La prestigiosa revista Nature Medicine acaba de publicar en su número de marzo un artículo en el que investigadores de California y Nueva York analizan el genoma de más de cien embriones e intentan predecir qué riesgo tendrían de padecer enfermedades comunes a lo largo de la vida. Su propuesta es aplicar esta tecnología al diagnóstico genético preimplantatorio para así seleccionar los embriones que muestren menor probabilidad de padecer estas enfermedades. Pero la cuestión es compleja y no está exenta de problemas serios, como argumentan otros investigadores en un comentario que aparece en el mismo número de la revista.
El diagnóstico genético preimplantatorio (DGP) se viene ofreciendo desde hace años como parte de las técnicas de fertilización in vitro, con el objetivo de implantar únicamente los embriones libres de mutaciones que causan algunas enfermedades genéticas graves. Consiste en extraer una célula del embrión en sus fases más iniciales, cuando está formado por no más de ocho células, y estudiar la presencia de mutaciones en su material genético asumiendo que todas las otras células del embrión tendrán la misma constitución genética.
Dada la baja frecuencia de estas enfermedades, son pocas las parejas que recurren al DGP. Por otro lado, su uso para detectar defectos cromosómicos en el embrión temprano es objeto de un intenso debate en la comunidad científica, por distintas cuestiones que tienen que ver con las primeras divisiones celulares en el embrión. Pero esta situación podría cambiar si se demostrase la utilidad del DGP para predecir el riesgo de padecer enfermedades mucho más comunes como cáncer, alzhéimer o diabetes. En esa línea va precisamente el trabajo que nos ocupa.
Factores genéticos
Buena parte de la investigación genética de los últimos veinte años ha intentado descifrar los factores genéticos que se asocian con diversas enfermedades comunes, o incluso con rasgos físicos o psicológicos. Para esto se estudian las letras del genoma que cambian de unos humanos a otros; de los tres mil millones de nucleótidos de nuestro genoma, la mayoría son –obviamente– los mismos en todas las personas, pero hay varios millones de posiciones en los que distintas personas llevan una letra diferente. Comparando esas variantes genéticas en personas sanas y en enfermos de, por ejemplo, diabetes tipo 1, es posible identificar todas las que se asocian con un riesgo alto de padecer la enfermedad. El efecto de cada una es muy pequeño, pero como en cada enfermedad hay muchas (docenas o incluso cientos), se puede combinar la información de todas ellas para calcular los llamados “riesgos poligénicos”.
El riesgo poligénico de padecer una enfermedad se aplica a grupos de población, pero nunca predice lo que va a pasar en personas concretas
Los autores de esta investigación estudiaron ciento diez embriones, procedentes de diez parejas que habían acudido a fertilización in vitro, en el momento en que tenían tan solo cinco células. A continuación leyeron unos seis millones de variantes en el genoma de la célula extraída de cada embrión y lo compararon con el genoma completo de cada uno de los progenitores, lo que les permitió reconstruir el genoma del embrión. Como diez de esos embriones habían sido implantados, pudieron comparar las predicciones con sus genomas respectivos una vez que ya habían nacido, y vieron que eran muy buenas.
Habiendo validado así la metodología, analizaron los datos del Biobanco del Reino Unido (una colección de casi un millón de personas de las que se tiene información genética y médica muy detallada). Calcularon los riesgos poligénicos de cada donante del Biobanco para un total de doce enfermedades comunes que incluían varios tipos de cáncer, dolencias cardíacas o diabetes; como era de esperar, comprobaron que en las personas con riesgos más altos había mayor incidencia de esas enfermedades.
Probabilidad no es certeza
El problema aquí es la magnitud de estos efectos. Por ejemplo, las personas con un riesgo poligénico muy alto de enfermedad coronaria, tuvieron unas tres o cuatro veces más probabilidad de padecerla que aquellos con riesgos genéticos más bajos; únicamente en el caso de la diabetes tipo 1 se alcanzó una probabilidad diez veces superior. Esto ilustra muy bien algo fundamental: estos riesgos se aplican a grupos de población, pero nunca predicen lo que va a pasar en personas concretas. ¿Es científicamente correcto utilizar esta información para decidir el destino de un embrión in vitro? Parece que no: una probabilidad no es una certeza, especialmente si hablamos de probabilidades bajas o moderadas.
Hay otras limitaciones, como reconocen los autores del trabajo. Por ejemplo, el poder predictivo de estos riesgos baja mucho cuando se aplican a poblaciones de ancestría diferente a la de la población analizada originalmente; dado que la mayoría de los estudios se han hecho en individuos blancos de países desarrollados, esas variantes genéticas no sirven para calcular riesgos en personas de ascendencia africana o de América del Sur. A los autores les preocupa también que el acceso a estas tecnologías quede reservado a las clases adineradas, pero lo realmente importante es que el público entienda correctamente que estos cálculos no proporcionan una bola de cristal, sino una probabilidad que sólo funciona con grandes números pero no sirve para casos concretos.
Mentalidad eugenésica
Lo preocupante es que este tipo de riesgos se pueden calcular también para rasgos conductuales como la inteligencia matemática o la capacidad lectora. En todas estas situaciones influyen factores genéticos, pero ¿cuánto? Hace unas semanas, por ejemplo, se publicó un enorme estudio que analiza las variantes genéticas asociadas al nivel educativo alcanzado en tres millones de participantes, calculando un riesgo poligénico que explica el 15% de la variación en niveles educativos. El resto de esa variación está debido a factores ambientales, familiares, sociales o educativos, pero su importancia tiende a ser olvidada por el énfasis en los riesgos poligénicos. Por no decir nada de las enfermedades psiquiátricas o rasgos de personalidad. ¿Se eliminarán los embriones con riesgo genético alto de enfermedad bipolar o hiperactividad? En una mentalidad cada vez más eugenésica, es evidente que la percepción misma de la discapacidad se verá muy negativamente afectada.
No debemos minimizar la importancia de los estudios de asociación genética y el cálculo de riesgos poligénicos: están siendo cruciales para conocer mejor las causas moleculares de muchas enfermedades comunes, e identifican un grupo poblacional de alto riesgo en el que las campañas de detección precoz serán especialmente eficaces. Pero mal aplicados pueden ser muy dañinos; algunos están pidiendo ya la implantación de una “educación personalizada” basada en la constitución genética de los niños. Y, cómo no, alguna empresa ya ofrece a usuarios de fertilización in vitro la selección de embriones en función de las variantes genéticas que predicen “poca inteligencia” o estatura baja. Por eso es urgente informar adecuadamente a la sociedad para que todos entiendan que una probabilidad más o menos alta de padecer una enfermedad, en función de la constitución genética, nunca es la última palabra y no debería ser el criterio para tomar decisiones importantes sobre embriones ni sobre niños o adultos concretos.
Javier Novo
Catedrático de Genética
Un comentario
Muy interesante el artículo. Preocupante la mentalidad eugenésica y la cultura de «niños a la carta» pero no olvidemos que aunque esto cambiara y el diagnóstico no fuera de probabilidades sino de certeza, estamos manipulando y decidiendo la implantación, es decir la posibilidad de vivir, de embriones humanos. Nunca nada justifica la eliminación de una vida humana aunque no cumpla nuestros estándares de normalidad/perfección.