Medicamentos: dispendio en el norte y carestía en el sur

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El mercado farmacéutico no abastece a los pobres
Como ha puesto de relieve la XI Conferencia Internacional sobre el SIDA en África, celebrada la semana pasada en Lusaka (Zambia), los tratamientos contra el mal no llegan al 70% de los afectados, los que viven en ese continente. Pero esto no es más que un caso del abismo sanitario que separa el norte y el sur del planeta. Mientras los países desarrollados buscan la manera de reducir la excesiva factura de farmacia a cargo de la Seguridad Social, el mundo en desarrollo no dispone de medicamentos suficientes ni para las enfermedades más comunes. El problema no es de simple reparto o de puro egoísmo, sino de precio: los pobres no pueden pagar. ¿Cómo lograr que las medicinas sean asequibles en el Tercer Mundo?

La diferencia entre norte y sur es clamorosa. Estados Unidos y Europa gastan más de 220.000 millones de dólares anuales en medicamentos que se venden por prescripción. Los países en desarrollo, con una población más de ocho veces mayor, gastan 50.000 millones al año.

Además de carencia de los pobres, hay derroche de los ricos. Así lo sugieren los datos sobre ventas de fármacos para los que no se precisa receta. El año pasado ascendieron a 134,5 dólares por habitante en Japón y a 76 dólares en Estados Unidos. En cambio, el indio medio gastó 55 centavos en tales productos.

Pero también en el caso de los medicamentos contra enfermedades graves hay excesivo gasto en el norte, y los gobiernos intentan que la Seguridad Social no tenga que pagar todos. Como parte del empeño en recortar la factura farmacéutica en Francia (ver servicio 40/98), la Agencia de Seguridad Sanitaria publicó en agosto los resultados de una revisión de 1.100 fármacos empleados en cuatro importantes especialidades médicas (cardiovascular, reumatología, nutrición y metabolismo, y psiquiatría). Conclusión: la cuarta parte no son eficaces, y no está justificado que la Seguridad Social los financie.

La malaria, marginada

El dispendio de unos y la escasez de otros muestra que la farmacopea mundial va adonde está el dinero, y el dinero no está en los trópicos, donde sin embargo habitan el mosquito anopheles y muchos otros agentes patógenos que causan estragos en la población. La malaria afecta a unos 500 millones de personas al año (africanas en el 90%), de las que mueren entre 1,5 y 2,7 millones. Sin embargo, los medicamentos contra ese mal son escasos allí donde se necesitan, porque son caros. Además, el plasmodium desarrolla resistencia contra ellos, por lo que es preciso inventar otros nuevos.

A la vez, hallar una vacuna contra la malaria -que debería ser la prioridad, puesto que casi todos los enfermos no pueden pagar tratamientos prolongados- exigiría gastar en investigación contra el mal mucho más que los actuales 84 millones de dólares por año, de los que la mayor parte se dedican a profilácticos para viajeros occidentales. La vacuna antimalaria más efectiva (funciona en un 30-50% de los casos) inventada hasta ahora es la del médico colombiano Manuel Patarroyo, que la donó a la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es, además, barata (10-20 dólares por persona). Sin embargo, los estudios sobre sus resultados no son unánimes; algunos cuestionan su eficacia.

En cualquier caso, el trabajo del Dr. Patarroyo es una excepción. Por exigencias económicas, la ciencia farmacológica no hace el bien sin mirar a quién. Según cálculos de hace algunos años, el gasto mundial en investigación farmacéutica para distintas enfermedades, dividido por el número de muertes que causa cada una, era de 3.275 dólares para el SIDA, frente a 40 dólares para la malaria (cfr. The Economist, 28-IX-96). Además, los abundantes recursos dedicados a combatir el SIDA resultan en tratamientos inasequibles para los enfermos de los países en desarrollo, que son la mayoría. Sólo se ha encontrado hasta ahora un medicamento eficaz y relativamente barato contra el SIDA, aunque sólo sirve para evitar la transmisión de madre a hijo durante el embarazo. La neviparina cuesta 4 dólares por persona, y en los ensayos ha dado una tasa de éxito del 87%.

Hoy, estima la OMS, de los 56.000 millones de dólares anuales que se dedican a la investigación farmacéutica, menos del 10% es para combatir enfermedades que afectan al 90% de la población mundial. Así, de 1.223 específicos nuevos inventados entre 1975 y 1997, sólo 11 sirven contra enfermedades tropicales.

La barrera de las patentes

Tal desigualdad mueve a clamar por medidas drásticas, como pocos meses atrás hizo Bernard Pécoul, de Médicos sin Fronteras, en el Journal of the American Medical Association (cfr. servicio 62/99). Muchos medicamentos necesarios en los países pobres están patentados por laboratorios occidentales y tienen que ser importados a precios occidentales. Frente a este obstáculo, Pécoul sostiene que la propiedad intelectual no puede estar por encima de la salud de los pobres. Y propone que, en el caso de medicamentos imprescindibles, se debería obligar a los propietarios de las patentes a ceder los derechos a fabricantes de países en desarrollo, a cambio de cierta compensación. Serían los gobiernos del Tercer Mundo quienes podrían exigir tal «licencia obligatoria».

De la misma idea es Peter Piot, director ejecutivo de Onusida (el programa de la ONU para la lucha contra el SIDA), que la ha reiterado en la Conferencia de Lusaka. En una entrevista a Le Monde (14-IX-99), Piot afirma que «es absolutamente necesario que baje fuertemente el precio de los tratamientos» contra el SIDA. Bien es verdad, añade, que el problema del acceso a los medicamentos no se limita al caso del SIDA ni se debe sólo a los precios puestos por la industria farmacéutica, sino que obedece en buena parte a las deficiencias de los sistemas sanitarios en los países en desarrollo. Pero hay necesidades inmediatas que no permiten esperar a que se arreglen esos fallos. «Ante una situación excepcional -concluye- hacen falta soluciones excepcionales».

Tal propuesta encuentra fuertes resistencias. Admitir excepciones a los derechos de patente sería peligroso, replican otros: sumiría en la inseguridad a las empresas farmacéuticas y tendría el efecto contraproducente de desalentar el desarrollo de nuevos fármacos. Se ha de tener en cuenta que sacar al mercado una especialidad cuesta, por término medio, 300 millones de dólares y más de diez años de investigación. Una compañía no se embarcará en semejante intento sin garantías de que podrá recuperar la inversión con las ventas del medicamento antes de que caduque la patente.

Financiar los tratamientos contra el SIDA

Si el mercado no es capaz de atender las necesidades inmediatas o de afrontar situaciones excepcionales, caben intervenciones directas desde fuera. Las donaciones para casos de crisis o las campañas de vacunación infantil son frecuentes. Pero si se busca una acción sostenida, hace falta un instrumento permanente. Eso pretende ser, por ejemplo, el Fondo de Solidaridad Terapéutica Internacional (FSTI), creado hace dos años.

El FSTI es una idea de Bernard Kouchner, fundador de Médicos sin Fronteras y actual secretario de Estado de Sanidad francés, anunciada por el presidente Jacques Chirac en la anterior Conferencia internacional sobre el SIDA en África (Abiyán, 1997; ver servicio 177/97). El objetivo es favorecer la difusión de los tratamientos contra el SIDA en el Tercer Mundo. Según la propuesta francesa, el Fondo sería financiado por organismos internacionales -en particular el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial-, los países desarrollados y las multinacionales farmacéuticas.

El FSTI subvenciona en África tratamientos contra el SIDA. Gracias a él, Costa de Marfil ofrece la biterapia anti-SIDA al equivalente de cincuenta francos franceses al mes, en vez de mil francos, que es el precio de mercado. Aun así, sólo una minoría de los enfermos marfileños (salario medio: 180 francos mensuales) pueden costearse el tratamiento, que deberían seguir toda la vida y sólo consigue aplazar la muerte. En ese país mueren de SIDA unas cien mil personas al año.

Por otro lado, el FSTI no ha podido hacer mucho, por la limitación de sus recursos. Los donantes convocados por Chirac no respondieron a la invitación, de modo que el Fondo se alimenta casi sólo de ayudas francesas. En particular, el Banco Mundial se muestra escéptico con respecto al método del FSTI. Al igual que otros organismos internacionales, cree que subvencionar medicamentos es una fórmula más duradera que las campañas de ayuda, pero no es una solución definitiva.

Para que el mercado funcione

Según este enfoque, el problema es doble: hacer posible la distribución de medicamentos en el Tercer Mundo a precios más bajos, y estimular el desarrollo de nuevos fármacos -vacunas, en particular- contra las enfermedades que más afectan a la población de los países pobres. Han surgido algunas iniciativas, como informa The Economist (14-VIII-99), para intentar uno u otro objetivo.

La Global Alliance for Vaccines and Immunisation, en la que participan la OMS, el Banco Mundial, organizaciones de ayuda -públicas o privadas- y casas farmacéuticas, pretende crear mercados en el Tercer Mundo para medicamentos existentes. La fórmula que probablemente empleará -aún no ha empezado a actuar- será conceder a los países en desarrollo préstamos para importar vacunas.

La International AIDS Vaccine Initiative (IAVI) aplica otra idea para salvar el obstáculo de las patentes, que implican un sobreprecio gravoso para los países pobres. La IAVI invierte en las empresas farmacéuticas asociadas a ella y las ayuda a realizar ensayos clínicos en el Tercer Mundo, a cambio de que las compañías renuncien a los royalties cuando vendan a los países en desarrollo las vacunas que descubran. Esto exigiría la colaboración de las autoridades para impedir que los importadores compraran esos productos a precio reducido en el Tercer Mundo para venderlos en Occidente. Otra propuesta de IAVI es que se compense a las empresas farmacéuticas con la extensión de las patentes de otros medicamentos.

Por su parte, la Medicines for Malaria Venture (MMV) trata de impulsar la investigación en nuevos tratamientos contra la malaria a menor costo. MMV agrupa entidades públicas y privadas, y empresas farmacéuticas, y cuenta con el apoyo de la OMS. La idea es reunir fondos para desarrollar medicamentos a partir de moléculas ya descubiertas, que son propiedad de las empresas participantes: de este modo sería posible reducir hasta un 90% los costos de investigación.

El problema de MMV es que aún no tiene aseguradas las donaciones necesarias (30 millones de dólares anuales) para poner en marcha el proyecto.

Rafael Serrano

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