Hace 3.900 semanas, dos hombres publicaron por primera vez un semanario de 32 páginas. Era el 3 de marzo de 1923 y la revista se llama Time. Hoy, la empresa iniciada por Henry Luce y Britton Hadden, con 33 redactores, es el semanario de información más prestigioso del mundo, y su tirada está en torno a los cinco millones de ejemplares.
Time cumple este mes 75 años y lo celebra con un número especial en el que la cover story, el reportaje central, es la propia revista. Lo ilustran algunas de sus famosas portadas, en las que figuran desde Ghandi a Hitler, Marilyn Monroe, Cassius Clay, Bob Kennedy o John Lennon. A partir de 1966, el semanario utilizó en portada imágenes de cosas además de personas: la píldora anticonceptiva, la Tierra, el desastre del Challenger o el terremoto de San Francisco de 1989.
El secreto de su éxito es la fórmula inventada por dos universitarios de Yale, Luce y Hadden, que en 1923 tenían sólo 24 y 25 años. Entonces, los norteamericanos podían leer prensa local y regional, que sólo daba una visión parcial de lo que pasaba, o revistas retóricas y voluminosas, que casi nunca daban la noticia estricta.
Decidieron hacer un semanario de actualidad, con sólo noticias, escuetas y bien redactadas, y con una visión global del mundo y de la vida. Por eso, aunque Time ha dado preferencia a los temas americanos, su información internacional ha sido siempre muy amplia. Según sus creadores, toda la revista tenía que poder leerse en una hora.
También crearon un estilo de redacción característico. Luce decía que todas las noticias tenían que ser «excitantes, épicas o puros datos». Hadden se inspiraba en La Iliada, de la que había sacado cientos de palabras que utilizaba en la redacción de las noticias. A partir de 1927 Time empieza a utilizar un borde en la portada que, junto con su mancheta, se convierte en la imagen de marca de la revista.
La obsesión de Time por los datos ha sido objeto de sátira. «En Rusia hay 00 árboles», titulaba un artículo de Harper’s, que parodiaba al semanario, mientras que entre los periodistas se dice que Time «es la revista que te da todos los datos exactos con la interpretación equivocada». Pero su método de trabajo con continuas comprobaciones, su nutrida redacción altamente especializada y sus excelentes fuentes, hacen que su información sea una de las más completas.
La Segunda Guerra Mundial y los tumultuosos años cincuenta vieron el triunfo de Time, que no sólo se convirtió en el mayor semanario de información, sino que dio origen a un modo de pensar de la clase media norteamericana. «Time ha contribuido a moldear el carácter americano más que todo el sistema educativo junto», afirmó el rector de la Universidad de Chicago Robert Hutchins.
Su fórmula única le permitió superar la gran crisis de los sesenta, cuando la televisión en color se llevó por delante a grandes revistas como Life (Life desapareció por un problema de costes cuando todavía tenía altas cifras de ventas). Time, en cambio, siguió creciendo hasta superar los cinco millones de ejemplares vendidos en todo el mundo.
Hace un par de años tuvo un ligero descenso y sus directivos dieron un golpe de timón. Disminuyeron la información de política internacional dando más espacio a temas más sociales y populares: medicina, educación, tendencias. Este ligero cambio de rumbo se vio favorecido por circunstancias como el accidente mortal de la Princesa Diana: el número de más venta en quioscos de los últimos veinte años ha sido el dedicado a Diana el 15 de septiembre pasado: 1.183.758 ejemplares. Le sigue el de su muerte (802.838).
En cambio, las peores portadas desde 1980 han sido una dedicada al renacimiento de la cultura negra en 1994 (100.827 ejemplares de venta en quioscos), otra a Benjamin Netanyahu en 1996 (109.300) y otra en que apareció Boris Yeltsin en 1993 (109.365). Las que más protestas han levantado fueron la de «El último tango en París» de 1973 (se recibieron 12.191 cartas en contra), Jomeini «Hombre del Año 1980» (5.180 cartas) y «¿Dios ha muerto?» de 1966 (3.500). También provocaron muchas bajas de suscriptores.
Miguel Castellví