Contrapunto
El gobierno australiano, tras un acuerdo con los Estados alcanzado el 5 de abril, ha decidido que autorizará la experimentación con los embriones humanos sobrantes de la fecundación in vitro que actualmente están congelados (unos 60.000), pero no con embriones nuevos, al menos durante tres años. No era esa la idea original del primer ministro, John Howard. Cuando aún se proponía limitar de modo permanente los experimentos a los embriones ya existentes, nueve científicos le escribieron una carta para pedirle que no lo hiciera. Usaban un argumento que hemos podido oír otras veces: si Australia adopta restricciones, muchos investigadores valiosos se verán forzados a emigrar a otros países (ver el caso de un español en el servicio 4/02).
¿Adónde podrían marchar los científicos australianos? A Estados Unidos, por ejemplo, donde no hay prohibición alguna de experimentar con embriones, solo restricciones a la financiación con fondos federales. Pero también allí hay investigadores descontentos que han alegado lo mismo que los colegas australianos; varios se han marchado a Gran Bretaña, como señala el boletín Australasian Bioethics Information (15-III-2002). Sí, el Reino Unido es más permisivo, pero no tanto como algunos quisieran: el equipo que clonó la oveja Dolly ha emigrado a Singapur, donde hay aún menos reglas. Si la acostumbrada amenaza de fuga de cerebros se cumple tanto como se esgrime, acabarán todos en China, que es el Salvaje Oeste de la biotecnología. Allí no hay ley, y el reglamento que el Ministerio de Sanidad aprobará este mismo año permitirá experimentar con embriones humanos no ya dentro de los famosos catorce días, sino hasta la cuarta semana, y producir híbridos de hombre y animal. De hecho, ya han empezado a retornar a la patria cerebros chinos formados en Estados Unidos, para aprovechar la permisividad, cuenta The Daily Telegraph (10-III-2002).
Curioso refugio para la ciencia. En China rige el partido único y la selección para puestos académicos está condicionada a la pureza ideológica. Nadie consideraría a ese país el paraíso de la libertad de investigación, salvo que uno esté empeñado en experimentar con embriones humanos por encima de todo. Pero no hay por qué extrañarse. El permisivismo en este campo no es distintivo de las democracias. Bajo el régimen nazi, algunos médicos alemanes pudieron usar sujetos humanos para experimentos que no habrían tolerado las leyes, más rigurosas, de naciones más libres. En el presente caso, sin embargo, parece que no habrá Nuremberg.
Tal vez no sea todo cuestión de libertad científica. Dice al Telegraph uno de los cerebros chinos: «La revolucionaria investigación genética que va a tener lugar llevará a la industrialización de los métodos de clonación. He abandonado mi puesto anterior para participar en esto. Mi actual salario es ahora la mitad del anterior. Sin embargo, no creo haber hecho un sacrificio. Tengo una gran carrera por delante… y stock options».
En el fondo, esta fuga de cerebros obedece a la misma lógica que la fuga de capitales. Tener impuestos más bajos que los vecinos y admitir depósitos bancarios sin preguntar es un método clásico para atraer caudales extranjeros. Pero ni a los países que lo aplican ni a quienes en ellos buscan refugio para su dinero se los considera adalides de la libertad económica. Ahora que se intenta acabar con los paraísos fiscales, resulta que vamos a tener paraísos bioéticos.
Rafael Serrano