Las enfermedades que más matan son paradójicamente las más descuidadas por la industria farmacéutica, porque afectan a los países pobres, que no son un mercado rentable para los laboratorios. Por eso a la malaria, la tuberculosis, la leishmaniasis… se las llama «enfermedades olvidadas». Entre 1975 y 1999 sólo aparecieron 13 nuevos medicamentos contra tales plagas. Sin embargo, según un estudio de la London School of Economics, publicado en la revista digital «PloS Medicine» (septiembre 2005), a partir de 2000 la situación ha empezado a cambiar.
En la actualidad, existen no menos de 63 proyectos de investigación que intentan desarrollar nuevos medicamentos contra enfermedades olvidadas, y 18 de ellos ya están en la fase de ensayo clínico. Si todo sigue su curso habitual, es posible que hacia 2010 se disponga de 8 ó 9 fármacos nuevos, lo que supondría una mejora muy notable respecto de los anteriores 25 años.
Como explica Mary Moran, directora del estudio, el cambio obedece a la formación de consorcios público-privados, que han dado un fuerte impulso a la investigación farmacéutica en enfermedades olvidadas (ver Aceprensa 53/05): a ellos se deben tres de cada cuatro de los proyectos actualmente en fase de desarrollo. La financiación aportada por estos consorcios es decisiva para que los proyectos lleguen a término.
Aunque la investigación básica en nuevos fármacos no requiere grandes inversiones (entre 2000 y 2004, los consorcios público-privados lograron poner en marcha 40 proyectos con solo 112 millones de dólares), el desarrollo y los ensayos clínicos son demasiado caros para que los laboratorios puedan recuperar el dinero con las ventas en países pobres. Los consorcios suplen la falta de interés comercial, y así permiten a las empresas farmacéuticas dedicar algunos esfuerzos a las enfermedades olvidadas sin desatender la parte lucrativa de su negocio. A la vez, los laboratorios mejoran su imagen, dañada a causa de las críticas que ha recibido el sector por desatender las necesidades de los pobres (ver Aceprensa 129/99).
Para que estos proyectos cumplan las esperanzas que suscitan, es urgente, advierte Moran, un aumento de la financiación pública, que hasta ahora representa menos del 20% de los fondos de los consorcios. Pues los muy costosos ensayos clínicos a gran escala en países en desarrollo exigirán unas sumas que solo los Estados pueden aportar. El G-8 está a favor, en principio: en su última «cumbre» (Gleneagles, 6-8 de julio pasado), prometió (punto 18-e del comunicado final sobre África) apoyar el desarrollo de medicamentos contra enfermedades olvidadas.