El Manifiesto Ecomodernista está siendo objeto de comentarios elogiosos, pero también tiene aspectos discutibles, señalan algunas críticas.
El Manifiesto destaca la energía como capital tanto para el desarrollo como para la protección del medio ambiente; pero es necesario obtenerla recurriendo cada vez menos a combustibles fósiles. A este respecto, las esperanzas ecomodernistas en la energía nuclear suscitan dudas.
Dejando a un lado la cuestión de si es realista confiar en que la fusión sea factible técnica y comercialmente en el futuro próximo, el Manifiesto no tiene en cuenta las dificultades económicas que supondría una expansión nuclear. Levantar una central nuclear requiere una inversión enorme, que difícilmente el sector privado está en condiciones de afrontar sin sustancioso apoyo público. Los intentos de construir centrales sin subsidios, según modelos que permitan lograrlo en menos tiempo y con menos costo, como en Finlandia, hasta ahora han sobrepasado por mucho los presupuestos y los plazos fijados. De hecho, la expansión nuclear solo se plantea hoy en algún país como China, que tiene abundante capacidad de inversiones estatales y poco miedo a la opinión pública. Pero se ha de reconocer que si China, gracias a la energía nuclear, dejara de quemar tanto carbón, ayudaría mucho a reducir emisiones de CO2.
Tampoco menciona el Manifiesto el problema de los residuos nucleares.
Un crítico reprocha a los ecomodernistas su tecnofetichismo: confiar la solución a la tecnología y olvidar la política
En cuanto a alternativas a los combustibles fósiles, Jesse Jenkins y Robert Wilson aducen que el Manifiesto no concede el crédito que merece a la energía eólica. No creen que las células fotovoltaicas sean la única fuente renovable de utilidad probada. Las centrales eólicas, aseguran, ya empiezan a ser competitivas y por tanto una alternativa viable a las térmicas.
“Tecnofetichismo”
Clive Hamilton, profesor de Ética Pública en la Universidad de Melbourne, reprocha a los ecomodernistas su “tecnofetichismo”: confiar la solución a la tecnología. Olvidan, replica, la política, los intereses del sector energético y su poder para influir en la elaboración de leyes sobre medio ambiente.
Por otra parte, el Manifiesto propone soluciones que se refieren a la producción de electricidad o a las fuentes de calor de uso doméstico. Sin embargo, el transporte, que usa sobre todo combustibles fósiles, supone una parte importante y creciente del consumo mundial de energía: 23% en 1973, 30% en 2012. A falta de ideas sobre esto, la confianza de los ecomodernistas en el desarrollo sin aumento de emisiones no parece del todo fundada.
Entre los comentarios favorables, aparte de los que se manifiestan de acuerdo con las propuestas del Manifiesto, algunos elogian su enfoque general antropocéntrico. Eric Holthaus celebra en Slate que los ecomodernistas quieran poner fin a la idea que considera a los seres humanos una plaga para el planeta y los pinta como el malo de esta historia. Ben Heard, que se define “exprofesional de la sostenibilidad”, dice que en este campo, muchos han perdido el amor al hombre, y el ecomodernismo puede ser un buen punto de partida para corregir la perspectiva. No en vano el Manifiesto llama a la era presente “Antropoceno”.