Un artículo del New York Times analiza las heterogéneas causas de que muchas revistas científicas se vean obligadas a retirar cada vez más artículos falseados, copiados o fraudulentos.
El reportaje comienza relatando el caso del Dr. Fang, el redactor jefe de una importante revista científica que comprobó cómo uno de sus colaboradores habituales había falseado la mayoría de sus estudios. Después de publicar una nota retirándoles la aprobación, quiso comprobar hasta dónde llegaba el pufo. Y se llevó una desagradable sorpresa.
Sus averiguaciones le fueron llevando a la conclusión de que el suyo no era un caso aislado, sino que era “un síntoma de una corrupción muy extendida en el ambiente científico”. Ya en octubre de 2011, la revista Nature, una de las más reconocidas del ramo, había publicado un artículo alertando de que el número de retractaciones se había multiplicado por 10 en la última década, sin que esto se pudiera atribuir al aumento de las publicaciones, que solo habían crecido un 44%.
Una de las posibles causas de este aumento de investigaciones trucadas está en Internet. Como señala el Dr. Fang: “Cualquiera puede sentarse delante de su ordenador y copiar de aquí y de allá”, todo además con apariencia muy científica. De hecho, la revista Nature contaba en un artículo el caso de uno de sus colaboradores, al que pudieron desenmascarar porque había copiado tal cual varias tablas de datos que había sacado de Internet.
Otra de las causas es la financiación pública. El dinero del Estado suele concentrarse en unas pocas áreas de investigación –últimamente, en la Biomedicina–, con lo que las investigaciones en ese sector se vuelven especialmente apetecibles, y no siempre se respeta el método científico.
Por otra parte, el modelo de promoción profesional entre los científicos –basado en el número de publicaciones, y sobre todo en el impacto de las revistas en que son publicadas–, la competitividad entre laboratorios y la llegada cada vez más numerosa de científicos chinos, surcoreanos o turcos bien financiados desde sus países, provoca que los investigadores no siempre primen la calidad sobre la cantidad, sobre todo si son jóvenes y tienen una carrera que labrarse.
Además, cada vez es más difícil conseguir el primer empleo estable para los investigadores recién salidos de la universidad: según The New York Times, a mediados de los 70 más de la mitad de los doctores en Biología conseguían un trabajo estable en un laboratorio en los primeros seis años después de recibir el doctorado; en 2006 la proporción no llegaba al 15%.