Con cada año que pasa, el volumen económico de las industrias de desarrollo personal –de nutrición, de coaching, de mindfulness– va en aumento, con un crecimiento que no tiene previsión de disminuir en un futuro próximo. Esto debería suponer una buena noticia si su aumento estuviese ligado a un incremento en el bienestar y en la felicidad de las personas. Pero según datos recientes, el consumo de ansiolíticos y tranquilizantes también sigue una tendencia al alza. Es decir, algo no cuadra.
Registra tu progreso, cuenta tus pasos, anota las horas de sueño, retoca tu dieta, observa tus pensamientos negativos, apúntalos. Después analiza, cambia, repite. Serás feliz.
Aunque resulten directrices estáticas, más encaminadas a ordenar los movimientos de un robot que a plantear los objetivos vitales de un ser humano, es así como se podrían resumir las recomendaciones que inundan libros y charlas online dedicadas a impulsar la “ayuda” a uno mismo. Una receta mágica que, aplicada correctamente en las dosis recomendadas, permite eliminar cualquier malestar –ya sea personal o laboral–, aumentar la productividad y, sobre todo, ser feliz.
Según un informe de Grand View Research, el tamaño mundial del mercado de desarrollo personal se prevé que alcance los 56.660 millones de dólares para 2027, con una tasa de crecimiento anual del 5,1% entre 2020 y 2027. Además, Market Research sitúa a los jóvenes adultos –los millennials–, como los mayores consumidores de este tipo de productos culturales. Estos datos, sin embargo, no van de la mano de una mejora en el estado anímico de las personas.
Más bien, todo lo contrario. España y Portugal encabezan la lista de la OCDE –según datos de 2020– como países con mayor consumo de ansiolíticos y sedantes. Un consumo que, además, se inicia con una edad cada vez más precoz: según el informe ESTUDES 2021, los tranquilizantes figuran entre los adolescentes españoles como la cuarta droga más consumida. Pero esta tendencia no es exclusivamente española ni viene de los últimos quince años. Aunque la comparación entre países sea difícil debido a los diferentes sistemas sanitarios y a la peculiar recogida de información, también en el resto de Occidente se ha registrado una tendencia al alza en el consumo de estos psicotrópicos en todos los rangos de edad. Basta con observar la epidemia de opiáceos en EE.UU. o el incremento de dosis diarias en los últimos años en varios países europeos, como Croacia o Grecia, para reconocer que estamos ante un problema generalizado.
Lo más llamativo de este aumento es que se dé al tiempo de una gran proliferación de industrias que prometen la panacea para alcanzar la felicidad y el bienestar, y que nos presentan una cultura cada vez más definida por la autooptimización. Por el autoperfeccionamiento. Por el yo.
Un nuevo producto de consumo
Alexandra Schwartz escribe en el New Yorker que los consejos y discursos de autoayuda tienden a reflejar las creencias y prioridades de la época que los genera, pero si se echa la mirada atrás y se observa su evolución a lo largo de los años –del “No pain, no gain” al “si piensas en positivo, atraerás lo positivo”–, no resulta difícil detectar un denominador común: el individuo, como centro y protagonista.
La cultura de la autoayuda alberga un discurso individualista que, además, es principalmente consumista, opina Edgar Cabanas
“El discurso de la felicidad es yo, yo, yo. Cómo me autogestiono, cómo consigo mis deseos, cómo desarrollo mis metas, cómo consigo mis objetivos. Un discurso egoísta y narcisista, muy centrado en la propia persona”, opina Edgar Cabanas, psicólogo y autor junto a Eva Illouz de Happycracia (2018) y coautor de La vida real en tiempos de felicidad. Crítica de la psicología (e ideología) positiva (2022). Según Cabanas, la cultura de la autoayuda alberga un discurso individualista que, además, es principalmente consumista. “La felicidad es, hoy en día, un producto de consumo, y no un producto de consumo cualquiera. Es el producto estrella que toda una industria dice ofrecernos”. Por ejemplo, mediante experiencias, una actividad muy popular hoy en día. “Pero también con bienes más inmateriales, como las identidades, la salud, las emociones”, explica Cabanas.
Si la primera mitad del s. XX se caracterizó por el culto al cuerpo, la segunda mitad lo hizo por un creciente interés por ese misterio que resulta el cerebro y la mente. Ahora, en el s. XXI, la salud y el bienestar mental se han convertido en un tema central, de reconocida importancia y al que se dedican cada vez más recursos y horas. Sin embargo, este interés se puede convertir rápidamente en obsesivo – “tengo que estar perfecto en la cabeza”–, y al juntarse estas dos tendencias, el culto al cuerpo y a la mente, el individuo contemporáneo entra fácilmente en una constante necesidad de entenderse y de mejorarse, de autooptimizarse. En gran medida, para ser feliz. Pero en la realidad esto se traduce en un estrés continuo, que acaba por desbordarnos. Es decir, se trata de una ayuda que, llegados a un punto, desayuda.
“El perfeccionismo siempre nos hace enfermar. Nos hace vivir hiperalerta con el cortisol disparado”, explica en conversación con Aceprensa Isabel Rojas Estapé, psicóloga del Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas de Madrid. “Mucho cortisol sostenido en el tiempo provoca bajones de ánimo”. Y es en esos bajones de ánimo cuando echamos mano de la autoayuda. ¿Estás estresado en el trabajo? Utiliza esta aplicación de meditación. ¿No duermes bien? Prueba con este espray de hierbas naturales. Cocina los micronutrientes de esta forma, escribe cartas de gratitud, busca en tu interior la respuesta. Está en tu mano ser tu mejor versión. Pero la felicidad se hace esperar. Y volvemos a intentar autooptimizarnos, ser perfectos. Y volvemos al bajón de ánimo. Y usamos el espray. Y la felicidad sigue sin llegar. ¿No nos debería hacer esto felices? ¿No es esta la solución?
Un factor infravalorado
Un meme no es solo un meme, o eso dicen algunos analistas culturales. Puede ser el termómetro que mide el bienestar y las preocupaciones de una época. Si los millennials son los mayores consumidores de la industria del crecimiento personal, también son los que están despertando a un desencanto y apatía que no hay autoayuda que subsane. Solo hace falta observar la proliferación de memes con una gran carga de pesimismo irónico para entender que esta es la nueva forma de resistencia online que plantean frente al discurso generalizado de positivismo facilón. Pero igual esta autocompasión no es la solución a la apatía y desgana generalizada.
El voluntariado es una de las vías más rápidas para sentir felicidad, comenta Isabel Rojas Estapé
Según María Elvira Roca Barea, “es una estupidez pensar que la comodidad, la sobrealimentación y la seguridad generan a gente feliz”. En su reciente entrevista publicada en Aceprensa, Roca Barea comenta que “el ser humano está hecho para la dificultad, y es más virtuoso y más feliz superando dificultades”. No solo padecer, sino también contemplar el sufrimiento ajeno reduce la impasibilidad, ese mal que padece el hombre moderno y que está considerablemente presente entre los jóvenes.
Según nos comenta Isabel Rojas, el voluntariado es una de las vías más rápidas para sentir felicidad, “porque saliendo de uno mismo, ayudando, es cuando mejor nos sentimos”. El perfeccionismo autoimpuesto eleva el cortisol; la ayuda redirigida al exterior, en cambio, libera serotonina, la hormona de la felicidad.
También el World Happiness Report 2022 publicado en marzo de este año llega a esta conclusión: el año pasado se vio un repunte en la felicidad de los encuestados –“una luz en tiempos oscuros”– gracias al incremento en benevolencia y apoyo social, haciendo hincapié en la importancia “y la capacidad de los individuos para apoyarse unos a otros en tiempos de gran necesidad”. Por eso Rojas recomienda empezar cuanto antes con el voluntariado, incluso de niños. “Yo recomiendo a los padres que apunten a sus hijos desde los doce años a algún tipo de voluntariado. Estar con gente vulnerable te resta apatía”.
Es decir, tal vez, en medio de tanto discurso narcisista, la felicidad no esté exclusivamente dentro de nosotros mismos, tal y como nos quieren hacer creer, sino que se encuentra en gran medida fuera. En el otro.
Helena Farré Vallejo
@hfarrevallejo