El Dr. Olivier Jonquet es jefe de la unidad de reanimación del hospital universitario de Montpellier. En una entrevista para Étique et Populations (París, verano 1999), habla de su experiencia en cuidados paliativos.
Curar y cuidar, dice el Dr. Jonquet, son misiones inseparables de la medicina. «Todo médico vive en esta tensión entre cuidados paliativos y cuidados curativos. Con demasiada frecuencia se oponen estos dos enfoques, cuando son complementarios. En mi servicio, el hecho de no hacer la diálisis o una traqueotomía a un paciente no quiere decir que renunciemos a cuidarle. Yo puedo limitar los cuidados ‘técnicos’ para prestar una atención global, psicológica, afectiva, colectiva. Mirar, escuchar, tocar a un paciente: eso es en parte la medicina paliativa… Por otro lado, se puede poner a alguien en diálisis y mirarle. Una y otra cosa no se excluyen».
La tecnificación de la medicina, prosigue Jonquet, puede hacer que se olvide lo fundamental: que el paciente es una persona. «Lo primero que debo mirar cuando me encuentro ante un paciente es la imagen de una persona, no un cerebro cansado, un pulmón estropeado, un hígado desgastado. En los estudios de medicina, como en la vida misma, hay que llegar a esta noción de persona. Cuando entramos en una habitación llena de máquinas, pido a mis estudiantes que empiecen por acercarse al enfermo, aunque esté dormido, que le toquen quizá, y solo después consultar los monitores y las hojas de datos técnicos. Si no se presta atención a eso, nuestro trabajo se mecaniza muy rápidamente, y pronto no se verá al enfermo más que como un viejo motor oxidado. Y cuando un motor deja de funcionar, va al desguace. En el fondo, el encarnizamiento terapéutico y la tentación de deshacerse de un paciente terminal son consecuencia de una misma desviación en el modo de mirar a las personas».
Por la misma razón, son completamente diferentes la eutanasia y la suspensión de tratamientos cuando no hay posibilidad de evitar la muerte. «Nuestro oficio es salvar vidas; y cuando no se puede, calmar a los enfermos, evitar que sufran. Pero, sobre todo, no nos corresponde poner plazo. Pones plazo si inyectas un cóctel lítico o de potasio intravenoso que provoca el paro cardiaco en pocos minutos. A veces me doy cuenta de que un enfermo va a morir pronto. Cuando depende de un respirador o de drogas que mantienen en funcionamiento el corazón, yo puedo hacer lo que se llama una desescalada terapéutica: quitar los medios técnicos artificiales. La muerte puede entonces sobrevenir en el término de unas horas, o de unos días, pero no ha sido programada ni querida por sí misma. Eso no tiene nada que ver con la eutanasia: se trata de dejar que se desarrolle el proceso natural sin pretender determinar un plazo ni emplear medios inútiles y desproporcionados».
Entonces, ¿lo correcto es no hacer caso al enfermo que pide la eutanasia? «Al contrario -responde Jonquet-: hay que escucharle bien. Un paciente que tiene malestar, que sufre, naturalmente desea que eso no dure. A veces he oído a enfermos en tal situación que me espetan: ‘¡Doctor, quiero morir!’. Pero eso no quiere decir ‘Deprisa, póngame una inyección letal’, sino más bien ‘¡Alívieme, escúcheme, míreme, tóqueme! Quédese conmigo unos minutos’. Hay que saber descifrar el significado profundo de lo que dice una persona. Por fortuna, hoy contamos con medios de calmar el dolor físico y acompañar en el sufrimiento moral. Estas peticiones por parte de pacientes son, felizmente, muy raras; lo más frecuente es que sean los familiares o el personal quienes expresen sus dificultades para vivir la fase final de un paciente pidiendo la eutanasia».
De ahí que a Jonquet le preocupen las campañas en favor de la eutanasia: crean una confusión que «destruye la confianza entre médicos y pacientes» y «abre la puerta a todos los abusos».
Jonquet ilustra sus afirmaciones con una anécdota. «Hace algún tiempo, un paciente con embolia pulmonar me vio entrar en su habitación; yo estaba un poco tenso y, sin duda, poco risueño. Yo estaba con la supervisora del servicio, que llevaba una jeringa automática; la conectamos al enfermo, y él gritó: ‘¡Doctor, no quiero morir!’. Solo más tarde, cuando se hubo calmado, me confió que tenía miedo de que le aplicaran la eutanasia». Concluye Jonquet: «Matar a un enfermo elimina la cuestión de la muerte sin arreglar problema alguno».