Sídney.— No hay nada más aterrador que el fuego. Y Australia se está quemando hasta quedar en cenizas. A lo largo del continente, particularmente en la región costera oriental, entre Sídney y Melbourne, las escenas son apocalípticas. En el aire, gigantescas columnas de humo recorren miles de kilómetros en el Mar de Tasmania y cubren los glaciares de Nueva Zelanda con capas de hollín. En el suelo, los fuegos descontrolados devoran árboles, casas, poblados enteros. Millones de hectáreas se han quemado.
En la playa de Mallacoota, una pequeña villa pesquera y de veraneo, se refugia un millar de personas que esperan que la Armada Australiana acuda a evacuarlos. Han muerto unas 20 personas, incluidos tres jóvenes bomberos. Los reservistas del ejército han sido llamados a filas.
Y en todo el mundo, periodistas y políticos señalan a los terribles incendios como la confirmación de sus peores temores respecto al cambio climático. “El apocalipsis se convertirá en la nueva normalidad” debido al cambio climático provocado por el hombre, afirma el Nobel Paul Krugman en su columna en el New York Times. El incendio de Australia es “solo una pequeña muestra de los horrores que se avecinan”.
Asimismo, Greta Thunberg tuiteó: “Todavía no entendemos la conexión entre la crisis climática y los cada vez más comunes eventos meteorológicos y desastres naturales, como los #FuegosdeAustralia. Eso es lo que tiene que cambiar. Ahora”.
Un poco de perspectiva histórica
La temporada australiana de incendios forestales se ha convertido en el nuevo frente de las guerras climáticas. Los observadores foráneos (y locales) se están apresurando a atribuir los fuegos a la crisis climática global. Pero hay tres cosas que todo el mundo debe conocer antes de retuitear el diagnóstico de Greta Thunberg:
Primero, que hay enormes incendios en Australia cada verano. El bronceado paisaje del continente ha sido modelado por el fuego durante decenas de miles de años. Los aborígenes cazadores-recolectores “domesticaron” la tierra haciéndola arder generación tras generación. Después de un incendio, crecía la hierba, se multiplicaban los canguros y los aborígenes festejaban. “Humos durante el día y fuegos durante la noche”, escribía el capitán James Cook mientras navegaba junto a la costa oriental en 1770.
Uno de los primeros exploradores, Thomas Mitchell, escribía en 1848 que el “fuego, la vegetación y los humanos parecen depender unos de otros para su existencia en Australia, ya que si cualquiera de ellos faltara, los otros no podrían continuar”.
En segundo lugar, los fuegos catastróficos suceden con regularidad desde mucho antes de que hubiera una crisis climática. En 1851, calcinaron cinco millones de hectáreas y mataron a 12 personas y a un millón de ovejas en la entonces colonia de Victoria. El intenso calor se dejó sentir hasta 30 kilómetros dentro del mar. En 1926, 31 personas murieron cerca de Melbourne. En 1939, en Victoria, murieron otras 71 y se destruyeron 650 casas.
En 1967, los incendios de Tasmania arrasaron 1.300 hogares y acabaron con 62 personas. En 1983, murieron otras 75 en los terribles fuegos del Miércoles de Ceniza, que también destrozaron 1.900 viviendas. Los peores incendios de la historia australiana ocurrieron en Victoria en 2009. Como en los de este año, hubo una combinación letal de sequía, altas temperaturas y fuertes vientos. Murieron 173 personas y se perdieron 2.000 hogares.
Tercero, aunque el clima parece estar cambiando, hay muchos factores que hacen que la gestión de los fuegos se vuelva un problema complejo. Por una parte, hay una escasez de mano de obra cualificada. Es imposible que bomberos exhaustos puedan hacer frente a este problema. La mayoría de ellos son voluntarios –altamente capacitados, pero voluntarios–. Es una tradición arraigada desde hace mucho tiempo en Australia. Pero esos hombres –mayormente son hombres– están envejeciendo, y cada vez menos personas se están uniendo a las brigadas antiincendios locales.
También hay que reexaminar las leyes de zonificación. A los australianos les gusta vivir en casas de campo en las afueras antes que en apartamentos en la ciudad. De este modo, y como la gente busca estar más cerca de la naturaleza, las viviendas se adentran más y más en la zona forestal. Durante la mayor parte del año, es idílico, pero cuando empiezan los incendios forestales, puede ser infernal. Inevitablemente se pierden vidas y casas.
La necesaria reducción de riesgos
Sin embargo, para los australianos, el factor más importante y controvertido es la “carga combustible”. Las ramas caídas, la hojarasca, la maleza, la hierba y los árboles muertos por incendios anteriores se acumulan en el bosque, creando así el combustible para próximos incendios. En los años 50 y 60, el gobierno solía efectuar incendios controlados en los meses de invierno para reducir así esa carga combustible en los meses de verano.
Pero esto causa humaredas y es incómodo para quienes viven en las afueras. Bajo presión del lobby ecologista, la quema controlada se restringió gradualmente a áreas donde las reservas limitaban con urbanizaciones o tierras agrícolas. Como resultado, en las zonas donde no se hace la quema prescrita, la carga combustible crece y crece, hasta estallar en los intensos fuegos estivales que estamos viendo ahora.
Tras los desastrosos incendios de 2009 en Victoria, una investigación gubernamental concluyó que “paradójicamente, mantener los bosques prístinos, intocados por la quema controlada, puede predisponer esos bosques a una mayor destrucción en caso de un incendio forestal”.
Bajo presión del lobby ecologista, la quema controlada, una práctica que evita los incendios a gran escala, se ha ido restringiendo gradualmente
Renunciar a llevar a cabo la quema controlada es un crimen, señala por su parte la periodista Miranda Devine. “La verdadera culpable es la ideología verde, que se opone a la necesaria reducción de la carga combustible en los parques nacionales y que prohíbe a los propietarios de tierras que desbrocen la vegetación en torno a sus casas”.
Vic Jurskis, miembro del Instituto de Silvicultores de Australia, que representa a 1.200 profesionales del sector forestal, escribió una carta abierta el pasado año en la que expresaba: “En vez de gastar miles de millones de dólares en ineficaces bombarderos de agua, tontos modelos informáticos y una burocracia de emergencias enormemente costosa, que es premiada con más fondos tras cada desastre, necesitamos gastar solamente una minúscula parte en restablecer los periódicos incendios leves y los paisajes seguros y saludables”.
Un problema con solución
Por su parte, desde la Universidad de Tasmania, David Bowman, experto en fuegos, señala que el cambio climático ha acrecentado el peligro de los incendios, pero que las condiciones para los fuegos catastróficos siempre han estado ahí. “Todos esos problemas ya existían. Todo lo que hace el cambio climático es acelerarlos y amplificarlos”.
El inconveniente de responsabilizar al cambio climático por los incendios forestales, es la inferencia de que el problema es insoluble
Entretanto, el grupo The Bushfire Front, de Australia occidental, advierte que aplacar al lobby verde culpabilizando al cambio climático es peligroso. “El inconveniente de responsabilizar al cambio climático por los incendios forestales es la inferencia de que el problema es insoluble, porque no se puede hacer nada a corto plazo para cambiar el clima. Lo peor de todo es que ignoran el papel de la carga combustible en provocar estos incendios imparables, cuando es un problema que puede solucionarse fácilmente”.
Cuando se extingan los incendios, habrá una investigación –probablemente varias– y abundantes oportunidades para apuntar con el índice y para los discursos grandilocuentes. Y los políticos tendrán que posicionarse sobre si el apocalipsis de fuego se debió al cambio climático o a la mala gestión.
Controlar la temporada de incendios de Australia se perfila más como un problema político que como uno ecológico. La verdadera pregunta es si los políticos tendrán las agallas para resistirse a hacer gestos de postureo de cara a la crisis climática, y para plantar cara al lobby ecologista en el tema de la reducción de la carga combustible.
Michael Cook es director de MercatorNet, donde se publicó originalmente este artículo. Versión española, publicada con autorización.