Gerhard Schröder impone un cambio en biotecnología
Aquisgrán. El canciller Gerhard Schröder se ha propuesto conseguir, a toda costa, que Alemania ocupe una posición puntera en biotecnología. Para acceder a este inmenso mercado, está dispuesto a dar un giro a la legislación que protege al embrión humano y que impide experimentar con él. Sus propuestas han desencadenado un debate y han provocado tensiones en la coalición de gobierno entre verdes y socialdemócratas.
Apenas acababa de regresar al semanario Die Zeit, tras haber renunciado a su puesto como ministro alemán de Cultura, cuando Michael Naumann publicó un artículo en un tono de desacostumbrada dureza contra su antiguo jefe, el canciller Gerhard Schröder: «¿Queremos volver a las ideas de la eugenesia prefascista? ¿Tendrán que aprender ingeniería genética los funcionarios del Registro Civil en Alemania? ¿Acompañará al Libro de Familia, en un futuro cercano, el Libro de Genoma? En el pasado alemán fueron posibles muchas más cosas» (Die Zeit, 15-II-2001). Refiriéndose a una frase acuñada por Gerhard Schröder en un artículo que este escribió poco antes de Navidades para el semanario Die Woche, Naumann afirmaba que no es necesario ponerse «anteojeras ideológicas» para reconocer los problemas morales que plantea, ya hoy, la genética aplicada en Europa.
Un globo sonda
El enfrentamiento entre el ex ministro y el canciller invita a preguntarse si no sería precisamente la división de opiniones en esta materia tan grave lo que llevó a Naumann a dimitir. Si se observa una de las primeras declaraciones de su sucesor, Julian Nida-Rümelin, esa hipótesis resulta bastante verosímil: en el diario berlinés Der Tagesspiegel (3-I-2001), Nida-Rümelin, titular en situación de excedencia de la primera cátedra de Bioética de Alemania, defendía la decisión del Parlamento británico de legalizar la clonación de embriones, pues negaba a los embriones la dignidad humana, por carecer estos de autoestima.
Su postura provocó una respuesta en Die Zeit (18-I-2001) del filósofo Robert Spaemann, quien objetaba que «se trata de una violación de la dignidad humana, que prohíbe considerar a personas humanas como medios al servicio de los fines de otras personas». Spaemann advertía que la tesis del ministro va en contra claramente de la jurisprudencia del Tribunal Constitucional que mantiene: «Allí donde existe vida humana, le corresponde dignidad humana; lo decisivo no es que el portador sea consciente de dicha dignidad ni que sea capaz de preservarla». (Cfr. servicio 15/01.)
Como el propio Nida-Rümelin podía prever fácilmente la polémica que iban a despertar esas declaraciones, el artículo del nuevo ministro de Cultura solo se entiende como un «globo sonda» lanzado en interés del propio canciller: las reacciones al artículo de Nida-Rümelin le permitirían hacerse una idea sobre las fuerzas de los partidarios de una y otra postura. ¿Qué poder tienen, en particular en los medios de comunicación, quienes defienden incondicionalmente la protección de la vida humana? ¿Dónde podía reclutar Schröder aliados para un cambio de rumbo en la política del gobierno frente a la ingeniería genética?
El gobierno prepara el giro
«Durante los últimos nueve meses se ha podido observar un cambio radical en la postura del gobierno frente a la ingeniería genética», dice Michael Emmrich, redactor del Frankfurter Rundschau: «En los últimos años venía creciendo la presión sobre la ley alemana de protección de embriones; el número de los científicos alemanes dispuestos a investigar con embriones humanos, a analizarlos genéticamente y desecharlos si no les satisfacen, ha aumentado notablemente». La nueva política comenzó el pasado verano, cuando el canciller comunicó, al gobierno y al grupo parlamentario del SPD, que las cuestiones de biotecnología quedaban reservadas al jefe de gobierno; al mismo tiempo, anunció que escribiría un artículo sobre ellas.
Habría que esperar hasta unos días antes de Navidad para ver, negro sobre blanco en el semanario Die Woche (22-XII-2000), la nueva política de Gerhard Schröder en relación con la genética. El momento no podía ser mejor: la Cámara de los Comunes británica acababa de aprobar un proyecto de ley presentado por el gobierno Blair que permitía la clonación impropiamente denominada «terapéutica». En su artículo, Schröder reivindicaba una revisión de la ley alemana de protección del embrión, de 1990. Esta ley prohíbe toda clase de prácticas de manipulación de embriones no encaminadas a obtener nacimientos, con lo que descarta producir más embriones de los que se van a implantar o emplearlos como materia de experimentación. Aduciendo la rapidez con que evolucionan la medicina y la ingeniería genética, el canciller planteaba: «Tenemos que discutir si existen razones para admitir en Alemania el diagnóstico pre-implantatorio (PID), pues si Alemania se niega a admitirlo, en una época dominada por el Mercado Único e Internet, se acabaría importando lo que aquí está prohibido, pero es lícito en nuestros países vecinos».
Con estas palabras, el «Canciller de todos los automóviles» (como gusta de definirse a sí mismo Gerhard Schröder) se transformaba en el «Canciller de todos los genes». La ética pasa a un plano secundario; lo importante es el éxito económico. Se tardará como mínimo dos décadas hasta que estén en condiciones de salir al mercado los medicamentos fabricados con la ingeniería genética, de modo que la industria farmacéutica pueda comenzar a recuperar los fondos que han empleado; en cambio, la investigación con embriones supone un segmento de mercado en el que se puede ganar dinero, mucho dinero, y además inmediatamente. Mediante la clonación mal llamada «terapéutica» -se trata de producir, por medio de clonación, embriones que luego son destruidos- se obtienen las «células madre», así denominadas porque, teóricamente, pueden dar lugar a cualquier tipo de tejido. Si este proceso pudiera manipularse -como ya se ha hecho en experimentación animal-, los pacientes candidatos al trasplante no tendrían que esperar una donación de los órganos y tejidos que precisan, sino que se podrían cultivar todos los «recambios» necesarios.
En ese artículo, Schröder se mostraba de acuerdo con la Asociación Alemana de Investigaciones Científicas, partidaria de no levantar la prohibición del uso de «células madre» procedentes del embrión mientras no se haya investigado el potencial biológico de las células extraídas del cordón umbilical o del organismo del adulto. Aunque estas tampoco se encuentran aún diferenciadas, no se conoce el verdadero potencial de que disponen. Schröder, sin embargo, lo tiene ya decidido: si la investigación con «células madre» adultas no produce el resultado deseado, en Alemania se permitirá la clonación terapéutica.
Disensiones en la coalición de gobierno
En las últimas semanas, el canciller alemán ha desarrollado una actividad casi febril para sentar las bases de su nueva política en biotecnología. Sin embargo, los dos partidos de la coalición de gobierno no estaban dispuestos por igual a doblarse a esta nueva política; la diferencia entre los verdes y el SPD en cuestiones de biotecnología la explica Wolf-Michael Catenhusen, secretario de Estado en el Ministerio de Investigación, con las siguientes palabras: «Entre los verdes hay algunos que cuestionan ciertos campos de aplicación». Los socialdemócratas quieren imponer otras prioridades -obsérvese el orden en que se mencionan-: «Queremos relacionar las perspectivas económicas y las innovaciones con una situación general que proteja a los seres humanos».
A aquellos diputados de los verdes que seguían oponiéndose al PID, Gerhard Schröder respondió con toda claridad, en una entrevista publicada en Stern (11-I-2001). En dicha conversación, y después de referirse a la oleada de protesta provocada por el canciller cuando, siguiendo el ejemplo británico, había reflexionado sobre la posibilidad de admitir la clonación terapéutica en Alemania, el redactor intenta preguntar: «¿Es lícito matar para …?»; pero Schröder le interrumpe: «Le rogaría que, en un campo tan complejo, no empleara términos tan contundentes. No entiendo la crítica de los que vienen ahora con la sublime moral. Veo el peligro de que el debate tome un cariz emocional, que se constituya una alianza entre los que se oponen al progreso y los fundamentalistas conservadores. (…) La Iglesia católica es consecuente: su opinión se corresponde con su posición sobre el aborto. Pero quienes deseen aliarse con la Iglesia católica, ya sean de los verdes o de derechas, se tienen que preguntar si están dispuestos a asumir también su posición en relación con el aborto».
Esa misma relación entre la clonación terapéutica y el aborto la había establecido ya su nuevo ministro de Cultura: en una sesión de la Comisión de Cultura del Bundestag, en la que respondió a los ataques que había sufrido a consecuencia de su artículo de enero, Nida-Rümelin se reafirmaba en sus declaraciones: si el embrión tuviera dignidad humana, «el aborto sería asesinato legalizado».
Trueque de ministerios
Al igual que algunos diputados verdes discrepantes, también la titular de Sanidad, Andrea Fischer, resultaba incómoda a Schröder, pues había conseguido mantener su criterio frente a la ingeniería genética, un criterio que disentía del canciller. La crisis de las «vacas locas», que obligó a dimitir a la ministra de Sanidad y al ministro de Agricultura (entonces de los socialdemócratas) supuso una ocasión de oro para que Gerhard Schröder hiciera un cambio de ministerios. Añadiendo al de Agricultura la competencia en protección de consumidores, consiguió que los verdes asumieran este y dejaran el de Sanidad en manos de los socialdemócratas.
A partir de ese momento, el canciller puede imponer su política, sin temor a que se le oponga la ministra de Sanidad. Una de las primeras cosas que hizo Ulla Schmidt, la nueva titular de este Ministerio, fue precisamente detener los trabajos del proyecto de ley de medicina reproductiva que estaba preparando Fischer.
Después del cambio de ministerios, Schröder ha ocupado dos posiciones clave -Investigación y Sanidad- que le están absolutamente sometidas: la titular de Investigación, la también socialdemócrata Edelgard Bulmahn, se ha mostrado asimismo partidaria de introducir el PID. Para hacerlo, aprovechó una visita al Centro Max Delbrück de Medicina Molecular (Berlín). Como escribe el Financial Times Deutschland, «algunos ayudantes susurraron al oído de los periodistas: ‘La ministra se ha declarado por primera vez partidaria del PID; yo que usted le haría alguna pregunta al respecto’. ‘Estoy muy sorprendida de que me pregunten precisamente por esta cuestión’, respondió Edelgard Bulmahn, para declarar a continuación que, si por ella fuera, las familias con enfermedades hereditarias deberían poseer la oportunidad de tener hijos sanos mediante el diagnóstico pre-implantatorio», continúa el diario.
Diagnóstico pre-implantatorio
A su vez, Ulla Schmidt defendió ese mismo método diagnóstico en un entrevista con el Süddeutsche Zeitung (24-I-2001): «El PID no es un método de selección. Durante muchos años he hecho política a favor de los discapacitados y sé lo que digo. La cuestión es si el diagnóstico pre-implantatorio puede ser aplicado responsablemente». Pero el diagnóstico pre-implantatorio va precisamente dirigido a comprobar si el embrión está libre de cualquier defecto genético, pues de lo contrario se desecha. Para justificarlo se suele aducir siempre el caso de graves enfermedades genéticas hereditarias; pero, una vez admitido este principio eugenésico, ¿dónde poner la frontera entre los defectos tolerables y los inadmisibles? ¿Lo que al principio se ofrece como una posibilidad no terminará en una obligación?
El uso del PID en la práctica se puede ilustrar con el ejemplo de Adam Nash, el niño «diseñado» en la probeta, exclusivamente para salvar la vida de su hermana, aquejada de una enfermedad hereditaria y que precisaba un trasplante de médula (ver servicio 136/00). Pero para que naciera Adam se obtuvieron in vitro quince embriones; y los que tenían el mismo defecto genético que su hermana acabaron en el desagüe; otros fueron congelados. Para el canciller, todo eso es «sublime moral». Como dice Ulrich Montgomery, presidente del Colegio de Médicos de Hamburgo, «para el diagnóstico pre-implantatorio hay un potencial económico enorme. La fecundación in vitro y el diagnóstico pre-implantatorio producen grandes ganancias en los países en que no están prohibidos».
Un Consejo a medida
Como la Comisión investigadora del Bundestag «Derecho y ética en la medicina moderna» se opone igualmente a que se admita el PID, del mismo modo que se ha enfrentado con el canciller por no estar de acuerdo en que se puedan patentar genes humanos, Schröder pretende nombrar un «Consejo nacional de ética», cuyos miembros nombrará él. La nueva ministra de Sanidad se ha apresurado a cerrar filas; en un comunicado oficial de prensa de su Ministerio, declaraba: «El debate sobre lo que puede y debe hacer la ingeniería genética está manteniéndose desde hace mucho tiempo. Por eso necesitamos un consejo que reflexione sobre las diferentes cuestiones desde el punto de vista ético, filosófico, teológico, médico y sociopolítico, y que las valore. De este modo se puede conseguir la argumentación necesaria y sentar las bases para decisiones políticas».
Por el contrario, Hubert Hüppe, diputado de la CDU y vicepresidente de la Comisión investigadora, teme que los miembros de este Consejo «se plieguen al dictado de Schröder y Nida-Rümelin; estos pueden emplear las recomendaciones de este grupo para sustituir a la Comisión». Claro que no todos los miembros de la Comisión están en contra del nuevo Consejo; su presidenta, Margot von Renesse (SPD), se muestra obediente al canciller: «No vivimos en una isla. Si nos negamos, exportaremos primero los científicos y después los pacientes».
Aunque no haya el más mínimo indicio de ello, sin embargo, no se puede excluir tal posibilidad; así, en Internet, un Instituto ruso busca personal con el anuncio: «Venga con nosotros. Podrá investigar con embriones todo lo que quiera». Para conseguir que Alemania sea el país número uno en ingeniería genética, Schröder parece dispuesto a seguir criterios pragmáticos, que no tienen mucho que ver con el derecho ni con la ética.
La ley actual de protección del embrión
La Ley alemana de protección de embriones (abreviadamente EschG), del 13 de diciembre de 1990, prohíbe, bajo pena de hasta tres años de cárcel o multa, «fecundar artificialmente un óvulo con otro fin distinto a producir el embarazo de la mujer de la que procede el óvulo» (art. 1, § 1, núm. 2). Por tanto, según la EschG, está prohibido congelar embriones.
En su art. 8, § 1, la ley equipara la «célula totipotente» al embrión. De este modo, todo diagnóstico pre-implantatorio hasta un estadio de 8 células entraría en el supuesto que prohíbe la experimentación con embriones: «Quien enajene un embrión humano generado extracorporalmente o extraído a una mujer antes de concluirse su anidación en la matriz, o lo entregue, adquiera o utilice para cualquier otro fin distinto a su conservación, será castigado con una pena privativa de libertad de hasta tres años o con multa» (art. 2, § 1 de la EschG).
La ley prohíbe también, de modo absoluto, la clonación: «Quien artificialmente hace que surja un embrión humano con la misma información hereditaria que otro embrión, un feto, una persona humana o un muerto, será castigado con una pena privativa de libertad de hasta cinco años o con multa» (art. 6, § 1). Y en el § 3 añade: «La tentativa es punible».
A pesar de la claridad de la ley, existe una «zona gris», a la que se refiere el Tagesspiegel (28-II-2001): Con ocasión de una pregunta en el Bundestag, el gobierno respondió que «no existe motivo para suponer que en Alemania se esté llevando a cabo, en un número considerable, la crioconservación de embriones». El portavoz añadió que la congelación de embriones a largo plazo «solo está permitida en casos aislados, cuando hay obstáculos en la transferencia a la mujer, por ejemplo como consecuencia de una enfermedad». Los embriones se pueden transferir así más tarde. Como informa el diario berlinés, la encuesta sobre la que se basa la respuesta del gobierno está anticuada, pues es de 1996. Actualmente, el número de embriones sobrantes se estima en unos 3.000. Está prohibido donarlos para implantarlos en otra mujer pues, según el Ministerio de Familia, la adopción solo es posible a partir de ocho semanas después del nacimiento.
Stefan Rehder y José M. García Pelegrín