De cuando en cuando el público necesita un icono científico, y Stephen Hawking cumple hoy ese papel. Su terrible enfermedad esclerosis lateral amiotrófica ha contribuido a hacerle célebre y sus libros se han convertido en best sellers, a pesar de que pocos pueden llegar a entenderlos. Si el público se impresiona sin entender, los que entienden no están tan impresionados. Así lo pone de relieve Francisco J. Ynduráin, catedrático de Física Teórica en la Universidad Autónoma de Madrid, en una reseña del último libro de Hawking, El Universo en una cáscara de nuez (Saber Leer, octubre 2003).
La cosmología está pasando en la actualidad del nivel especulativo al científico porque los modernos telescopios son capaces de comprobar algunas de las consecuencias que se siguen de lo que, hasta hace poco, eran elucubraciones: big bang, universo inflacionario, etc.
Pero no importa cuál sea el punto de vista que adoptemos: Popperiano, Einsteniano o Feynmanesco, ninguna de las teorías propuestas por Hawking, ni casi ninguna de las que, suyas o de otros investigadores, Hawking discute en su libro (El Universo en una cáscara de nuez [ver servicio 98/02]), pasa los criterios mínimos para considerarlas científicas. Ni el teorema de Hawking-Penrose sobre la existencia de una singularidad en el espacio al principio de los tiempos, ni la radiación de Hawking emitida por agujeros negros (por la que, medio en broma, considera éste que podría recibir un premio Nobel), ni las teorías de cuerdas, membranas y otras entidades fantásticas han sido verificadas experimentalmente, ni es probable que lo sean en el futuro previsible.
Sin embargo, y a pesar de este desierto en lo que respecta a la «ciencia dura» (por oposición a especulaciones), Hawking es, sin duda, uno de los científicos más conocidos y admirados; sobre todo, justo es decirlo, por los no profesionales. ¿Cuál es la razón de este éxito de Hawking?
(…) En la solapa del libro que comentamos se lee que «se le considera internacionalmente como el físico más brillante después de Einstein». Sin embargo, sólo personas sin conocimientos técnicos pueden tomarse esto como algo más que una de las exageraciones a las que la publicidad nos tiene acostumbrados. Hawking es, sin duda, un físico brillante, pero está bastante por debajo del nivel intelectual de un Hooft o un Wilson, y no digamos de Feynman o Dirac.
La respuesta a la primera pregunta (la popularidad de Hawking) nos la da, parcialmente, Sánchez Ron en su libro Los mundos de la ciencia [ver servicio 74/03]. (…) Como nos recuerda Sánchez Ron, «no creo que sea irreverente o exagerado decir que la presencia física de Hawking sentado, desmañado, incapaz de sujetarse en una silla de ruedas, crecientemente incapaz de ser entendido, ha sido muy importante en la atracción que el público ha sentido y siente por él y por su libro. Con justicia, la sociedad, el mundo, ha apreciado, admirado y [se ha] conmovido con el esfuerzo de un científico severamente incapacitado que es capaz de realizar complicados cálculos en su mente, sin un papel que le pueda ayudar y que, a pesar de todo, no ha perdido el sentido del humor».
A esto se puede añadir el morbo que tal situación provoca: Hawking responde bastante a la imagen del científico de los terrores populares (imagen que él, con su sentido del humor -y del negocio- se complace en explotar), aparte del papanatismo de buena parte del público, e incluso de más de un científico profesional, que confunde oscuridad con genialidad. Porque, en efecto, las teorías que discute Hawking en el libro El Universo en una cáscara de nuez son extraordinariamente abstrusas. Hawking se autodefine repetidas veces en su libro como un científico pragmático o positivista, que utiliza las teorías meramente como descriptores de la realidad sin inquirir si dichas teorías tienen consistencia propia o son simples modelos. Por supuesto, el que esto escribe no tiene nada que objetar a dicho punto de vista, con tal de que (como requieren Feynman o Einstein) las teorías o los modelos sean en efecto validadas por la «realidad»; pero de esto, a pesar del positivismo declarado de Hawking, hay muy poco en su libro.
Y, como ya hemos anunciado, estas teorías son extraordinariamente complicadas. (…) ¿Quiere esto decir que el libro que estamos comentando sólo puede ser leído por científicos del ramo? Creo que no. En primer lugar, Hawking se ha rodeado de un equipo de diseñadores extraordinario; las figuras que ilustran El Universo en una cáscara de nuez son de gran calidad, y estoy tentado de decir que, aunque sólo fuese por ellas, valdría la pena comprar el libro.
Pero, además, es posible que -aquí y allá- el profano pueda, si no entender, al menos vislumbrar la riqueza de algunas de las especulaciones más imaginativas de la física actual de partículas y de la cosmología. Aunque estas especulaciones no pasen hoy por hoy ninguno de los criterios que permitan considerarlas ciencia, sí que constituyen una interesante aventura intelectual e incluso, en algunos momentos, una agradable diversión.