sorprende, por otra parte, que el porcentaje de los que señalan la educación como un terreno en que Japón se distingue en comparación con otros países ha caído desde el 50,7% en 1997 hasta el 34,8%; y el de los que creen que el país destaca por su poder económico se redujo del 29,7% al 19,6%.

Crece el deseo de independencia

Otra característica interesante es el crecimiento del sentido de independencia en la sociedad japonesa. Ante el dilema entre elegir una «sociedad igualitaria» o una «sociedad competitiva», el porcentaje de los que eligen esta última ha subido hasta el 52,8% (48,6% en 1999). En cuanto a la opción entre una sociedad de «protección elevada y elevado coste» y una sociedad de «protección mínima y mínimo coste», solo el 36,7% elige la primera, lo que representa un importante y continuado descenso desde 1998.

La sociedad reglamentada, donde la seguridad y la estabilidad están garantizadas, va de capa caída, en favor de una sociedad más libre, en la que cada persona cuida de sí. El apoyo popular a la sociedad altamente regulada es todavía del 37,8%, pero ha ido bajando de forma constante en los últimos años.

En la sociedad japonesa está emergiendo un cambio claro, que refleja la creciente competencia entre las empresas y el deseo de mayor independencia personal. Los japoneses tradicionalmente tendían a buscar empleo en empresas grandes y bien establecidas. Últimamente, sin embargo, el número de los que así hacen se ha reducido a un cuarto de lo que era durante la década de los 80, y no solo porque no sea fácil encontrar empleo, sino también porque hoy en día cada vez son más los que prefieren no ligarse de por vida a una determinada empresa.

Cambios en el sistema de valores

En bastantes casos, tener un buen salario ha pasado a segundo lugar, por detrás de la oportunidad de demostrar las cualidades personales en el trabajo. El cambio de empleo, sin embargo, aunque se da ya bastante, sigue siendo poco popular. El porcentaje de japoneses que prefieren cambiar a otra empresa que ofrezca mejores condiciones bajó desde el 42,3% en 1999 al 36,6% en 2000, el resultado más bajo de los distintos países en que se hizo el sondeo.

Por supuesto, los jóvenes están más preparados para este tipo de cambios. Los resultados indican, sin embargo, que hay todavía expectativas conservadoras en lo que refiere a las condiciones de trabajo, especialmente teniendo en cuenta la incertidumbre actual. Pero la gente entiende que sus aptitudes serán la clave para medrar en el futuro y los jóvenes prefieren un sistema basado en el mérito que sustituya al tradicional sistema de jerarquía o antigüedad. El pueblo japonés se da cuenta de que es necesario acomodarse a la creciente globalización y a la difusión de la tecnología de la información, y trata de cambiar su sistema de valores.

Jóvenes centrados en el «ahora»

Se dice que el futuro pertenece a los jóvenes. Pero cuando el futuro está lleno de incertidumbre, la juventud japonesa prefiere el ahora. Quieren gozar de la vida, sin preocuparse demasiado de ese futuro que no se vislumbra y que, en todo caso, se presenta dudoso y oscuro. Han vivido los últimos diez años a la sombra de la más profunda recesión económica que el país ha conocido en más de cincuenta años: experiencia que los ha dejado desilusionados y apáticos.

No quieren seguir el ejemplo de sus padres -salariman (asalariados) la mayoría-, a los que no admiran y, en no pocos casos, ni siquiera conocen bien porque de niños han tenido poco contacto con ellos. Dice Makoto Hirata, bachiller de 17 años que quiere estudiar literatura en la universidad: «Mi padre y los padres de mis amigos casi nunca están en casa. Trabajan duro, y el fin de semana están demasiado cansados, no tienen ganas de hacer nada y se lo pasan durmiendo. Incluso, cuando de vez en cuando juegan al golf, es también parte de su trabajo, acompañando a clientes de su empresa. Ninguno de nosotros quiere ser como ellos».

Y ¿qué quiere ser esta gente joven que no desea seguir el ejemplo de sus mayores? Las respuestas son tan variadas como poco realistas: artistas de cine o de teatro, futbolistas, campesinos, etc. En fin, cualquier cosa menos imitar a sus padres. Bastantes de ellos son freeters (del inglés free y del alemán Arbeiter), trabajadores temporales (ver servicio 161/00). Los freeters son gente joven que no han conseguido un trabajo fijo o que no quieren ser esclavos de la empresa como sus padres. Una buena parte de ellos sueñan con una carrera a su gusto en campos como el arte, el cine, la música, etc.

Una revolución pasiva

Otros ni siquiera tienen aspiraciones que vayan más allá del ahora, lo que les lleva a vivir en un mundo de fantasía y escapismo. Otra de las modas juveniles -aparte de teñirse el pelo- es el llamado cosplay o «juego de disfraces», y así, en las grandes ciudades, se pueden ver los fines de semana verdaderas hordas de chicos y chicas vestidos de princesas de cuentos de hadas, militares nazis con botas de caña, esquimales, piratas, o cualquier otro tipo de disfraz estrafalario. Se trata de un mundo aparte, o culto extravagante, que arrastra a decenas de miles de jóvenes en todo el país, y que hace mofa de la reputación de Japón como sociedad conformista.

La gente mayor ve todo esto con una mezcla de fascinación y horror, y no es raro que, en su perplejidad, se refieran a los jóvenes como uchu jin (seres extraterrestres o «marcianos»). «Yo solo me visto así para divertirme -dice Mariko Inada, una chica muy mona vestida con atuendo isabelino-. Así es como puedo expresarme, como muestro mi individualidad de una forma que no es posible con el uniforme del colegio».

En el Japón de hoy la diversión y el individualismo son las armas de una revolución pasiva que está empezando a remodelar la sociedad tradicional -orientada al grupo y al trabajo-, no por vía de confrontación, sino eximiéndose de responsabilidades, siendo completos pasotas.

A diferencia de las manifestaciones callejeras de protesta por las que se distinguió la generación de sus padres, la juventud de hoy carece en absoluto de responsabilidad política. Esta es una de las razones por la que sus acciones resultan tan inquietantes para los adultos. «Hay tantas cosas que no funcionan en Japón hoy día, que yo entendería si ocuparan la universidad o hicieran huelga -dice Hideki Deguchi, un profesor universitario que creció durante las revueltas estudiantiles de los años 60-. Pero a los estudiantes de hoy no parece importarles nada. No están socialmente comprometidos».

Los periódicos están llenos de alarmantes noticias y reportajes sobre la creciente delincuencia juvenil, consumo de drogas y promiscuidad sexual. «Yo entiendo por qué gente de mi edad actúa de repente de forma incontrolada -dice Kazuko Aotsuki, una cosplayer de 17 años con pelo azul, cara sepulcral y amplia sonrisa de labios negros-. Pero la violencia no es la respuesta adecuada a los males de la sociedad. Yo detesto al gobierno y a los políticos, pero no tiene sentido protestar porque nada cambia. Es mejor sacar el mayor partido posible a la vida en vez de pensar en cosas que no te gustan».

Generación de la depresión

A pesar de los problemas económicos que atraviesa la nación, estos jóvenes -que en su mayoría nacieron a mediados de los años 80, cuando Japón estaba en el pináculo del milagro económico de posguerra- han tenido una vida fácil y consentida, cosechando los beneficios de ser los hijos de la segunda nación más rica del mundo. A falta de apodo mejor, se les podría llamar fukyoo no sedai, generación de la depresión.

Son un grupo relativamente pequeño. Según el último censo y las más recientes estadísticas, la población de Japón alcanzó los 126.284.805 habitantes a finales de marzo pasado, lo que supone un minúsculo aumento de 213.500 habitantes (+0,169%) con respecto al año anterior. En el año 2000 hubo 1.180.565 nacimientos y el total de familias era de 48,01 millones, con un promedio de 2,63 miembros: el más bajo registrado nunca.

Los menores de 15 años representan solo el 14,5% de la población, superados ya por los mayores de 65 años, que son el 17,69%. Se prevé, por otra parte, que a finales de esta primera década del siglo XXI el número de jóvenes en la veintena descenderá en cerca de cuatro millones, mientras que los mayores de 65 años -a quienes los miembros de la fukyoo no sedai tendrán que cuidar- llegarán a ser una cuarta parte de la población en 2015. Es imperativo, por tanto, que los hombres del mañana sean incluso más eficientes y creativos que los de ahora para poder hacer frente a la enorme y singular carga que tendrán que soportar.

La industria ya no atrae

Uno de los temas más discutidos acerca de la «generación de la depresión» es su actitud ante el trabajo. «El problema central -afirma Naoyuki Kameyama, economista y consultor del Japan Institute of Labor- es la falta de interés por el sector de la manufactura. Falta de prestigio es la clave. Muchos jóvenes de talento no se interesan por las carreras de ciencias o ingeniería, porque exigen mucho esfuerzo y no reportan demasiado prestigio profesional».

A este respecto escribe Hajime Karatsu, profesor de Tokai University y ex presidente de un grupo asesor del gobierno. «Me preocupa el alarmante aumento del número de freeters. Algunos comentaristas los alaban como una nueva raza de japoneses que buscan individualizarse y optan por la libertad. Francamente, yo los veo como personas con poco contenido.

«Durante bastante tiempo, parte de mi trabajo ha sido formar a ingenieros, y me he dado cuenta de que se necesitan al menos cinco años de experiencia en el mismo tipo de trabajo, para adquirir las cualidades de un buen profesional en ese campo. Lo mismo ocurre en contabilidad o marketing. Un freeter, en cambio, jamás adquirirá esa profesionalidad. Pienso que es totalmente irresponsable alabar a ese tipo de gente.

«Otros jóvenes japoneses han quedado muy bien en competiciones internacionales de destreza en el trabajo, como en la reciente Youth Skill Competition, pero han recibido muy poca atención. Un famoso jugador de fútbol cambia de equipo y es noticia de primera página. En Corea al ganador de una competición semejante le dan una pensión vitalicia. En el Japón de hoy no es sorprendente que los trabajos básicos de la industria no atraigan a la juventud».

El fenómeno de los freeters es difícil de entender y confunde a la gente mayor, que no puede comprender que en tiempos difíciles y de creciente desempleo haya puestos vacantes. «En mis tiempos -comenta Kameyama-, si no se podía encontrar trabajo, era porque no había ninguno disponible. No se puede criticar a personas que sueñan en alcanzar algo, pero la verdad es que muy pocos de esos planes son realistas».

Antonio Mélich

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