La obesidad ya es un problema de salud pública en los países ricos donde la dieta ha cambiado, las nuevas generaciones no saben cocinar y el estilo de vida sedentario no contribuye a quemar grasas. Con todo, la obesidad infantil es lo que más preocupa. En Estados Unidos, por ejemplo, hay 9 millones de niños con sobrepeso. Los gobiernos de este y otros países se han puesto manos a la obra, con el punto de mira en los comedores escolares. Algunas soluciones han tenido éxito.
Cuando por el motivo que sea -recorte presupuestario, especialmente- baja la calidad de la comida en los colegios, se reduce el número de estudiantes que comen allí. Si no se llega al mínimo necesario, la media por comensal sale más cara y hay que seguir recortando costes, pero en una cocina no se puede recortar mucho más allá de los ingredientes. No parece fácil recuperar así a la clientela.
Según la empresa de «catering» Compass, el menú individual en un colegio británico de primaria cuesta entre 1,77 y 1,91 euros, distribuidos así: 1,03 euros de costes laborales y administrativos, 7 céntimos de equipamiento y 11 céntimos de beneficios, de manera que los ingredientes salen por 59 céntimos. En una prisión, en cambio, se gastan 88 céntimos en los ingredientes y en un hospital, 1,32 euros.
Los colegios tienen aún una opción para recuperar a la clientela: sírvanse patatas fritas, pizzas y carne turca. Esto trae consigo problemas de nutrición y obesidad infantil. De ahí que el gobierno se haya preocupado de regular qué se debe comer y qué no en los colegios. Sin embargo, no es fácil servir un menú equilibrado y sano por 60 céntimos. De hecho, para algunas grandes empresas de «catering», como Compass o Rentokil, los comedores escolares han dejado de ser un mercado atractivo en Gran Bretaña.
El gobierno laborista ha optado por destinar más dinero a mejorar las comidas escolares. Desde marzo, se exige a los colegios que gasten 73 céntimos por cada comida de alumno de primaria y 88 céntimos por la de alumno de secundaria. Además, el Ministerio de Educación exigirá a partir de septiembre unas especificaciones mínimas en cuanto al nivel de grasa, glucosa y sal en la comida escolar.
Sin embargo, las comidas del colegio son solo el 15% de lo que come un niño al cabo de un año. Es decir, no son la clave de la nutrición infantil. Neil Porter, de la Local Authority Caterers’ Association, dice que los niños viven en la cultura de la comida precocinada y que hay «al menos dos generaciones de padres que no saben cocinar y no están familiarizados con ciertos alimentos. Una gran mayoría de chavales no comerá en el colegio lo que no come fuera» («The Economist», 4-12-2004). En el mismo sentido, John Dunford, secretario general de la Secondary Heads’ Association, ve con escepticismo las especificaciones del gobierno porque «parten de la base de que la mayoría de los estudiantes comen alimentos sanos y de mejor calidad en sus casas. Pero aunque los colegios lleguen a ofrecer comidas más sanas, no se puede forzar a los alumnos a comérselas».
Estados Unidos: enseñar qué comer
Según datos federales, en Estados Unidos hay 9 millones de niños con sobrepeso. La imaginación se ha disparado para solucionar el problema. En algunos colegios se han prohibido las máquinas expendedoras de bebidas de más de 33 cl o comida con alto contenido en azúcares o grasas.
Otros han optado por dar clases de nutrición sana a niños de 8 a 10 años, donde se les explica que no hay alimentos prohibidos pero que conviene distinguir entre alimentos para comer «todos los días», «algunas veces a la semana» o en «alguna ocasión». Así, se les enseña que el desayuno es importante para desarrollar bien las actividades de la jornada pero que, por ejemplo, es preferible desayunar a diario cereales integrales no azucarados; galletas o crepes los fines de semana; y dejar los cereales azucarados, «croissants» o buñuelos para los días de fiesta.
Tres años después, el National Heart, Lung and Blood Institute realizó un estudio con 595 niños que asistieron a esas clases. Es el mayor estudio sobre el impacto de la educación alimentaria en niños y los resultados han sido satisfactorios. Al cabo de ese tiempo, los niños comían a diario muchos más alimentos aconsejados para «todos los días» -excepto la fruta- que los niños que no asistieron a las clases, y redujeron el consumo de alimentos aconsejados para «alguna ocasión», excepto la pizza. Los investigadores concluyen que la educación alimentaria crea hábitos sanos que permanecen.
En vista de los resultados, el Instituto va a lanzar la campaña «We Can!», cuyo objetivo es multiplicar estos cursos en todo el país y promover el ejercicio físico entre niños de 8 y 13 años (más información y consejos para padres en http://www.nhlbi.nih.gov/health/public/heart/obesity/wecan).
Canadá: menú y ejercicio
Algunos colegios de Nueva Escocia (Canadá) han reducido mucho el número de alumnos obesos. Hasta 1997, encargaban la comida a restaurantes de comida rápida cercanos. Los padres se quejaron y cambiaron de estrategia. Además de un menú equilibrado y sano -ahora subvencionado-, hay gimnasia diaria y una oferta mayor de actividades extraescolares para reducir el número de horas que los chicos pasan en casa sin hacer nada -son gratuitas y al finalizar llevan a los chicos a casa-.
En el colegio Port William, de 275 alumnos, aplicar este programa cuesta 25.000 dólares: menos de 100 dólares por alumno.
Los responsables están contentos, pues en los colegios que no tienen programas contra la obesidad hay un 10% de niños con obesidad y un 33% de niños con sobrepeso. En cambio, en los doce colegios de Nueva Escocia que aplican el programa solo hay un 4% de niños obesos y un 18% de niños con sobrepeso. Pero el dato más interesante es que apenas hay diferencias en porcentaje entre los colegios que no hacen nada contra la obesidad infantil y los que solo se limitan a mejorar el menú sin ir más allá.