Svetlana Alexiévich, historiadora del alma soviética

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La periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich recibió el premio Nobel de Literatura 2015 por su obra polifónica, un monumento al sufrimiento y al coraje de nuestro tiempo, con las ruinas del imperio soviético como telón de fondo. El género que m·s ha cultivado, por el que es más conocida y premiada, es el reportaje periodístico. El Nobel prestigia, pues, el periodismo narrativo y la crónica de largo aliento, un género que a menudo queda fuera de las valoraciones literarias.

La obra de Svetlana Alexiévich (ver Aceprensa, 11-10-2015) vuelve a abrir el debate sobre la permeabilidad de los géneros literarios y periodísticos y sobre la perdurabilidad literaria de la no ficción. Alfonso Armada, en un artículo titulado “La realidad supera a la ficción” (ABC, 13-10-2015), escribió que la obra de Svetlana Alexiévich se enmarca dentro del auge de la crónica como testimonio y denuncia. El género tiene prestigiosos representantes, como James Agee, Gay Talese, Tom Wolfe, Manuel Chaves Nogales, Gaziel o Jacinto Miquelarena, entre otros. Hoy está de moda y es muy apreciado por periodistas que han optado por el reportaje como alternativa al periodismo light o a la información limitada y anoréxica que proporcionan las redes sociales. Alfonso Armada destaca los nombres de Patrick de Saint-Exupéry, Laurent Beccaria, David Remnick, Wojciech L. Tochman, Leila Guerriero, Juan Villoro, Martín Caparrós, Julio Villanueva Chang, Óscar Martínez…

Las ruinas del imperio

Antes de la recepción del Nobel, de esta autora bielorrusa solamente se había publicado en España Voces de Chernóbil, aparecido en 2006 en la editorial Siglo XXI. Ahora coinciden en las librerías tres títulos suyos: una reedición de esta misma obra en la editorial Debate, también con la traducción de Ricardo San Vicente; La guerra no tiene rostro de mujer, que cuenta con dos ediciones, la última de 2013; y El fin del “Homo sovieticus”, su última obra, también de 2013. Los tres libros resumen el excelente trabajo periodístico de la autora, nacida en Ucrania en 1948 pero residente en Bielorrusia, donde se ha dedicado al periodismo y a la enseñanza, y que ha escrito de manera muy crítica sobre la realidad soviética y el fin del comunismo, quizás su principal tema.

Con los testimonios que recoge, forma una novela coral que “no es una simple narración” y que, aun siendo todo no ficción, “está más cerca de la literatura que de otra cosa”

Faltan por publicarse Los últimos testigos. Cien nanas nada infantiles, de 1985; Los chicos de zinc, de 1989, donde se da la palabra a las madres de soldados soviéticos que fallecieron en la guerra de Afganistán; y también Cautivados por la muerte, de 1994, sobre los soviéticos que se suicidaron al no asimilar el hundimiento del sistema comunista.

En los tres libros disponibles en español, la autora explica cuáles son sus objetivos literarios y periodísticos, y las claves de su estilo. No quiere Alexiévich, en el caso de La guerra no tiene rostro de mujer (1), volver a hablar de la II Guerra Mundial. En Voces de Chernóbil (2), no es su intención ofrecer un nuevo reportaje sobre los desastres de la central nuclear, los fallos que se cometieron, las mentiras oficiales y las consecuencias ciertamente trágicas que se padecieron en Ucrania, Rusia y Bielorrusia. Tampoco desea presentar en El fin del “Homo sovieticus” (3) una imagen delirante del hundimiento del comunismo tras la perestroika de Gorbachov y los años de Borís Yeltsin, que supusieron el desmantelamiento del régimen y la independencia de las repúblicas soviéticas.

Una poética del hombre corriente

No. La autora busca otra cosa muy distinta. Por ejemplo, en El fin del “Homo sovieticus”, en el prólogo, dice: “Yo escribo sobre las briznas, las migas de la historia del socialismo ‘doméstico’, del socialismo ‘interior’… Estudio el modo en que consiguió habitar en el espíritu de la gente. Siempre me ha atraído ese espacio minúsculo, el espacio que ocupa un solo ser humano, uno solo… Porque, en verdad, es ahí donde ocurre todo”. En todos sus libros va a la búsqueda del hombre corriente, de los recuerdos de personas anónimas, de la visión de los hechos de seres intrascendentes que nunca han sido tenidos en cuenta ni para escribir los libros de historia ni para explicar nada de nada.

Sus libros son fruto de cientos y cientos de entrevistas. Con muchas de esas personas, la autora comparte horas de intimidad doméstica, come con ellas, habla de muchas cosas intrascendentes. Aprovecha también los encuentros casuales, por ejemplo, durante un viaje en tren.

Para Alexiévich, todo el mundo tiene su historia personal, íntima, alejada de las crónicas oficiales. No resulta fácil, sin embargo, sustraerse al peso de lo ya escrito, leído, comentado… Por ejemplo, al tratar de la guerra, lo normal es que los protagonistas, si son hombres, repitan las interpretaciones oficiales, las crónicas, lo que figura en la Historia escrita por los historiadores, militares o políticos. Incluso si los protagonistas tienen cierta cultura, lo normal es que hayan leído muchas cosas sobre la guerra y se hayan fabricado una opinión en la que mezclan su versión con lo que han leído.

En todos sus libros va en busca del hombre corriente, de los recuerdos de personas que nunca han sido tenidas en cuenta para escribir la Historia

“He comprobado –escribe en La guerra no tiene rostro de mujer– que la gente sencilla (las enfermeras, cocineras, lavanderas…) son las que se comportan con más sinceridad. Ellas –¿cómo explicarlo bien?– extraen las palabras de su interior en vez de usar las de los rotativos o las de los libros, toman sus palabras en vez de coger prestadas las ajenas. Y solo a partir de sus propios sufrimientos y vivencias”.

Saber escuchar

Sus libros son corales, polifónicos. La revelación de cómo debía ser su literatura la tuvo después de leer el libro Soy la aldea en llamas, de Alés Adamóvich, una novela construida toda ella “a partir de las voces de la vida diaria”. Además hay que sumar la influencia de Dostoievski, de Alek-sandr Solzhenitsyn y del periodista polaco Ryszard Kapuscinski.

Este es su trabajo: captar “la Historia a través de las voces de testigos humildes y participantes sencillos, anónimos. Sí, eso es lo que me interesa, lo que quisiera transformar en literatura”. Conseguir eso no es fácil, como explica Alexiévich: “Siempre transcurre un tiempo (uno nunca sabe cuánto ni por qué) y de repente surge el esperado momento en que la persona se aleja del canon, fraguado de yeso o de hormigón armado, igual que nuestros monumentos, y se vuelve hacia su interior. Deja de recordar la guerra para recordar su juventud. Un fragmento de su vida… Hay que atrapar ese momento. ¡Que no se escape!”.

La clave está en saber escuchar para facilitar el recuerdo sincero, íntimo: “Los textos están en todas partes. En los apartamentos de la ciudad, en las casas de campo, en la calle, en el tren… Estoy escuchando… Cada vez me convierto más en una gran oreja, bien abierta, que escucha a otra persona. ‘Leo’ la voz”. Esa paciente escucha facilita que los recuerdos se agiten y salga lo más auténtico, no lo manido: “Me interesa no solamente la realidad que nos rodea, sino también la que está en nuestro interior. Lo que más me interesa no es el suceso en sí, sino el suceso de los sentimientos”. Con este material de primera mano, auténtico, biográfico, la autora busca “fundir el habla de la calle y de la literatura”.

Por eso, para la autora el recuerdo de los hechos tal y como sucedieron no es el objetivo principal de sus libros. “Sencillamente –escribe en el prólogo de Voces de Chernóbil–, ya no bastaba con los hechos, aspirabas a asomarte a lo que había detrás de ellos, a penetrar en el significado de lo que acontecía. Estábamos ante el efecto de la conmoción. Y yo estaba buscando a esa persona conmocionada. Esa persona enunciaba nuevos textos. A veces las voces se abrían paso como llegadas desde un sueño o desde una pesadilla, desde un mundo paralelo”.

Los testimonios, variados y distintos, forman, como afirma Alexiévich en una entrevista publicada por el diario Clarín (10-12-2015), una novela coral que “no es una simple narración” y que, aun siendo todo no ficción, “está más cerca de la literatura que de otra cosa”.


(1) La guerra no tiene rostro de mujer, Debate, Barcelona (2015), 368 págs., 21,90 €. T.o.: U voiný ne zhénskoe litsó. Traducción: Yulia Dovrovolskaia y Zahara García González.

(2) Voces de Chernóbil, Debate, Barcelona (2015), 408 págs., 21,90 €. T.o.: Chernóbylskaia molitva. Traducción: Ricardo San Vicente.

(3) El fin del “Homo sovieticus”, Acantilado, Barcelona (2015), 656 págs., 25 €. T.o.: Konets krásnogo cheloveka. Traducción: Jorge Ferrer Díaz.

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