Luz verde de la UE a la negociación con Ankara
Bruselas acaba de dar la luz verde para que la Unión Europea negocie con Ankara la adhesión de Turquía. Muchos europeos ven en los estilizados alminares turcos lanzaderas de integrismo dirigidas hacia Europa. Pero los principales dirigentes políticos de la UE prefieren observar el problema desde una óptica puramente pragmática y empírica.
Durante cuarenta años, Turquía, regida por gobiernos laicistas desde la creación del Estado, vio rechazada sistemáticamente su candidatura a la Unión Europea. El pasado 6 de octubre, el Ejecutivo comunitario que preside el portugués Durão Barroso aprobó la apertura de negociaciones de adhesión con Ankara. La noticia, aunque esperada, produjo la lógica conmoción. ¿Por qué abrir las puertas de Europa a 71 millones de turcos precisamente cuando por primera vez se ha instalado en el poder en Ankara un partido islamista?
El nuevo cerco de Viena
La respuesta de la Comisión Europea ha sido, en ese terreno, sólo parcialmente convincente. Las negociaciones con el gobierno turco (pendientes de que la «recomendación» de Bruselas sea respaldada por los 25 líderes de la Unión en su cumbre del próximo 17 de diciembre, algo que se considera un trámite meramente formal) deben comenzar a principios de 2005, y durarán «por lo menos diez años». El Ejecutivo comunitario solicita en su propuesta que se incluya por primera vez en ese tipo de negociación una «cláusula de suspensión inmediata». En el caso de que Turquía dé algún paso atrás en su actual proceso de reformas políticas y económicas, se cancelará la negociación.
¿Qué tipo de reformas? Bruselas cita algunas económicas, relacionadas con el modelo centralista de un país mucho más atrasado y pobre que la media comunitaria. Pero si Turquía entra finalmente en la UE, será la propia Unión la que tendrá que acometer urgentes medidas internas en su política de ayudas agrícolas y de fondos estructurales para evitar el colapso. Una vez en la UE, los turcos tendrán derecho a vampirizar gran parte del dinero común europeo, en virtud de sus bajos índices económicos y su abultada población rural.
Oportunismo o convicción
Las reformas políticas se refieren a la democracia, el Código Penal y el respeto a las minorías. Bruselas señala progresos sobre el papel, realizados bajo el gobierno de Erdogan (abolición de la pena de muerte, excarcelación de dirigentes civiles kurdos, represión de la tortura, entre otros). Pero el comisario de Ampliación, Günter Verheugen, no dejó de poner en su día el dedo en una de las llagas: «La aplicación de las reformas legislativas -dijo tras su última visita a Turquía- deja mucho que desear». La UE tendrá que establecer, por tanto, algún tipo de control sobre la efectividad de las reformas sobre derechos humanos en Turquía, y olvidarse del papel, que lo aguanta todo.
En cambio, la cuestión de la capacidad de Europa para integrar una sociedad islámica como la turca, se presenta a los ojos de la mayoría de los comisarios como excesivamente teórica. Y eso a pesar de que el pasado mes de septiembre el propio primer ministro turco sirvió en bandeja el debate sobre los valores que compartir, para muchos una cuestión más capital que las desventajas económicas o la polémica histórica sobre si Turquía pertenece geográficamente o no al Viejo Continente.
A finales del verano pasado, Tayip Erdogan anunció súbitamente la retirada de una serie de reformas del Código Penal turco exigidas por la UE. Además expresó su deseo de introducir penas de cárcel para los adúlteros, como manda la sharía (ley islámica), y favorecer a las escuelas coránicas de Turquía -las «imam hatip»- facilitando que sus alumnos puedan ingresar en la Universidad. El 17 de septiembre, cuando la polémica dentro y fuera de Turquía alcanzaba su cenit, Erdogan aconsejó a los políticos europeos que se ocuparan de sus propios asuntos. Una semana más tarde, viajaba con urgencia a Bruselas para desactivar la crisis que él mismo había generado y para anunciar que retiraba su proyecto de penalización del adulterio.
El beneficio de la duda
La cuestión quedó sin embargo en el aire. ¿Será capaz Turquía de aceptar los valores europeos en materia de derechos humanos y libertades una vez que acceda a la Unión? Si los argumentos para abrir las puertas al régimen de Ankara son sólo los económicos, ¿por qué no hacerlo también con Ucrania o Bielorrusia, que tienen además muchas más credenciales europeas y comparten con la UE más valores que Turquía?
La respuesta que han servido tanto los dirigentes turcos como los políticos más influyentes de Europa -Chirac, Blair y Schröder- se queda sólo en argumentos pragmáticos de corto plazo, o todo lo más aduce que la incorporación afortunada de los turcos a los valores occidentales tendría «carácter de test» para la reforma del mundo islámico.
Las razones de Erdogan parecen fáciles de comprender. Su electorado religioso le pedía reformas en favor de la sharía, el código de normas civiles y penales del Corán, proscrito por la Constitución laicista de Ataturk. El primer ministro tuvo un gesto con sus votantes hasta que vio que ponía en peligro la negociación con la UE. Turquía -y esto lo saben hasta los islamistas más ceñudos- sólo tiene futuro económico en Europa, dadas sus históricas malas relaciones con los países vecinos. Así que Erdogan decidió ser pragmático y congelar su «programa islamista», aunque la señal que ha enviado a Europa no ha sido precisamente alentadora.
Del sueño a la realidad
El impacto de la negociación con Turquía en la vieja ambición de mayor unión política entre los 25 estados europeos de la Unión va a ser inevitable. De entrada, el propio ministro alemán de Exteriores, Fischer, ha declarado que la integración de Turquía en la UE es más prioritaria que la construcción del «núcleo duro» de países que deben tirar del carro del federalismo europeo, entre los que hasta hoy descollaban Francia y Alemania.
El pesimismo que esta perspectiva despierta en los círculos europeístas ha sido resumido por una profesora francesa de Ciencias Políticas, Sylvie Goulard. En una cita que recoge el semanario británico «The Economist», uno de los adalides de la incorporación de Ankara a la Unión, Goulard afirma que la llegada de Turquía a la UE significará el fin de las ambiciones de unión política. Según ella, en ese momento la Unión Europea «pasará a convertirse en una especie de ONU regional».
El problema político que puede plantear Turquía una vez incorporada a la UE procede en gran medida de las enormes contradicciones internas que experimentan los antiguos otomanos. El 70% de los turcos vota tradicionalmente a partidos laicos, pero el 99% de la población es musulmana, con distintos grados de práctica según su cercanía a las fronteras con Europa. El islamista partido AKP está en el poder gracias a la fidelidad de un tercio de los votantes turcos -que quieren abolir el Estado secular creado en 1923 por Ataturk-, pero gracias sobre todo a su compromiso de luchar contra la corrupción y de mantener el rumbo del país hacia Europa. Que en la mente de los islamistas moderados de Ankara ese compromiso sea compatible con la aplicación gradual de la ley islámica es un asunto distinto.
Un socio de mucho peso
Para los círculos europeístas no lo es. La cuestión de la inmigración -inevitable si se considera que la renta per cápita de Turquía es el 29% de la media de la UE- puede ser soslayable. Más inquietante es el hecho de que, cuando se incorpore, el socio turco será el que más peso tenga en las votaciones del Consejo de la Unión, porque será el más poblado. Pero la clave sigue pasando por la difícil compatibilidad entre el islam y el régimen político y social europeo, que hunde sus raíces en el cristianismo.
Si los islamistas logran mantenerse en el poder habrá «agenda islamista» en Ankara. Erdogan así lo ha dado a entender. Entre los objetivos del líder del AKP figura abolir la prohibición del uso del velo islámico en los lugares públicos, y la penalización de conductas que van contra el Corán.
El regreso de los partidos laicos, o del Ejército, mantendría otros problemas internos, difícilmente compatibles también con el acervo jurídico europeo: la revitalización del laicismo estatal contra la religión, y el dudoso respeto de los derechos humanos y políticos. La tortura o la cárcel para delitos de opinión están lejos de desaparecer del panorama turco, así como el respeto de otras realidades étnicas o culturales como la kurda, hacia la que Erdogan no muestra tampoco excesivas simpatías.
Francisco de AndrésLa controversia en los países de la UE
Francia y Alemania, hoy por hoy protagonistas principales del proyecto europeo, viven situaciones contradictorias. Para el canciller alemán, el socialista Gerhard Schröder, la decisión de la Comisión Europea en favor de negociar la entrada de Turquía «es la correcta», dadas las excelentes perspectivas que ofrece a la industria alemana la llegada de un mercado nuevo y en expansión de 71 millones de consumidores. Para el ministro alemán de Exteriores, Joschka Fischer, la ruta de negociación marcada por Bruselas «permite calcular los riesgos políticos del proceso».
La opinión pública alemana, y el partido conservador en la oposición, ven las cosas de otra manera. Alemania acoge a la mayor comunidad de turcos emigrados, con 2,5 millones de personas concentradas en los estados de Renania del Norte-Westfalia y Berlín, donde se sufren los mayores problemas de integración. El plan de la Comisión Europea establece un generoso periodo de transición en materia de libertad de circulación de trabajadores, pero esa perspectiva no alivia los temores a una llegada masiva de inmigrantes turcos a Alemania.
Francia ofrece un panorama similar. El presidente conservador, Jacques Chirac, favorece la negociación con Turquía para su entrada en Europa como miembro de pleno derecho, pero habla de largos años de antesala y de la convocatoria al final de un referéndum sobre la cuestión en Francia. En un debate parlamentario, sin votación, celebrado el 14 de octubre, la mayoría de los líderes mostraron su reticencia al ingreso de Turquía, y muchos oradores propusieron limitar a una «asociación privilegiada» su relación con la UE. El portavoz socialista pidió que se dejen abiertas hasta el final las dos opciones. Los centristas y la Unión por la Democracia Francesa, ambos de la mayoría gubernamental, se manifestaron en contra de la entrada de Turquía. Así que Chirac no se ve apoyado en esta cuestión ni por su propia mayoría.
Austria y Holanda, que sufren parecidos problemas de integración de los inmigrantes, en particular los de religión musulmana, se oponen también a la entrada de Turquía, pero son pesos ligeros en la UE. El comisario holandés, Frits Bolkestein, ha llegado a decir que una inmigración incontrolada de turcos hacia Europa significaría que la derrota del Imperio otomano a las puertas de Viena en 1863 fue al final en vano.
Pero junto a Schröder y Chirac están no sólo Blair sino todo el Reino Unido, con la influyente galaxia mediática anglosajona metida en campaña en favor de la candidatura turca. La cuestión de fondo que plantean los analistas británicos no es baladí. Si en su último texto de Constitución la UE ha decidido renunciar a su identidad cristiana, ¿por qué ha de limitarse el ámbito de la Unión tan sólo a los antiguos reinos cristianos en vez de romper los moldes para ampliar su mercado económico? En otras palabras, ¿por qué ha de ser un exclusivo club europeo si ha dejado de considerarse un club cristiano (pese a que todo el Oriente insiste en identificar Occidente y cristianismo)?
Londres, bajo signo laborista o bajo bandera conservadora, defiende en realidad sus intereses permanentes desde su tardía incorporación a la Comunidad Europea. Los británicos desconfían de cualquier proyecto de unión política europea -impulsada hoy por el eje franco-alemán-, que siempre considerarán como una amenaza continental hacia las islas. Y un camino excelente para sabotearla es permitir la entrada en la UE del primer socio musulmán, ajeno casi por completo a la tradición cultural y política europea.
Sacudidas en la UE por la entrada de Turquía
La posible entrada de Turquía en la UE tendría un efecto mayor que el de anteriores ampliaciones, por el impacto combinado de su población, tamaño, economía, situación geográfica y potencial militar. Así lo hace notar el informe de la Comisión Europea sobre el ingreso de Turquía. Estos son algunos de los puntos destacados por la Comisión:
Población. Con una población actual de 71,3 millones de habitantes y una tasa de fecundidad de 2,4 hijos por mujer, Turquía se convertiría a partir de 2015 en el país más poblado de la UE, con 82 millones de habitantes. Esto afectará al reparto de poder en el Parlamento Europeo y en el Consejo de la UE, ya que está en relación directa con la población.
Emigración. Los turcos constituyen el grupo más numeroso de inmigrantes en la UE. Son tres millones (2,3 millones en Alemania y 230.000 en Francia) y se espera que sigan llegando. Ante el temor de una entrada excesiva de inmigrantes turcos, podría limitarse durante un tiempo el principio de libertad de tránsito de los trabajadores, como se ha hecho a la entrada de otros candidatos durante un periodo de transición.
Agricultura. El 33% de la población activa turca se dedica a la agricultura (frente a un 5,4% en la UE actual). Con la actual PAC (Política Agrícola Común), Turquía se llevaría en ayudas a la agricultura una cantidad superior a la destinada hoy a los diez países que se han incorporado a la UE.
Ayudas. La renta per cápita de Turquía equivale al 29% de la UE actual. Todas las regiones turcas tendrían derecho a las máximas ayudas para corregir las disparidades regionales, lo que provocaría un enorme trasvase de recursos.
Fronteras. Turquía tiene casi 2.500 kilómetros de fronteras terrestres con Georgia, Armenia, Azerbaiyán, Irak, Irán y Siria, más las fronteras marítimas en el Mediterráneo, el Egeo y el mar Negro. Su vigilancia requerirá fuertes inversiones para controlar la inmigración ilegal y la lucha contra el terrorismo.
En contrapartida, extenderá la UE hasta las fronteras de las regiones con más reservas energéticas del mundo en Oriente Próximo y el mar Caspio, y aportará más seguridad al suministro energético.
Política de seguridad. Con su amplio presupuesto militar, Turquía reúne las condiciones para aportar estabilidad a Oriente Próximo y el Cáucaso, y para contribuir de modo significativo a la política europea de seguridad y defensa.