El referéndum italiano sobre la ley de fecundación artificial
Roma. El rechazo de Italia a la modificación de la ley sobre fecundación asistida, en el referéndum del 12 y 13 de junio, ha sorprendido por lo contundente de los resultados. A pesar de lo incandescente de la campaña, el 74,5% de los italianos desertó de las urnas. Se trata de una decisión cargada de significado, pues el «no voto» había sido propuesto por muchos grupos e instituciones, entre ellas la Conferencia Episcopal. La consulta fue nula y la ley sigue vigente.
El referéndum fue promovido por el Partido Radical -un grupo político de inspiración libertaria que carece en la actualidad de representación en el Parlamento- y por los «Democráticos de Izquierda», el principal heredero del antiguo Partido Comunista Italiano. El objetivo era suprimir de la ley, aprobada en febrero de 2004 por una mayoría transversal parlamentaria, los aspectos que la convierten en una de las más equilibradas de Europa (ver Aceprensa 175/03). Se pretendía eliminar la prohibición de la congelación e investigación con embriones, el rechazo de la fecundación heteróloga, que el acceso a la fecundación asistida se reservara sólo a parejas estériles y la equiparación de los derechos del embrión con los de los demás sujetos implicados.
Campañas desiguales
La campaña de los promotores del referéndum se caracterizó por los eslóganes emotivos, basados -en buena parte- en datos falsos, pero con fuerza persuasiva. Por ejemplo, la supresión de los impedimentos para usar los embriones como material de investigación se presentó no solo como un ataque contra la libertad de la investigación científica, sino como un gesto de crueldad: votar «sí» a los cambios equivalía a curar enfermedades como el Alzheimer, la diabetes o el Parkinson. El diario «LUnità» titulaba así, a toda plana, su primera página del domingo 29 de mayo: «Referéndum, 4 millones de enfermos condenados por una ley cruel». Ese mensaje se repitió hasta la saciedad. En la misma línea sentimental se defendió que se trataba de unos cambios «en defensa de la vida y a favor de la salud de la mujer». También se dijo que esta ley -tal como está- provocará el incremento del «turismo de la probeta» hacia países donde la legislación es menos rigurosa.
Los defensores de la ley, por su parte, emplearon un tono menos propagandístico y más centrado en los contenidos, aunque también usaron eslóganes. Se divulgó así al gran público el dato de que la investigación sobre células madre embrionarias no ha producido aún ninguna aplicación terapéutica, al contrario que la investigación sobre células madre adultas, que se aplican ya para combatir enfermedades. Se explicó que los límites de la ley van precisamente en la dirección de proteger a la mujer contra los riesgos de las tecnologías reproductivas (limitando, por ejemplo, los «bombardeos» hormonales) y de evitar la «producción» de embriones destinados, en el mejor de los casos, al congelador. Sobre el «turismo de la probeta», se recordó que también existe un «turismo sexual» con menores, dirigido hacia lugares donde la protección de la infancia deja mucho que desear. Pero el gran logro fue situar al embrión en el centro del debate: ¿es «algo» o «alguien»?
Junto a algunos políticos, los protagonistas de la campaña a favor de la ley fueron especialistas en la materia, la mayoría agrupados en el comité «Ciencia y vida». Se sirvieron fundamentalmente de centenares de mesas redondas, encuentros y reuniones, pero no descuidaron la aparición en los medios de comunicación (también con publicidad pagada). Muy eficaces para desmontar los sofismas de los promotores de la modificación se han mostrado «Avvenire», el periódico propiedad de la Conferencia Episcopal Italiana, e «Il Foglio», un diario de opinión de inspiración liberal. El resto de la prensa concedió espacio, pero más bien con el propósito de denotar cierta ecuanimidad formal, pues buena parte de los medios de comunicación apoyaba explícitamente la modificación de la ley.
Un debate político transversal
Como ya había ocurrido durante la votación parlamentaria, tanto en el ataque a la ley como en su defensa se manifestaron representantes del gobierno y de la oposición (si bien la tendencia general fue el apoyo del centro derecha y el rechazo del centro izquierda). Y es que, desde el inicio, la batalla no fue del «sí» contra el «no», sino del «sí» contra la abstención. Según el sistema italiano, cuando un referéndum es de iniciativa popular (bastan medio millón de firmas para convocarlo), toca a los promotores demostrar que su propuesta interesa a la mayoría del país. De ahí que para su validez sea preciso el quórum de votantes (la mitad más uno de los que tienen derecho al voto). Si no se obtiene, el referéndum es inválido. Durante la recogida de firmas, los promotores anunciaron que el 70% de la población estaba contra la ley.
El recurso a la abstención -que fue usado por todos los partidos políticos en ocasiones precedentes- se convirtió en este caso en uno de los temas de debate, sobre todo cuando el cardenal Camillo Ruini, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, recomendó esa opción a los fieles. Como en un guión ya escrito, no faltaron quienes denunciaron la toma de posición de los obispos considerándola un atentado contra la laicidad del Estado. El dato, sin embargo, es que incluso entre los votantes de centro izquierda la abstención superó el 65%. Y que la votación entre las mujeres -el sector que los promotores del referendum pretendían representar- se mantuvo al mismo nivel que la de los varones: el 25,5%.
El uso de la religión como argumento estuvo más presente en quienes apoyaban el referéndum que en quienes lo rechazaban. Los primeros usaron la estrategia de insistir en que las únicas razones para oponerse a los cambios eran las creencias religiosas; mientras que los segundos se apoyaron más en argumentos de sentido común y en datos científicos. De hecho, las intervenciones de los obispos fueron muy limitadas y se refirieron a la defensa de la dignidad humana.
Disenso en el frente laico
Desde el punto de vista cultural, un aspecto novedoso que emergió durante el debate fue la atenuación de algunos «disensos» y el nacimiento de otros. Por un lado, se registró una amplia unanimidad entre los católicos italianos; un acuerdo entendido no como una simple «obediencia a los obispos», sino como comprensión de lo que estaba en juego. De ahí que algunos comentaristas favorables al «sí» criticaran esa falta de discordia y concedieran particular eco a los escasos «católicos adultos» que mostraron su desacuerdo con la jerarquía.
Pero más significativo aún resultó el disenso en el «frente laico»: representantes del feminismo y del ecologismo militante, intelectuales de «tradición anticlerical», etc. reconocieron -con mayor o menor intensidad- que el embrión no es «algo» sino «alguien», y que los límites que impone la ley no son frenos a la libertad, sino frenos contra la tiranía del más fuerte. El caso que tuvo más resonancia internacional fue el de la periodista y escritora Oriana Fallaci.
Como comentaba Eugenia Rocella, antigua militante radical y feminista, esta vez «el frente laico se ha roto como no ocurría desde hace años». Se consiguió así «resquebrajar la superficie brillante de la libertad de elección, de la salud de las mujeres, de los derechos de la investigación y de las esperanzas de curación para los enfermos. A través de esas grietas se han filtrado conceptos peligrosos, material incandescente: la perspectiva concreta de la eugenesia, una concepción de la investigación que no tolera limitaciones éticas, lo ilusorio de las promesas de terapias al alcance de la mano, la existencia de un mercado global del cuerpo y de la vida».
No cabe duda de que las principales derrotadas por el desenlace del referéndum han sido algunas «elites culturales», acostumbradas a erigirse en intérpretes de lo que quiere el país. Y que, en muchos casos, una vez conocidos los resultados, han lamentado que el pueblo no se hubiera mostrado lo suficientemente maduro para seguir esas consignas de «modernidad obligatoria». También han sufrido un golpe los principales medios de comunicación, dispensadores acríticos del «progreso políticamente correcto».
Diego Contreras