Recientes experimentos han demostrado que «células madre», obtenidas de embriones, pueden servir para generar tejidos para trasplantes. Se empieza así a abrir paso la idea de clonación humana con fines terapéuticos, distinguiéndola de la clonación con fines reproductivos. Margaret A. Somerville, directora del Centro de Medicina, Ética y Legislación de la Universidad McGill (Canadá), señala el cambio irreversible que supone admitir la instrumentalización de embriones humanos (National Post, 16-VIII-99).
Utilizar embriones humanos como simples instrumentos para hacer el bien a los demás lesiona el respeto a la vida y al espíritu humanos. Hay tres aspectos de la vida humana que merecen respeto (o pueden dejar de recibirlo): la vida humana individual; la vida humana en sí misma, en general, y la transmisión de la vida humana.
Crear múltiples embriones a partir de un único embrión es contrario al respeto debido a la vida humana en sí misma -incluso aunque no se falte al respeto de ninguna vida humana individual- y hacia la transmisión de la vida humana. Por consiguiente, la clonación humana por motivos terapéuticos puede considerarse como algo intrínsecamente malo.
Un análisis alternativo se basa en la ética de situación, según la cual no hay nada que sea malo en sí mismo: todo depende de las circunstancias. Desde esta perspectiva, hacer el bien a través de la clonación humana puede justificar el daño inevitable que comporta para los embriones. Entre lo bueno se incluirá, por ejemplo, la producción de órganos y tejidos para trasplantes, la curación de nervios atrofiados o dañados, el tratamiento de la esclerosis múltiple, etc. Hará falta mucho valor para oponerse a tan ansiados beneficios.
Pero ¿la clonación terapéutica podría al mismo tiempo dejar de ser correcta desde la perspectiva de la ética de situación? Para responder a esta cuestión hace falta identificar los daños que causa este tipo de clonación y compararlos con las ventajas.
En primer lugar, la clonación humana por motivos terapéuticos aumenta la probabilidad de que se lleve a cabo la clonación reproductiva humana y la hace más difícil de prohibir, ya que lleva a una pendiente resbaladiza. Aunque este argumento sólo sirve si partimos de que la clonación humana con fines reproductivos no debería llevarse a cabo.
En segundo lugar, la clonación terapéutica humana (igual que la reproductiva) abre la posibilidad de ampliar, reducir y alterar las células germinales, es decir, la herencia genética que se transfiere de una generación a otra. Si partimos de que este tipo de intervención resulta éticamente inaceptable, no deberíamos permitir que sea más fácil practicarla.
En tercer lugar, la clonación terapéutica humana implica el desprecio que supone manipular los embriones y utilizarlos como materia prima para una fábrica de seres humanos.
En cuarto término, la clonación terapéutica -y también puede decirse lo mismo de la reproductiva- supone una falta de respeto hacia la transmisión de la vida humana y podría afectar a la admiración que ésta merece. (…)
¿Cómo afectará a una de nuestras experiencias más humanas e íntimas, el que la transmisión de la vida se haga asexualmente y llegue incluso a convertirse en un simple proceso industrial? Debería servirnos de aviso saber, al menos por contraste, que lo que vamos a perder puede parecer muy sutil o matizable, pero es extraordinariamente importante. La transmisión sexual de la vida humana es parte integrante de nuestra identidad -tanto individual como social- y del significado de la vida humana. ¿Nos podemos permitir aceptar la transmisión asexual de la vida, sean cuales sean las ventajas que prometa?
Los futuros avances científicos pueden resolver algunos de los problemas éticos que se plantean con la clonación terapéutica humana. Si pudiéramos obtener «células madre» de la misma persona que necesita un tejido o un órgano, o de otra persona diferente, no haría falta recurrir a un embrión. El problema es que se requiere tiempo para desarrollar la ciencia que evitaría los inconvenientes éticos.
Tenemos un poder que hasta ahora no ha poseído ninguna generación: el poder de intervenir y alterar la esencia de la vida humana, en sí misma, y en su manera de transmitirse. En cuestión de segundos, los científicos pueden cambiar el genoma humano; un genoma que ha requerido una evolución de millones de años. Debemos preguntarnos qué nos pide este poder en lo que se refiere a la ética de su uso y a la ética de la responsabilidad. ¿Qué nos corresponde hacer a nosotros por defender la vida humana y respetarla para las futuras generaciones?
Tenemos que considerar seriamente los intereses contrapuestos que se ponen en juego con la clonación humana con fines terapéuticos. De un lado, no podemos esperar a que la ciencia avance más, porque la gente que está sufriendo e incluso muriendo y podría mejorar con la investigación de células madre de embriones, necesita el tratamiento ahora. Pero del otro, no seríamos capaces de reparar el daño que haríamos a nuestro propio sentido de respeto y de admiración hacia la vida humana, si utilizamos los embriones sin ninguna consideración ética.
Si seguimos adelante con la clonación humana con fines terapéuticos o reproductivos, cambiará de manera irreversible la realidad moral o metafísica y, con esto, nuestro sentido de lo que es el espíritu humano, algo crucial para vivir una vida humana plena. Usamos y necesitamos esta realidad para rodear de un profundo respeto la vida humana y su transmisión. También, a través de esto encontramos el sentido a la vida humana. Y es el único medio que tenemos para transmitir a las futuras generaciones nuestros principales valores humanos.