Japón olvida sus tradiciones laborales

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Érase una vez el empleo de por vida
Ashiya. El período de reestructuraciones de empresas con despidos masivos que atraviesa Japón en este fin de siglo, está cambiando las tradiciones laborales. Los empleados mayores descubren que su entrega a la empresa ya no se ve recompensada con un empleo de por vida; los jóvenes han roto los lazos de fidelidad que sus padres mantenían con la empresa, pero también sufren más el paro. Son cambios que ponen a prueba el modelo social japonés.

Con el largamente apreciado sistema de empleo vitalicio al borde del colapso y el rápido envejecimiento de la población, Japón tiene que afrontar un nivel sin precedentes de desempleo. Una tasa de paro del 4,7% puede parecer aceptable comparada con el 8,3% de la Unión Europea. Pero Japón nunca había visto esos niveles de desempleo desde la postguerra y además es el único país industrializado donde la evolución del empleo en el último año es negativa.

Aunque también los jóvenes se ven seriamente afectados por la escasez de puestos de trabajo, los que más directamente han sufrido las consecuencias de la crisis económica son los de la generación del baby boom, que ahora tienen alrededor de 50 años. Bastantes de ellos han perdido el empleo por despido, o han tenido que aceptar la jubilación «voluntaria» bajo presión.

Habiendo dedicado sus vidas al trabajo duro y sacrificado, con el convencimiento de que estaban ayudando a que Japón alcanzara el nivel de Occidente, muchos se sienten ahora traicionados. Cuando estas personas consiguieron su primer empleo, pensaron que habían encontrado un trabajo para toda la vida, pero hoy están expuestos a la sombría posibilidad de perderlo sin una red de seguridad social que pueda ayudarles a salir del atolladero.

Sube el paro, baja el consumo

Las finanzas familiares han sido golpeadas duramente en los años recientes por la reducción de los salarios, consecuencia de un mercado de trabajo inestable. Al tiempo que las cuentas de resultados de las grandes empresas señalan una mejoría gradual, las finanzas familiares presentan una creciente inseguridad para el futuro.

Hoy por hoy, y aunque hay ciertos indicios de que la economía va mejorando algo, a muchos japoneses les es difícil ser optimistas. Y este pesimismo del consumidor es uno de los principales factores del retraso de la recuperación económica.

Una encuesta acerca del estado de ánimo del consumidor -realizada en agosto pasado por el Nippon Research Institute- revela que a un 64% de los entrevistados les preocupa la posibilidad de que ellos mismos, o algunos de sus parientes, pierdan su empleo en los próximos doce meses.

Los estudios acerca de las tendencias del consumo que la Economic Planning Agency lleva a cabo periódicamente indican que el índice de consumo sufrió un rápido descenso en 1993, justo cuando la recesión económica empezó a tomar cuerpo. Más tarde, en 1997 y 1998, se produjo un nuevo bajón brusco, cuando la proporción de desempleo superó el 4% y varias instituciones financieras se declararon en bancarrota. Y esta pauta de descenso siguió durante el año pasado y también durante el presente año 2000.

Ahorrativos y frugales

En el pasado la opinión general era que el consumo no se veía afectado de forma visible con el cambio de nivel de ingresos. La gente mantenía su nivel de vida a costa de ahorrar menos, o de echar mano de sus ahorros. El colapso de la economía de inflación (lo que vino en llamarse la «burbuja económica») a principios de la década de los 90, cambió de raíz lo que antes era la pauta normal, y el gasto del consumidor ha descendido con los ingresos familiares.

Los japoneses, que siempre han sido ahorrativos, han aprendido también la frugalidad. Lo que explica en parte el fenómeno conocido por «recesión doméstica». «Las tendencias económicas de la última década han sido lo opuesto a lo que estábamos acostumbrados -dice Hiroshi Yoshikawa, profesor de economía de la Universidad de Tokio-. Factores como quiebras, reestructuraciones de empresas, empeoramiento de las perspectivas de empleo y el crecimiento del paro, han tenido un fuerte impacto en la sociedad. Por otra parte, cuando el gasto privado significa el 60% del Producto Interior Bruto (PIB), aun la más ligera disminución puede frenar la economía».

Los viejos son ricos pero no gastan

Hoy en día se calcula que el ahorro privado asciende a 1,3 billones de yenes; y el 54% de estos fondos están en manos de los mayores de 60 años. Así que el aumento del consumo para relanzar la economía depende en gran parte de persuadir a los mayores a que gasten más.

De acuerdo con encuestas sobre el ahorro en las familias japonesas, entre las personas de 40 años el promedio era de 11,97 millones de yenes (108.000 dólares) a finales del año pasado, mientras que para los mayores de 60 años era de 25,48 millones (231.000 dólares). Los gastos mensuales de los del primer grupo fueron de 360.000 yenes y los del segundo, de 282.000 yenes. Lo que significa que los más jóvenes gastan alrededor del 37% de sus ahorros, pero los mayores solo el 13%. «No es que las personas de edad avanzada no quieran comprar -dice Tsutomo Kurosawa, editor de Iki-Iki, una revista sobre estilos de vida-; es solo que suelen ser muy remilgados y exigentes en la elección. A menos que se les presenten productos bien escogidos, no gastan ni un yen».

Las empresas están probando todo tipo de iniciativas para tratar de descubrir cómo descorrer el cerrojo que guarda el tremendo potencial económico de los «sienes de plata», como se denomina, en la jerga de los negocios, el mercado de los mayores de edad. Algunas de estas iniciativas, como viajes de recreo, han tenido gran éxito, especialmente durante el verano: un récord de gente -sobre todo mayor- ha viajado al extranjero, generalmente porque resulta más barato que los viajes dentro del país. Pero, como opinan la mayoría de los entrevistados en la encuesta realizada por la Management and Coordination Agency acerca de las finanzas de las personas de edad avanzada: «Dado que es difícil prever cuánto se necesitará para cuidar de uno mismo en la vejez, nadie debe gastar sus ahorros excepto en una emergencia, como: en caso de enfermedad; cuando se presente la necesidad de ingresar en una residencia de ancianos, o bien solicitar cuidados a domicilio».

Seis meses han pasado ya desde que se introdujo el nuevo sistema municipal de seguros para ancianos, denominado Long-Term Care System, que pretende cubrir los cuidados a domicilio de los mayores incapacitados (ver servicio 40/00). Sin embargo, relativamente pocos de los que se pretendía ayudar se han acogido a sus servicios. Sin una clara evidencia de un sistema de seguridad social que pueda aliviar la ansiedad ante el futuro, no va a ser fácil que los incentivos para estimular a los viejos a que gasten su dinero tengan demasiado éxito.

Cifra récord de jóvenes sin empleo

Los últimos datos sobre el desempleo, por otra parte, no son nada alentadores. Después de un pasajero descenso en agosto pasado, el porcentaje de los parados volvió a subir en septiembre y se mantiene en el 4,7%, lo que representa un total de 3,2 millones de parados. Los más afectados son los de edades comprendidas entre los 15-24 años y los 55-64. El primer grupo incluye a los que buscan trabajo por primera vez después de terminar la enseñanza secundaria o la universidad, y el segundo grupo a los que buscan trabajo después de la jubilación anticipada.

Lo más sorprendente es que más de 300.000 recién graduados han pasado directamente de las aulas a engrosar las filas del desempleo. Akira Takanashi, presidente del Japan Institute of Labor (JIL), subraya que este paro juvenil refleja los drásticos cambios en la situación laboral del país. «Es totalmente excepcional que trescientos mil recién graduados estén en paro. Muchos de ellos, después de experimentar la futilidad de sus esfuerzos por conseguir un empleo fijo, ya que las empresas no parecen interesadas en contratar a jóvenes inexpertos, deciden cambiar sus planes para buscar trabajos a tiempo parcial y convertirse en freeters».

Libres, a tiempo parcial

Un nuevo vocablo -freeter-, acuñado con las palabras free del inglés y arbeiter (del alemán Arbeit, que en japonés se conoce como arubaito y que significa trabajo por horas) designa a la nueva generación de los que no encuentran o no quieren encontrar empleo fijo. Los freeters son gente joven -ni estudiantes ni amas de casa- que no han conseguido un trabajo fijo a tiempo completo (o que no quieren ser «esclavos de la empresa» como sus padres), y que se mantienen a base de trabajos temporales o provisionales.

De acuerdo con el último Libro blanco del Ministerio de Trabajo, de aparición reciente, el número de freeters entre los 15 y 34 años de edad ha crecido de modo significativo en los últimos años, sobrepasando el millón y medio en 1997, lo que significa 500.000 más que en 1992.

Más del 60% trabajan en servicios -supermercados, restaurantes fast food, etc.- con un promedio mensual de ingresos que oscila entre 100.000 y 130.000 yenes (900-1.200 dólares). Alrededor del 80% viven con sus padres; con lo que no les es difícil subsistir, ya que la pensión completa es prácticamente gratis y el seguro de enfermedad de su padre les cubre también a ellos como miembros de la familia.

Afalta de algo mejor

Reiko Kosugi, del Departamento de Investigación del JIL, dice que los freeters se pueden dividir en tres tipos: los «soñadores», que se sostienen con trabajos eventuales al tiempo que persiguen una carrera en campos como el arte, la música, o la industria del espectáculo, o que estudian para capacitarse en otras tareas que les permitan encontrar un empleo fijo; los que «están a la espera» de algo mejor: han terminado los estudios o han dejado el trabajo, y no han decidido todavía qué camino seguir en el futuro; y los «sin elección», que en realidad querrían encontrar una colocación permanente, pero no lo han conseguido.

«El número de los de la tercera categoría -sigue Kosugi- ha crecido mucho en los últimos cinco años, especialmente entre los graduados de secundaria y los que abandonan los estudios. Cuando el vocablo freeter se hizo popular, a finales de los años 80, la economía estaba en pleno auge. A pesar de la abundancia de puestos de trabajo, muchos jóvenes eligieron la libertad que les proporcionaba el trabajo a tiempo parcial. Pero en el último lustro esta elección se debe precisamente a la falta de oportunidades y al bajón que ha experimentado la economía japonesa. Nuestra impresión es que más de la mitad de los graduados habrían elegido otro camino si la economía marchara mejor».

Ansiedad ante el futuro

A pesar de que el trabajo a tiempo parcial les libera de bastantes responsabilidades sociales, no pocos freeters sienten ansiedad acerca de su futuro. Uno de ellos, Yuji Sato, de 27 años -cuyo sueño es dedicarse al teatro-, confiesa que su vida actual es como un juego de azar y le espanta pensar en qué va a pasar con el correr de los años. «Ser freeter -dice- puede ser una buena experiencia si es por poco tiempo. Vale la pena si esta experiencia le lleva a uno a darse cuenta de lo que quiere y se esfuerza en conseguir esa meta, haciendo buen uso del tiempo libre. Pero no es nada fácil. En mi caso, si no puedo conseguir lo que busco antes de tres años, voy a dejarlo. Pienso que los 30 es la edad límite para comenzar una nueva carrera».

Según un estudio muy reciente realizado por Recruit Research Co. -una oficina privada de colocación, con sucursales en todo el país-, el 64,7% de los freeters quisieran tener un trabajo regular, pero solo el 25% hace algo para asegurar un empleo permanente. El problema está en que hoy en día las empresas solo están interesadas en contratar a personal cualificado; pero es difícil adquirir una buena capacitación profesional por cuenta propia. «A los freeters -dice Kosugi- normalmente solo se les asignan trabajos simples y tienen pocas oportunidades de capacitarse en algo que les pueda servir para conseguir otro trabajo de mayor responsabilidad. Tradicionalmente las empresas adiestraban a sus empleados en las tareas que debían realizar, pero a partir de ahora será necesario que los obreros adquieran la capacitación necesaria fuera del sistema empresarial».

De hecho, varias organizaciones de gente que ha perdido el trabajo están formando escuelas de aprendizaje para cualificar a obreros en tareas que puedan facilitarles la obtención de nuevos empleos y su reinserción social. El día 7 de noviembre, el Sindicato de obreros en paro de Tokio, que se fundó en octubre del año pasado, abrió una nueva escuela de capacitación profesional en un barrio de la capital. Este es el último de los muchos proyectos que ha llevado a cabo desde el inicio de su labor en favor de los marginados en busca de trabajo.

Antonio Mélich

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