Viktor Emil Frankl, fallecido el pasado 2 de septiembre en Viena -su ciudad natal- a los 92 años, fue el creador de una psiquiatría abierta a la trascendencia que hoy cuenta con numerosos seguidores en todo el mundo. Con su método de curación -que bautizó como logoterapia- y sus libros ha ayudado a miles de personas a encontrar sentido a la vida. La atención a la dimensión espiritual del enfermo es la clave de los éxitos clínicos logrados por Frankl.
Doctor en Medicina a los 25 años, en 1936 Frankl se especializó en neurología y psiquiatría. Desde muy pronto mantuvo contacto con Freud; pero se apartó más tarde de la corriente psicoanalítica. Siguió entonces la psicología individual de Adler, que también acabó abandonando, para formar su propia escuela. Por su condición de judío, en 1942 fue apresado por los nazis, junto con su familia. Pasó por cuatro campos de concentración, donde murieron sus padres, sus hermanos y su primera esposa (tras la guerra contrajo matrimonio por segunda vez). Puesto en libertad en 1945, ocupó la jefatura del departamento de neurología del Hospital Policlínico de Viena. Hasta los 85 años dio clases en la Universidad de la misma ciudad. Además, impartió cursos en cinco universidades de Estados Unidos y recorrió buena parte del mundo para pronunciar conferencias. Era también doctor en Filosofía desde 1949 y recibió 29 doctorados honoris causa. De sus 32 libros, traducidos a 26 idiomas, se han vendido en total varios millones de ejemplares.
Frankl descubrió que el psicoanálisis, para el que toda neurosis procede de la represión de la libido, era un craso reduccionismo. Las neuroris, sostenía, pueden tener origen somático o mental. Por tanto, administraba oportunamente fármacos a sus pacientes. Pero su mayor contribución está en el tratamiento de las neurosis noógenas (con raíz en la mente), a las que se dirige la logoterapia.
La inspiración básica de Frankl procede de su experiencia en los campos de concentración, que relata en su libro más famoso, El hombre en busca de sentido (Herder; t.o.: Ein Psycholog erlebt das Konzentrazionslager, 1946). Al observar a sí mismo y a los otros presos, vio que las personas, en situación de sufrimiento extremo, pueden desesperarse y degradarse o, por el contrario, sacar lo mejor de sí mismas. Quienes en tales condiciones elevaron su dignidad humana fueron los que llevaron sus padecimientos con la mira puesta en un fin superior. «Cuando hay un porqué vivir, se soporta cualquier cómo», sentenciaba Frankl.
Frente al vacío existencial
Frente a los determinismos, Frankl sostenía que el hombre es un ser libre, cuya motivación primaria no es el instinto del placer (Freud) ni el afán de poder (Adler), sino la voluntad de sentido. Es decir, la persona no se mueve por impulsos, empujado «desde detrás»: su motor está «delante», en la meta intelectualmente conocida y libremente aceptada.
Para descubrir el sentido de la propia vida, señalaba Frankl, hay tres experiencias principales: el amor a una persona, el servicio a un ideal y el enfrentarse al sufrimiento inevitable. Un compromiso noble es capaz de orientar toda la existencia. La entrega de las propias energías con olvido de sí proporciona felicidad; pero mirarse a uno mismo neurotiza. Por eso Frankl solía decir a sus oyentes estadounidenses que la Estatua de la Libertad, en la costa oriental, necesitaba un complemento: una Estatua de la Responsabilidad en la costa oeste.
Así pues, Frankl buscaba cómo despertar en los pacientes la responsabilidad de vivir, por adversas que fueran las circunstancias. Insistía en que el hombre, por su espíritu, es superior a los padecimientos, y le es posible y necesario hallarles significado. En cambio, huir del dolor es receta segura de neurosis. «La verdad nos libera del sufrimiento -escribió Frankl-, mientras que nuestro estar libres de sufrimiento no sería capaz ni mucho menos de acercarnos a la verdad».
La falta de sentido de la vida conduce al «vacío existencial», que Frankl descubrió en la raíz de muchas neurosis noógenas típicas del hombre occidental contemporáneo. La concepción de la vida basada en el éxito, o la actitud hedonista, suponen concentrarse en los medios, con olvido de los fines. Entonces, las inevitables frustraciones abocan al desequilibrio psíquico, pues no es insoportable el sufrimiento, sino vivir sin ideal.
En uno de sus libros, Frankl refiere el caso de un hombre al que la muerte de su esposa había sumido en una depresión. Le ayudó a curarse explicándole qué sentido podía tener aquel sufrimiento. Su dolor -le dijo- es el que habría experimentado su esposa si él hubiera muerto antes. ¿No estaba sufriendo por ella, para ahorrarle lo que él padecía? Así, el paciente no quedó libre del dolor, pero sí del sinsentido que había provocado la depresión.
Para ayudar a sus pacientes a encontrar sentido a la vida, Frankl se apoyaba en la dimensión trascendente de la persona. Era creyente, buen conocedor de la Biblia y del cristianismo. Si le preguntaban qué valores habría que promover para combatir el vacío existencial, solía responder: los Diez Mandamientos. «Cuando la gente vuelve la espalda a Dios, se llega al desprecio de la vida».
Actualmente hay en el mercado varios libros de Frankl traducidos al español, casi todos editados por Herder. Entre los más divulgativos se encuentran, además del ya citado, Ante el vacío existencial (Das Leiden am sinnlosen Leben, 1977), Logoterapia y análisis existencial (Logotherapie und Existenzanalyse, 1987), La presencia ignorada de Dios (Der unbewusste Gott, 1948), La psicoterapia al alcance de todos (Psychotherapie für den Alltag, 1971), La voluntad de sentido (Der Wille zum Sinn, 1972). Cualquiera de ellos puede servir para familiarizarse con los principios de la logoterapia.