La ciencia actual ha redescubierto el misterio

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Entrevista al físico Antonio Fernández-Rañada
Los notorios éxitos de la ciencia experimental llevan, a veces, a esperar de ella la solución a los grandes interrogantes y problemas de la humanidad. Para Antonio Fernández-Rañada, en cambio, esa aspiración es exagerada y aun peligrosa, como dijo en una conferencia pronunciada el 27 de febrero en la Universidad de Navarra con el título «Ciencia y misterio: la ciencia ante las concepciones filosóficas del mundo y las preguntas últimas del hombre».

Fernández-Rañada (Bilbao, 1939) es catedrático de Física Teórica en la Universidad Complutense de Madrid. En 1995 obtuvo el Premio Internacional Jovellanos de Ensayo con su libro Los muchos rostros de la ciencia, en el que aborda la ciencia desde una perspectiva humanística. Ha ejercido como investigador en el Laboratoire de Particules Elémentaires de París y en la Junta de Energía Nuclear de Madrid. Es fundador y director de la Revista Española de Física desde 1987 y autor del libro divulgativo Los científicos y Dios (ver servicio 86/01), ya en su tercera edición.

— Los grandes científicos casi siempre hablan del misterio de la naturaleza. Muchos tienen, sin embargo, la idea de que la ciencia «desentraña» el misterio, y todavía resuena la frase de Max Weber sobre el «desencantamiento del mundo».

— Esa es una concepción que viene del siglo XIX, derivada de pensar que tenemos un conocimiento determinista del mundo y, por tanto, lo sabemos todo. Esto dio lugar a una visión del mundo que a la gente le parece fría, esquemática, incluso hostil a la vida. Como dice Prigogine en uno de sus libros, en esta interpretación de la ciencia el ser humano se siente extranjero en su propia tierra, y todavía hay gente que está anclada en esta visión de la ciencia. A lo largo del siglo XX se ha demostrado que las cosas son más complejas. En este sentido se cita mucho a Einstein, para quien era muy importante la contemplación del mundo como misterio, extasiarse ante la maravilla del universo y de las leyes que rigen la naturaleza. Muchos científicos van ahora en esta línea. A la frase de Weber, y al libro de Monod, El azar y la necesidad, contestaron Prigogine y Stengers en La nueva alianza; Monod decía: se ha roto la antigua alianza del hombre con la naturaleza, y ellos dicen que con la ciencia actual se puede hablar de una nueva alianza, y proponen un reencantamiento del mundo.

— Usted sostiene que la ciencia no es autosuficiente, que ha de tender a una diversificación multidisciplinar, a un modo de pensar global. En el caso de la física, la ciencia más unificadora, ¿qué queda por hacer según este planteamiento?

— Para la física, la principal tarea pendiente en esta cuestión radica en el estudio de sistemas complejos, que es una de las fronteras de la ciencia en este momento. Tradicionalmente, la física siempre ha simplificado mucho las cosas, abstrayendo de muchos factores que se supone que no intervienen, de modo que quedan unos sistemas muy bonitos y muy claros, y que además funcionan, por lo menos durante un tiempo.

Pero ahora sabemos que hay muchos factores que pueden influir en esos sistemas, y la física tiene que afrontar el reto de la complejidad, dialogando desde luego con otras disciplinas, por ejemplo con la bioquímica, que estudia sistemas complejos tales como el funcionamiento del cerebro. Otro campo es el estudio de pautas de evolución temporal, ya que en los sistemas complejos confluyen tantos factores que no se puede establecer una evolución simple: desde los índices de la Bolsa hasta cualquier tipo de parámetro donde entra el ser humano, o la atmósfera, que es un sistema enormemente complejo, y por eso es tan complicado predecir el tiempo, aunque conozcamos, como ocurre hoy, muchísimos factores.

— Entre los datos que exigen una nueva racionalidad científica, usted cita la existencia de leyes y propiedades «emergentes», que no se deducen de estados o niveles inferiores. ¿Qué significa esto?

— Esto se suele explicar con la analogía de un edificio. Según los evolucionistas, el mundo es como un edificio; en la base están las partículas elementales, y encima las demás estructuras. La diferencia, afirman, es que si a un edificio le quitamos los cimientos se hunde, y en el universo, si pasa algo en un nivel inferior, no tiene por qué afectar a los superiores. En los niveles superiores surgen leyes fundamentales que, en ese nivel, son tan fundamentales como las leyes de los niveles inferiores. Estos están encima, pero no se apoyan en los niveles inferiores. Por eso, muchos científicos piensan que no podemos decir que porque conozcamos «lo de abajo» ya lo sabemos todo, que es la idea cientista de la sabiduría total: una idea muy peligrosa desde el punto de vista ético, porque quien piensa que lo sabe todo legitima cualquier acción con ese saber absoluto.

David Armendáriz Moreno

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