La encíclica Laudato si’ ha tenido gran repercusión en los medios porque trata un tema de mucho interés social: la cuestión ecológica está presente en múltiples debates públicos, y afecta a muy diversas cuestiones, desde la agricultura y ganadería, hasta la energía, la gestión industrial y el mismo concepto de desarrollo. No cabe duda que el texto es especialmente controvertido en EE.UU., donde se inicia un año electoral. Es controvertido en ese país, porque las cuestiones ambientales, y especialmente el cambio climático, siguen estando muy politizadas, prevaleciendo las discusiones ideológicas sobre la abrumadora evidencia científica.
No hemos de olvidar además que EE.UU. es el único país industrializado que no ratificó el protocolo de Kioto, y que pese a los ocho años de presidencia de un supuesto adalid de la cuestión, sigue sin tomar medidas eficaces para reducir significativamente sus emisiones de gases de efecto invernadero, que son de las más altas per capita del planeta. Por último, hay que considerar que las cuestiones religiosas son una parte sustancial del debate público en EE.UU., y por tanto el posicionamiento de un líder religioso tiene un impacto político de mucho mayor alcance que en Europa.
La protección de la naturaleza no es tarea solo de quienes tienen capacidad de decisión, sino de todos, porque todos somos llamados a ser custodios de la Creación
Una crítica del modelo económico actual
Lógicamente el Papa no dirige su escrito a los ciudadanos norteamericanos, sino a todos los católicos, en primer lugar, y al resto de los habitantes del planeta en sentido más amplio. La encíclica está llena de denuncias de los desvaríos ambientales que estamos cometiendo, en los que hay una especial responsabilidad de los países ricos, por las repercusiones que tienen sobre las poblaciones más vulnerables. El Papa Francisco hace una crítica muy profunda al modelo económico actual, que equipara crecimiento con desarrollo, por ser insostenible y profundamente injusto, al primar en la práctica la creciente acumulación de riqueza en manos de unos pocos, que implica además el despilfarro de unos recursos que deberían servir a todos, también a las generaciones futuras.
Algunos conservadores han criticado esa denuncia del Papa, indicando que se trata de un ataque a la modernidad. Ciertamente, es un ataque a la modernidad nacida del racionalismo ilustrado y de la revolución industrial, que considera a la naturaleza simplemente como un almacén de recursos, y a los seres humanos como instrumentos de producción. A lo largo de la encíclica está muy unida la denuncia de la degradación ambiental y social, porque ambas son fruto de una misma actitud egoísta.
Aunque el texto del papa Francisco va mucho más allá de lo que sus precedentes incoaron, no se trata de ideas completamente originales, pues engarza con la crítica al modelo económico actual que ya hiciera Juan Pablo II en la Centessimus annus o Benedicto XVI en la Caritas in Veritate. También entonces algunos dijeron que se trataba de escritos menos relevantes o que no correspondía a la Iglesia hablar de estas cuestiones: parece que la doctrina social de la Iglesia gusta en algunos ambientes menos que otras cuestiones, pero la verdad integral sobre el ser humano no puede fragmentarse.
No es un aspecto secundario de la experiencia cristiana
Me gustaría destacar algunas ideas en mi opinión especialmente relevantes de la encíclica. La primera es la importancia que el Papa concede a la cuestión ecológica. Si fue San Juan Pablo II quien inició con más detalle esta línea del pensamiento social católico, y Benedicto XVI la continuó admirablemente, el Papa Francisco parece que quiere convertirla en un eje de su pontificado.
“Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional”
Para los que puedan todavía pensar que el cuidado de la Creación es un tema menor en la teología católica les recomiendo un simple párrafo: “Pero también tenemos que reconocer que algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo una excusa de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes (…) Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana” (n. 217).
Esta centralidad de la cuestión ecológica va mucho más allá, lógicamente, del interés público que el tema suscita. Se ancla en un elemento central del pensamiento católico: la teología de la Creación, compartida en esencia por los cristianos ortodoxos (la encíclica dedica unas páginas a revisar las aportaciones del Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, muy importantes en esta cuestión). Nuestra actitud ante la naturaleza se engarza en cómo nos consideramos en relación a ella, y en relación a otros seres humanos. El Papa nos recuerda que hemos recibido un dominio delegado sobre las demás criaturas. El mundo no es nuestro, es de Dios, quien lo ha creado y quiere que lo cuidemos y custodiemos. Una actitud depredadora no es cristiana.
Ecología humana
En la medida que también somos criaturas de Dios y formamos parte de la naturaleza creada, estamos sujetos a las leyes naturales. No podemos utilizar nuestro cuerpo al margen del sentido natural que le es propio. De ahí que la ecología humana y la natural sean parte de lo mismo (sobre este tema escribió abundantemente Benedicto XVI). Bioética y ecoética deberían de ir de la mano, pues ser natural es una categoría moral si entendemos la naturaleza como una creación de Dios.
En el plano espiritual, sentirnos parte de una naturaleza creada por Dios también nos llevará a ver en ella un reflejo de lo sagrado. El título de la encíclica se toma del Cántico del hermano Sol de San Francisco de Asís, un bello poema de la literatura medieval, en donde el santo nos propone una vía de acercamiento a Dios que podemos llamar misticismo natural. No solo reconocemos el valor de las demás criaturas, sino que su misma belleza y perfección sirven de camino para el encuentro con el misterio de Dios.
La cuestión ecológica se ancla en un elemento central del pensamiento católico: la teología de la Creación
Un cambio de actitud
La situación ambiental del planeta reclama un cambio de actitud. Además de facilitar las raíces teológicas de ese cambio (recuperar la teología de la Creación, la solidaridad con los demás seres humanos, presentes y futuros), también nos propone el Papa Francisco modos concretos de llevar a cabo esa conversión ecológica, que ya nos pidieron los dos últimos pontífices. Se trata de una cuestión de gran importancia moral. No es tarea solo de quienes tienen capacidad de decisión, sino de todos nosotros, porque todos somos llamados a ser custodios de la Creación y velar por nuestros hermanos más desfavorecidos.
El Papa propone algunos elementos concretos de actuación, “…como evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias” (n. 211). Es obvio que la energía o los recursos más ecológicos son los que no se consumen. Por tanto, la frugalidad es parte clave de ese cambio. Sin embargo, el texto no es un catálogo de buenas prácticas, sino una llamada a la conciencia personal, y esto requiere cambios personales que no pueden restringirse a esos ejemplos: cada uno tendrá que ver cómo adaptarlos a su vida.
No se trata en cualquier caso de algo “cosmético”, de tirar los residuos al cubo adecuado, sino de cambiar nuestra escala de valores, analizando lo que en nuestra vida es superfluo, lo que daña a la Tierra y afecta a otros seres humanos y las demás criaturas. Se requiere para ello un rearme moral, que ponga el acento en los bienes que nos engrandecen como personas, en lugar de mantener un ritmo absurdo de consumo. Igual deberíamos recordarnos más a menudo que la felicidad no está ligada a la posesión de bienes materiales: “Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir” (n. 204).
La economía no puede ser el único criterio de decisión. Solo es un medio. En suma, el Papa nos está invitando a romper con el egoísmo personal, a pensar más en los demás, en los de ahora y lo que vendrán después, a disfrutar de la belleza de la Creación y a dar gracias a Dios por ella. La encíclica acaba con un tono esperanzado: podemos vencer ese egoísmo, porque no todo depende de nosotros, también de un Dios que está empeñado en que seamos felices, que nos recuerda siempre esos valores que realmente nos dan la felicidad. Acaba el Papa implorando a Dios por ese cambio con dos oraciones muy bellas, que unen a creyentes de otras tradiciones espirituales, y a los demás cristianos.
Emilio Chuvieco es
catedrático de Geografía en la Universidad de Alcalá
y académico correspondiente de la Academia de Ciencias.
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