Contrapunto
Jon Miller, miembro de la Academia de las Ciencias de Chicago y director del Center for the Advancement of Scientific Literacy, ha presentado los datos de un estudio sobre los conocimientos y el interés por la ciencia, realizado entre ciudadanos norteamericanos y europeos. La encuesta hacía preguntas generales sobre ciencia, del tipo: «El oxígeno que respiramos procede de las plantas, ¿verdadero o falso?». Conclusión general: lo que más abunda es la ignorancia. «La gente cree en la técnica por fe, como una religión -comenta Miller-; saben que gracias a unos satélites pueden ver en directo y en su casa lo que está pasando en Japón y cosas por el estilo, pero sólo un 6% ó 7% está en condiciones de entender por qué ocurre esto».
La conclusión confirma qué poco sentido tiene hoy día oponer la fe y la ciencia. Y no sólo porque entre quienes hacen progresar la ciencia están bien representados los que creen en Dios. También puede decirse que la mayoría de la gente «cree» en la ciencia, no la sabe. Hace algún tiempo todavía se hablaba de un Dios «tapa agujeros», cuya influencia en la vida del hombre se iría reduciendo a medida que la ciencia explicara lo que antes eran misterios. La realidad es que los conocimientos científicos del público en general siguen llenos de «agujeros», aunque la gente puede abandonar la fe religiosa por otros motivos.
La encuesta, sigue diciendo Miller, muestra que el público «tiene un enorme respeto por las instituciones científicas y un gran apoyo a la gente que trabaja en ellas, pero sin saber realmente qué hacen ni cuál es su forma de trabajo». El profano muestra así su respeto reverencial ante la clase sacerdotal científica y acepta su autoridad aunque no comprenda. La fe del carbonero se inclina ante la ciencia. Pero no exageremos el paralelismo, pues aún hay diferencias entre la fe religiosa y la fe científica. Al menos una: la gente no opina sobre la ciencia con la misma desenvoltura con que pontifica sobre religión.
Ignacio Aréchaga