Documento del Consejo Pontificio para la Familia
Nadie niega hoy día la necesidad de la educación de la sexualidad. Pero el modo de entenderla depende de la antropología que se defienda. No es lo mismo, por ejemplo, una educación sexual dirigida a la promoción del llamado «sexo seguro» que la que se imparte dentro de un contexto de aprecio por la castidad. Por eso en los últimos tiempos han surgido protestas de padres ante algunos programas de educación sexual impartidos a sus hijos en la escuela. Un reciente documento del Consejo Pontificio para la Familia ofrece algunos puntos de referencia para orientar a los padres católicos en esta materia.
El documento «Sexualidad humana: verdad y significado» (1), fechado el pasado 8 de diciembre, pretende ofrecer una guía para que los padres puedan acometer esa tarea con un criterio doctrinal seguro. Su responsabilidad es especialmente importante en una sociedad que trivializa el sexo y «no sabe comprender de modo adecuado lo que son verdaderamente la entrega de las personas en el matrimonio, el amor responsable al servicio de la paternidad y de la maternidad, la auténtica grandeza de la generación y educación».
Creado para amar
La mitad del documento está dedicado a recordar las ideas fundamentales de la antropología cristiana, que son la base para enfocar la educación en la castidad. Esta virtud «no hay que entenderla como una actitud represiva sino, al contrario, como la transparencia y la custodia, al mismo tiempo, de un don recibido, precioso y rico: el del amor, en vista de la donación de sí que se realiza en la vocación específica de cada uno» (n. 4).
El hombre, en cuanto imagen de Dios, está creado para amar. «La persona es capaz de un tipo de amor superior: no el de la concupiscencia, que ve sólo objetos en los que satisfacer los propios apetitos, sino el de amistad y entrega, en grado de reconocer y amar a las personas por sí mismas. Es un amor capaz de generosidad, a semejanza del amor de Dios; se quiere al otro porque se lo reconoce digno de ser amado» (n. 9).
«Nadie puede dar lo que no posee: si la persona no es dueña de sí misma -por medio de las virtudes y, concretamente, de la castidad- carece de aquella autoposesión que la hace capaz de donarse. La castidad es la energía espiritual que libera el amor del egoísmo y de la agresividad. En la medida en que en el hombre se debilita la castidad, su amor se hace progresivamente egoísta, es decir satisfacción de un deseo de placer y no ya un don de sí» (n. 16).
Un camino alegre y exigente
«La sexualidad no es algo puramente biológico sino que se refiere al núcleo íntimo de la persona. El uso de la sexualidad como donación tiene su verdad y alcanza su pleno significado cuando es expresión de la donación personal del hombre y de la mujer hasta la muerte.
Sin embargo, este amor, como la vida toda de la persona, está expuesto a la fragilidad causada por el pecado original y se ve afectado, en muchos contextos socio-culturales, por condicionamientos negativos y a veces desviantes y traumáticos.
No obstante, la redención del Señor ha hecho que la práctica positiva de la castidad sea posible y motivo de alegría, tanto para los que tienen la vocación al matrimonio -ya sea antes, durante la preparación, que después, a lo largo del arco de la vida conyugal-, como para los que han recibido el don de una llamada especial» (n. 3).
«La formación en la castidad, en el marco de la educación del joven a la realización y al don de sí, implica la colaboración prioritaria de los padres también en la formación de otras virtudes como la templanza, la fortaleza, la prudencia. La castidad como virtud no puede existir sin capacidad de renuncia, de sacrificio, de espera» (n. 5).
«El mismo hecho de que todos estén llamados a la santidad, como recuerda el Concilio Vaticano II, hace más fácil comprender que, tanto en el celibato como en el matrimonio, se pueden dar -es más, de hecho, se presentan a todos, de uno u otro modo y por un periodo más o menos largo- situaciones en las que son indispensables actos heroicos de virtud. También la vida matrimonial implica, por tanto, un camino alegre y exigente de santidad» (n. 19).
La familia, escuela de humanidad
«Los padres, que han donado la vida y la han acogido en un clima de amor, cuentan con la riqueza de un potencial educativo que nadie posee: conocen de modo único a los propios hijos en su irrepetible singularidad y, por experiencia, poseen los secretos y los recurso del verdadero amor» (n. 7).
«Es necesario hacer notar que la educación a la castidad es inseparable del esfuerzo por cultivar todas las demás virtudes y, de modo particular, el amor cristiano, (…) la caridad. También son importantes aquellas virtudes que la tradición cristiana ha llamado las hermanas pequeñas de la castidad (modestia, actitud de sacrificar los propios caprichos, etc.) alimentadas por la fe y la vida de oración» (n. 55).
«En estrecha conexión con el pudor y la modestia, que son una espontánea defensa de la persona, que rechaza ser vista y tratada como objeto de placer en vez de ser respetada y amada por sí misma, se debe considerar el respeto de la intimidad» (n. 57).
La educación de los hijos a la castidad tiende a tres objetivos fundamentales:
– Conservar en la familia un clima positivo de amor, de virtud y de respeto de los dones de Dios, especialmente del don de la vida.
– Ayudar gradualmente a los hijos a comprender el valor de la sexualidad y de la castidad, sosteniendo su crecimiento por medio del ejemplo, del consejo y de la oración.
– Ayudarles a comprender y a descubrir su propia vocación personal, al matrimonio o al celibato, en el respeto de sus actitudes y dones del Espíritu Santo.
«Gran parte de la formación en familia es indirecta, está encarnada en un clima de amabilidad y ternura, porque surge de la presencia y del ejemplo de los padres cuando su amor es puro y generoso» (n. 149).
«Mediante esta remota formación en familia, los adolescentes y los jóvenes aprenden a vivir la sexualidad en la dimensión personal, rechazando toda separación de la sexualidad del amor -entendido como donación de sí- y del amor esponsal de la familia. El respeto de los padres hacia la vida y hacia el misterio de la procreación evitará al niño o al joven la falsa idea que las dos dimensiones del acto conyugal, unitiva y procreativa, se puedan separar al propio arbitrio. La familia es reconocida así como parte inseparable de la vocación al matrimonio» (n. 32).
Responsabilidades de los padres
Esta propuesta educativa se debe enfrentar hoy con una cultura empapada de positivismo, el cual tiene entre sus efectos el agnosticismo, en el campo teórico, y el utilitarismo en el campo práctico y ético.
«El utilitarismo es una civilización basada en producir y disfrutar; una civilización de las «cosas» y no de las «personas»; una civilización en la que las personas se usan como si fueran cosas… Para convencerse de ello, basta examinar ciertos programas de educación sexual introducidos en las escuelas, a menudo contra el parecer y las mismas protestas de muchos padres» (n. 24).
Es de gran importancia, pues, que «los padres sean conscientes de sus derechos y deberes, en particular de cara a un Estado y a una escuela que tienden a asumir la iniciativa en el campo de la educación sexual» (n. 42).
La tarea de los padres encuentra hoy una dificultad particular también por la difusión de la pornografía, inspirada en criterios comerciales que deforman la sensibilidad de los adolescentes. Ante ello, «es necesario, por parte de los padres, una doble acción: una educación preventiva y crítica en relación a los hijos, y una acción de valiente denuncia ante la autoridad. Los padres, aisladamente o en grupo, tienen el derecho y el deber de promover el bien de sus hijos y de exigir de la autoridad leyes de prevención y represión de la explotación de la sensibilidad de los niños y adolescentes» (n. 45).
«No podemos olvidar, de todas formas, que el educar es un derecho-deber que los padres cristianos han advertido y ejercitado poco en el pasado, quizás porque el problema no tenía la gravedad de hoy; o porque su tarea era sustituida en parte por la fuerza de los modelos sociales dominantes y, además, la suplencia que en este campo ejercían la Iglesia y la escuela católica» (n. 47)
Cuatro criterios
«La familia es el mejor ambiente para llevar a cabo la obligación de asegurar una gradual educación a la vida sexual. La familia posee una carga afectiva adecuada para hacer asimilar sin traumas incluso las realidades más delicadas, e integrarlas armónicamente en una personalidad rica y equilibrada. Esta tarea primaria de la familia comporta para los padres el derecho a que no se obligue a sus hijos a asistir en el colegio a cursos sobre esta materia que estén en desacuerdo con sus propias convicciones» (n. 64).
El documento resume en cuatro principios los criterios que los padres deben tener presentes en esta tarea:
1. Cada niño es una persona única e irrepetible, y debe recibir una información individualizada. El proceso de maduración de cada niño como persona es diverso. La experiencia demuestra que este diálogo se desarrolla mejor cuando el padre lo hace con los chicos y la madre con las chicas (nn. 65-67).
2. La dimensión moral debe formar parte siempre de sus explicaciones. Se debe insistir en el valor positivo de la castidad y en su capacidad de generar amor hacia las personas, pues éste es su aspecto moral más radical e importante: sólo quien sabe ser casto, sabrá amar en el matrimonio o en el celibato.
Es importante que los juicios de rechazo moral de ciertas actitudes contrarias a la dignidad de la persona y a la castidad se justifiquen con motivaciones adecuadas, válidas y convincentes tanto en el plano racional como en el de la fe, de modo que los hijos no los perciban erróneamente como fruto del miedo de sus padres hacia ciertas consecuencias sociales o de reputación pública (nn. 68-69).
3. La formación en la castidad y las oportunas informaciones sobre la sexualidad se deben proporcionar dentro del contexto más amplio de la educación para el amor. Es necesaria también una ayuda constante para que crezca la vida espiritual de los hijos, con el fin de que el desarrollo biológico y las pulsiones que comienzan a experimentar se encuentren siempre acompañadas por un creciente amor a Dios y de una conciencia cada vez mayor de la dignidad de cada persona humana y de su cuerpo. El objetivo de la labor educadora de los padres es transmitir a sus hijos la convicción de que la castidad en el propio estado de vida no sólo es posible sino que es fuente de alegría (nn. 70-75).
4. Los padres deben impartir esta información con delicadeza extrema, pero de modo claro y en el momento oportuno. Deben tratar el asunto entre ellos, y pedir luces al Señor para que sus palabras no sean ni excesivas ni demasiado pocas. Ofrecer demasiados detalles a los niños es contraproducente, lo mismo que retrasar excesivamente esas conversaciones: toda persona tiene una natural curiosidad, y antes o después se hace preguntas, sobre todo en una sociedad en la que se puede ver demasiado, incluso por la calle (nn. 75-76).
Educación sexual
El documento hace hincapié en la recomendación de que los padres sean conscientes y ejerzan su propia función educativa, que es un derecho-deber primario. De ahí se deduce que cualquier acción educativa hacia sus hijos, ejercida por personas ajenas a la familia, deba contar con la autorización de los padres y se deba plantear como apoyo, no como sustitución. Este principio general tiene especial importancia en lo referido a la educación sexual.
«En el caso de que los padres sean ayudados por otros en la educación de los propios hijos al amor, se recomienda que se informen de modo exacto de los contenidos y modalidades con que se imparte esa educación suplementaria» (n. 115). «Se recomienda que se respete el derecho del niño y del joven a retirarse de cualquier forma de instrucción sexual impartida fuera de su hogar» (n. 120).
El documento señala cuatro principios prácticos que hay que tener presentes en este terreno:
1. La sexualidad humana se debe presentar según la enseñanza doctrinal y moral de la Iglesia, teniendo siempre en cuenta los efectos del pecado original. Se debe formar la conciencia de modo claro y preciso. La moral cristiana enseña no sólo a evitar el pecado sino a crecer en las virtudes (nn. 122-123).
2. Se deben presentar a los niños y a los jóvenes las informaciones proporcionadas a cada fase de su desarrollo individual (nn. 124-125). Varios parágrafos del documento (nn. 77-111) están dedicados a la descripción de las principales fases del desarrollo: los años de la inocencia, la pubertad, la adolescencia y hacia la madurez, con algunas sugerencias para cada edad.
3. No se debe presentar a los niños y a los jóvenes de cualquier edad, ni individualmente ni en grupo, ningún material de carácter erótico. Se trata de ofrecer una instrucción positiva y prudente, clara y delicada (n. 126)
4. No se puede invitar a nadie, y mucho menos obligarlo, a actuar de modo que pueda ofender objetivamente la modestia o que subjetivamente pueda dañar la propia delicadeza o el sentido de la privacidad (n. 127).
Ayuda complementaria
Por todo lo dicho se deduce que el método normal y fundamental de educación sexual «es el diálogo personal entre padres e hijos, es decir la formación individual en el ámbito de la familia». Sin embargo, cuando los padres piden ayuda a otros, existen varios métodos útiles que podrían recomendarse (n. 129):
– Los padres pueden reunirse con otros matrimonios, preparados en la educación al amor, para adquirir experiencia.
– Los padres pueden participar con sus propios hijos en sesiones dirigidas por personas expertas, de plena confianza
– En ciertas situaciones, los padres pueden confiar a otra persona una parte de esta educación, si existen cuestiones que requieren una competencia o atención pastoral particular.
– La catequesis sobre la moral la pueden impartir otras personas de confianza. Esa catequesis no debe comprender los aspectos más íntimos, que se deben abordar en familia.
– La formación religiosa de los propios padres les ayuda a profundizar en la comprensión de la comunidad de vida y amor que es su propio matrimonio y a comunicar mejor con sus hijos.
Métodos rechazables
Es evidente que, con frecuencia, los métodos de educación sexual que se proponen en las escuelas o en otros ámbitos no respetan esa sensibilidad. Los padres deben estar alerta ante la posibilidad de que se imparta a sus hijos una educación inmoral por medio de métodos con las siguientes características:
– Educación sexual secularizada y antinatalista. Es la visión difundida por grandes organizaciones internacionales que promueven el aborto, la esterilización y la contracepción.
– Con el pretexto de promover el «sexo seguro», sobre todo a raíz de la difusión del SIDA, se comete el abuso de ofrecer a los niños, incluso gráficamente, todos los detalles más íntimos de las relaciones genitales.
– Indiferencia hacia la ley moral objetiva, incitando a los jóvenes a seguir sus criterios subjetivos.
– Inclusión de esta idea de la sexualidad en el contexto de otras materias, con lo que hace más difícil su control por parte de los padres. Este sistema se usa especialmente para difundir la mentalidad del control de la natalidad.
_________________________(1) Sessualità umana: verità e significato. Orientamenti educativi in famiglia. Pontificio Consiglio per la Famiglia. Roma (1995). 63 págs.