â± âµ âá åa âÝÇ âParís: inaugurado un instituto de ciencias de las religiones
Los profesores de la escuela pública han de conocer mejor el hecho religioso
Como fruto del Informe Debray de marzo de 2002 sobre la enseñanza del hecho religioso en la escuela (ver servicio 45/02), se ha abierto el 18 de junio en París el Instituto Europeo de Ciencias de las Religiones (IESR). La iniciativa procede de un conocido socialista, Jack Lang, ministro de Cultura con Mitterrand y luego de Educación hasta 2002. El IESR ofrecerá puntos de referencia para ayudar a la formación de profesores que tienen que enfrentarse a diario con el hecho religioso -especialmente en historia y letras-, como explica su director, Claude Langlois, historiador de las religiones. Organizará sus actividades a petición de los institutos de formación de maestros o de centros determinados que existen ya en algunas universidades francesas.
En sus comienzos, el Instituto presenta una sencilla estructura, con sólo tres funcionarios. Forma parte de la sección de ciencias religiosas de la École Pratique des Hautes Études. Se apoya en los trabajos de esta sección, así como en los que se llevan a cabo en instituciones universitarias de Lille, Estrasburgo, Lyon, Aix-Marsella y Rennes.
El diario La Croix (19-VI-2003) recordaba que, en su informe para Lang, Régis Debray se proponía «superar inhibiciones» sobre el hecho religioso en la escuela, evitando la «crispación» que se produjo en algún momento a propósito de la enseñanza de las religiones. Con este fin, distinguía lo religioso como «objeto de culto» y lo religioso como «objeto de cultura», para no confundir «catequesis e información». Llegaba a proponer que en los programas de los institutos de formación de maestros hubiera un módulo obligatorio sobre «Filosofía de la laicidad e historia de las religiones».
Poco antes, el antiguo revolucionario Debray había tenido ocasión de insistir en sus puntos de vista a lo largo de una extensa entrevista publicada en Le Figaro Magazine (12-IV-2003), a raíz de la publicación de su libro Le feu sacré, fonctions du religieux («El fuego sagrado, funciones de lo religioso»). Su redescubrimiento de lo religioso «se confunde con la sorpresa ante la diversidad de las culturas humanas. Pasa por la antropología antes que por la teología». Puede uno imaginar sus experiencias en Bolivia, junto al Ché, cuando afirma: «Me ha golpeado siempre ese misterio que constituye la existencia de sacerdotes, pastores o rabinos, es decir, personas que no actúan por dinero, vanidad o poder. (…) En una sociedad que no cree en el más allá, hay gentes que se consagran, y se consagran a su prójimo».
En el fondo, el filósofo francés se muestra como un no creyente abierto a la trascendencia, según expresa al final de la entrevista: «Me fascina la capacidad de algunos contemporáneos nuestros de vivir en ruptura con los ídolos actuales: el dinero, el erotismo, el individuo rey. Ante ellos, me siento como un cojo que mira a un campeón del mundo de cien metros. Veo a esos grandes deportistas de Dios como atletas de la condición humana. Llevan a su culmen la capacidad del hombre de superar infinitamente al hombre». Porque, en última instancia, «la hostilidad de la laicidad frente a las religiones no hay que buscarla en su esencia, sino en su génesis histórica».