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“Fíjate, el chico no se está tranquilo ni un segundo. Cogió el libro que le regalaste, lo hojeó un rato y lo dejó en la mesilla. Encendió la tele, pero no le ha prestado atención: enseguida agarró el móvil y se puso a darle para arriba y para abajo, como si tuviera la mente en otra parte… Esto me suena de algo. Busca en Google… ¿Ya? ¿Trastorno de qué…? Sí, eso es lo que tiene. Segurísimo”.
Con sus variaciones, la situación se repite en cada vez más hogares. El problema se denomina Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), y se ha vuelto tema recurrente en los medios y en las consultas de psiquiatría. En EE.UU., un estudio con una muestra de casi 190.000 menores de 4 a 17 años, entre 1997 y 2016, arrojó que la prevalencia del padecimiento en esa franja de edad pasó del 6,1% al 10,2% en esos años.
El fenómeno se verifica también en otros sitios. En el Reino Unido, una investigación de expertos del University College London, con datos de más de 7 millones de individuos entre 2000 y 2018, reveló que a casi 35.900 se les había identificado el trastorno y que el mayor incremento en la tasa de diagnósticos se dio entre los niños varones de 6 a 9 años (de 300 casos por cada 100.000, pasaron a 700), así como entre los jóvenes de 18 a 29 (de apenas 3 casos por 100.000, pasaron a 50). En España, otro tanto, si bien con datos más actuales: según el Grupo de Trabajo Multidisciplinar sobre Salud Mental en la Infancia y Adolescencia, la pandemia ha propiciado un notable incremento de los trastornos de salud mental de los menores. Particularmente en el caso de los afectados por TDAH, los diagnosticados han pasado del 2,5% al 7%.
Una “explosión” de diagnósticos que lleva a preguntarse si la incidencia alcanza realmente esa proporción, o si, a semejanza de lo que ha ocurrido con las prescripciones de otros trastornos o “condiciones”, los facultativos están teniendo manga ancha y sencillamente afirmando las valoraciones que hacen los padres de los menores a su cargo, y esto mientras, paradójicamente, hay casos reales que quedan sin diagnosticar por falta de preparación del médico o de tiempo de consulta para evaluarlos.
El diagnóstico, en minutos
El Dr. Stephen P. Hinshaw, profesor de Psicología en la Universidad de California-Berkeley y anterior presidente de la Society for Clinical Child and Adolescent Psychology de EE.UU., ha documentado el “abrupto ascenso” de las tasas de diagnóstico en niños y adolescentes en su país en el período 2004-2018; números “que quizás han comenzado a estabilizarse”.
Según refiere a Aceprensa, entre las razones tras el incremento, estarían “la publicidad de medicamentos directa al consumidor, las políticas escolares relacionadas con incentivos para obtener mejores calificaciones en los exámenes, y las evaluaciones ‘rápidas y sucias’ de apenas unos minutos en el consultorio del pediatra, valoraciones que se hacen sin las historias clínicas, sin calificaciones de informantes, sin pruebas, etc.”.
¿Puede estar sucediendo con el TDAH lo mismo que con los diagnósticos de disforia de género en varios países, en los que, más que evaluar en profundidad al paciente, la práctica ha consistido en no rebatir su parecer o el de sus familiares? “No sé lo suficiente sobre disforia de género para comentar con conocimiento; es complejo –dice–. Los médicos finalmente están reconociendo condiciones antes ignoradas y estigmatizadas, pero en ausencia de evaluaciones cuidadosas, puede haber un ‘sesgo de confirmación’ para hacer diagnósticos no fundamentados”.
El experto nos comenta, por último, que las tasas de diagnóstico en adultos estadounidenses, anteriormente bajas, se han disparado en la última década. “Parte de esto se explica por el reconocimiento apropiado de que el TDAH puede existir, y existe, en los adultos, pero también está relacionado con TikTok y otros sitios web en los que [la persona interesada] puede hacer una simple autoevaluación, obtener un diagnóstico ‘validado’ de TDAH y, en algunos casos, incluso lograr que le envíen medicamentos solicitados online”.
¡TikTok al rescate!
“No me lo han diagnosticado, pero definitivamente lo tengo”. Talia Belowich, columnista del The Michigan Daily, ha escuchado ya esa afirmación en varias conversaciones informales en la que ha surgido el tema del TDAH. En un artículo titulado “La epidemia del autodiagnóstico”, la autora toma nota de la creciente tendencia a abordar las enfermedades mentales en redes sociales, por personas legas en la materia, pero que salen a la plaza online a proclamar con la mayor seguridad que padecen TDAH, y que obtienen la validación de otros millones de usuarios que dan por buenas –con un “me gusta”, “me importa” o “me entristece”– sus descripciones del trastorno.
Más de la mitad de los vídeos sobre TDAH en TikTok contribuyen a desinformar sobre el padecimiento
Para ofrecer una idea de la magnitud del fenómeno, la autora menciona que los vídeos de TikTok del tipo “señales de que tienes TDAH” tenían hasta junio 72,8 millones de visualizaciones –a 31 de octubre ya cuentan con casi 96 millones–. Una muestra, el titulado “Cosas que no sabía que fueran señales de TDAH”, en el que una joven sonriente se filma cruzando por encima de objetos en el suelo, en lugar de recogerlos; abriendo la puerta de un armario y dejándola abierta; dándose un atracón de helado… Las reacciones son mayormente de validación e identificación: “Muy cierto”; “Ese soy yo”; “Ya le encuentro sentido [a lo que hago yo]”, etc.
Si a la simpatía y la inclinación a imitar a celebridades que han sido diagnosticadas de TDAH –como la atleta Simone Biles, el cantante Justin Timberlake, la empresaria Paris Hilton, la directora de Barbie, Greta Gerwig, etc.– se les suma la credibilidad de los gurúes de TikTok entre su público, puede ir a más la tentación de autodiagnosticarse o de buscar de una valoración médica que confirme la presencia del trastorno. No importa que más de la mitad de los vídeos sobre TDAH en esa plataforma sean chatarra desinformativa (el 52%, para ser más exactos, según un reciente estudio canadiense): siempre será más fácil –y más popular– hacer caracterizaciones simplistas, aunque el resultado sea pintar el TDAH como una moda cool y no como un padecimiento real.
Un trastorno, unos síntomas, un tratamiento eficaz
Pero el TDAH no es un mito, una invención de una época en que casi “mola” contar que se sufre algún problema de salud mental real o imaginario. No se puede decir automáticamente que todo niño o adolescente intranquilo tiene TDAH, pero el padecimiento existe; es real.
El CIE-11 –el catálogo que publica la OMS– lo define como un trastorno identificable a partir de un “patrón persistente (al menos 6 meses) de falta de atención y/o hiperactividad-impulsividad que tiene un impacto negativo directo en el funcionamiento académico, ocupacional o social”; inatención e impulsividad que se pasan de los límites esperables según la edad y el nivel de funcionamiento intelectual del individuo.
La falta de atención, en un caso de TDAH, alude a la dificultad para enfocarse en tareas sin alto nivel de estimulación y para organizarse, mientras que la hiperactividad o impulsividad se evidencian en “una actividad motora excesiva y dificultades para permanecer quieto” en situaciones que lo precisan (como en el colegio o en las actividades laborales). Cabe añadir que, en el individuo concreto, el TDAH puede traducirse en un comportamiento predominantemente distraído, o mayormente hiperactivo-impulsivo, o en una combinación de ambas características.
Con tratamiento, los síntomas remiten por completo hacia la juventud un 30% de los pacientes
Para constatar la presencia del trastorno, los expertos señalan que los síntomas deben estar influyendo en la vida de la persona “en un grado notablemente desadaptativo”. La web de la asociación ADHD Europe, que engloba a las asociaciones de pacientes de TDAH en el continente, enumera entre los problemas más recurrentes que experimenta el individuo la dificultad para establecer relaciones de amistad y conservarlas, un mal desempeño académico, una menor capacidad de vida independiente, la inestabilidad laboral, etc.
Por fortuna, hay terapias con buenos resultados. La Dra. Azucena Díez, directora de la Unidad de Psiquiatría Infantil y Adolescente de la Clínica Universidad de Navarra, explica a Aceprensa que un tratamiento efectivo combina lo farmacológico y lo psicoeducativo. “Los lóbulos prefrontales, encargados de organizar la actividad de la persona, son los que precisamente más nos distinguen en nuestro comportamiento como humanos, en nuestra diferencia de los animales”, y en los casos de TDAH “están como dormidos; funcionan a bajo rendimiento. Es la medicación (metilfenidato y lisdexanfetamina) la que activa estas zonas, que ayudan a autogestionarse y controlarse”.
¿En qué medida puede curarse un padecimiento como este, de origen neurobiológico? “En un 30% de los pacientes los síntomas remiten por completo hacia la edad adulta joven –agrega–, y más o menos la mitad sigue presentándolos. Unos deciden seguir manteniendo el tratamiento por vida, y otros no. Pero sí: en algunos casos, con el apoyo del tratamiento adecuado, los síntomas remiten”.
Falta formación
En opinión de la psiquiatra, además de al sobrediagnóstico del trastorno habría que prestar atención al infradiagnóstico: “Hay todavía muchos niños y adolescentes que sufren los síntomas y las repercusiones del TDAH, y las familias no lo consultan porque consideran que es su forma de ser; algo normal, habitual. Y está también el diagnóstico erróneo: considerar que cualquier niño que se mueve o que no atiende, tiene TDAH, que a veces se puede confundir con ansiedad. También los niños con ansiedad se mueven mucho”.
Quizás falta preparación. Según nos informa, en España se ha reconocido por primera vez la especialidad de Psiquiatría infantil y adolescente recién en 2022, con lo cual, muchos profesionales que evalúan a menores de edad no son especialistas.
“Son especialistas de adultos, o pediatras con una formación muy justa –asegura–. Y la especialidad de Psicología clínica infantil todavía no está reconocida; son poquísimos los psicólogos. Ocurre entonces muchísimo en la atención primaria que el médico se ve tentado a decir: ‘Bueno, vale, sí. Si tú lo dices, así será’, y le prescribe una medicación. El tiempo medio para realizar un diagnóstico de este tipo –porque el diagnóstico es clínico; no hay ninguna prueba que sirva para establecerlo–, es de aproximadamente hora y media, dos horas. Y no todos los profesionales lo tienen”.
Que hay un déficit en la identificación del trastorno lo valida también la Dra. Juncal Sevilla, psiquiatra de adultos. Experta en TDAH, es consciente de que este puede solaparse con otros padecimientos y confundir. “Y yo soy de las psiquiatras que diagnostican y tratan esto; imagínate quienes ni siquiera se creen que existe el TDAH, o quienes se resisten a diagnosticarlo”.
La experta asegura que en España subsiste aún una brecha de conocimiento sobre el padecimiento. “A nivel médico, en determinadas cuestiones de neurociencias, el país va muy por detrás de, por ejemplo, Inglaterra, que es pionera en el diagnóstico y tratamiento del TDAH. De hecho, tienen un programa en la sanidad pública que es el mejor en Europa, y en Estados Unidos, igual”.
“Falta mucha formación –añade–. Los síntomas no son percibidos como tales, sino como conductas que se juzgan desde el ámbito social. Y el problema es que el profesional no quiere formarse. Los jóvenes sí, pero los más mayores no quieren ni oír hablar de eso, porque como el tratamiento es una anfetamina, pues el diagnóstico está condenado de antemano. Es así de absurdo”.
Conclusión: que entre quienes no saben del trastorno y pontifican, y quienes deberían diagnosticar con criterio y prefieren pasar del tema, el TDAH puede seguir siendo un agujero sin señalización clara. Y cualquier niño intranquilo o cualquier tiktoker con su manía particular pueden caer.