La investigación histórica de Ann Farmer muestra que en su origen el aborto y la esterilización se promovieron como medidas eugenésicas contra los pobres.
Puede objetarse que el llamado aborto eugenésico es sólo una de las indicaciones y desde luego no es la más extensa. Podría responderse que este aborto se ha traducido en una práctica generalizada que de forma transversal afecta a toda la medicina neonatal y ha tenido su traducción en la institucionalización de un auténtico derecho.
Así, entre nosotros, el primer acercamiento al aborto como derecho procede de la jurisprudencia de la Sala de lo civil del Tribunal Supremo, precisamente para exigir indemnización a los médicos que, al no advertir de una posible malformación del feto, impidieron a la mujer ejercer la opción de abortar.
El aborto debe buena parte de su prestigio a su supuesta motivación humanitaria. Sería la lucha contra el llamado aborto clandestino y sus secuelas en forma de mortalidad femenina lo que justificaría en última instancia la despenalización, e incluso, como ahora vemos en España, la pura y simple legalización.
Una preocupación eugenésica
Ann Farmer en su libro By their Fruits (1), editado en 2008, señala con agudeza cómo desde sus inicios en los años veinte, y a pesar de pretender que el leitmotiv de la campaña era el aborto clandestino, los abogados y abogadas del aborto mostraron siempre mayor simpatía por los practicantes del aborto clandestino que por sus víctimas, es decir, y en su terminología, por las mujeres a las que terribles circunstancias las obligaban a abortar en condiciones muy peligrosas.
Desde esta evidencia Farmer, con ayuda del grupo laborista pro life, inició una investigación sobre las verdaderas raíces ideológicas del movimiento abortista que, con financiación estadounidense, batalló hasta lograr el éxito de los años sesenta que se extendió luego por Europa y los propios Estados Unidos. La investigación de Farmer, en sus propias palabras, se veía animada por la ausencia total de fair play en el interior del Partido Laborista, cuando un grupo trató de hacer frente a la investigación destructora de embriones. De hecho, Farmer ya había publicado en revistas especializadas trabajos acerca de la intolerancia de cierto feminismo y cierto laborismo en la cuestión del aborto, que lejos de constituirse en un debate de tipo político se transformaba en una cuestión de derechos fundamentales o incluso de posición contra o a favor de la mujer.
Ciertamente, la investigación histórica de Ann Farmer corrobora que el proceso se inició desde el comienzo de la acción de la Abortion Law Reform Association (ALRA). Sobre la base del denominado Brock Report, la Eugenics Society incluyó el aborto, junto con la esterilización, dentro de las medidas negativas para mejorar la raza, toda vez que no se lograba el objetivo buscado de que las personas “más adecuadas” fueran las que más se reprodujesen. Evidentemente existía una concordancia con la posición neomaltusiana, profundamente reaccionaria y clasista, que veía con seria preocupación que los pobres no pudiesen moderar su afán reproductivo y que constituyesen una carga creciente sobre los núcleos más “favorecidos” de la sociedad.
Con el tiempo este proceso nacional se extendería a la esfera internacional, inaugurando la acción de agencias de Naciones Unidas contra la reproducción en los denominados países pobres.
El discurso hacia fuera y hacia adentro
Si maltusianos y partidarios de la eugenesia derivaron hacia el aborto como medio de control de la natalidad, la Abortion Law Reform Association (ALRA) no dudó en buscar el asesoramiento de la Eugenics Society desde el inicio de su labor de agitación. No obstante, por consejo de los propios eugenésicos, siempre tuvieron claro, en palabras de Dora Rusell, que el aborto debía reivindicarse como un “derecho de todas las mujeres” por razones prácticas. Presentarlo como especialmente indicado para mujeres pobres habría sido contraproducente. Esto era especialmente notorio en el seno del partido laborista, donde la proporción de católicos ha sido tradicionalmente alta y donde los argumentos eugenésicos podían parecer clasistas. El efecto fue el enmascaramiento en los escritos dirigidos al público, mientras que en las cartas “esotéricas” que recoge Farmer y en los documentos internos de las asociaciones las pretensiones de fondo parecen claras.
El análisis de Farmer se extiende hasta la legalización del aborto en Gran Bretaña en 1967 por razones centradas en la preocupación acerca de la pobreza. De nuevo las razones neomaltusianas fueron encubiertas bajo el discurso de la inquietud por las condiciones de los abortos clandestinos. También Farmer dedica unas reveladoras páginas a los esfuerzos posteriores por mantener no sólo la ley sino la actitud general hacia la vida prenatal que se implantaba bajo la excusa del aborto clandestino. Según la visión de Farmer, estas motivaciones de fondo y el encubrimiento bajo la capa humanitaria se extendieron desde el experimento inglés, primero a Estados Unidos, aunque allí con mayor radicalismo debido a la acción del Tribunal Supremo, y luego al resto del mundo.
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NOTAS
(1) By Their Fruits: Eugenics, Population Control, and the Abortion Campaign. The Catholic University of America Press. (2008). 421 págs.