Disney: Un siglo de imaginación (y una década para la incógnita)

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El 16 de octubre de 1923, los hermanos Disney crearon la productora de animación que, un siglo después, es un gigante audiovisual que ha marcado la infancia y juventud de generaciones. Hoy el pequeño ratón se ha convertido en Megalodón, tan poderoso como amenazado por problemas financieros, rutinas creativas y polémicas ideológicas. En cualquier caso, lo que muestra este centenario es un impresionante bagaje de títulos inolvidables y una gran capacidad de superar crisis.

Walter Elias Disney tenía apenas 16 años cuando engañó por primera vez al mundo. Con la ayuda de su madre, falsificó su certificado de nacimiento para poder ingresar como voluntario en el ejército de Estados Unidos. La I Guerra Mundial estaba a punto de acabar y apenas estuvo unos meses en Europa en 1918. No disparó una sola bala, pero pudo dedicar cientos de horas a lo que más le gustaba: dibujar y fumar. La primera afición le convertiría en uno de los hombres más famosos del mundo, la segunda acabaría por matarle.

En este inicio de la biografía de Walt Disney se ven algunos rasgos que marcarían la vida de este creador y de su gran compañía. A pesar de que la productora siempre ha sido calificada como una industria que generaba ingresos multimillonarios mostrando un mundo almibarado en dibujos animados, la realidad era bastante diferente.

The Skeleton Dance (1929), una de los primeros cortos en blanco y negro de la compañía, estaba protagonizado por esqueletos que salían de sus tumbas para bailar en el cementerio. Ese mismo año estalla el crack del 29 y Disney tiene que hacer frente a la primera crisis de su empresa, con trabajadores exhaustos y desbordados intentando realizar el sueño imposible de su dueño: la primera adaptación animada de Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll. Técnicamente resultaba implanteable y la producción termina en octubre de 1931 con la compañía en bancarrota, y él mismo sumido en una crisis nerviosa. Pero como tantas veces en la historia de Walt Disney, los peores momentos son el mejor preludio de las etapas doradas.

La vuelta al mundo de Mickey Mouse y Blancanieves (1931-1950)

Al principio se llamó Mortimer, pero la mujer de Disney, Lillian Bounds, le convenció para cambiar su nombre por uno más sencillo y cercano para el público infantil. Mickey Mouse fue todo un éxito, al que siguieron los personajes de Donald, Pluto y Goofy. Con los cortometrajes Árboles y flores (1932) y Los tres cerditos (1933) se incorpora el color, algo que produce fascinación en todo el mundo y en la recién estrenada Academia de Hollywood, que premia a Disney con sus dos primeros Oscar. Pero aún quedaba por dar un salto definitivo que llegaría en el año 1937.

Blancanieves y los siete enanitos fue el primer largometraje sonoro de la compañía y Disney tuvo claro que debía ser una referencia, no sólo por las evidentes innovaciones técnicas, sino también por la identidad dramática que se desarrollaría en las próximas décadas. La fusión del mundo real y el imaginario, el conflicto entre el humor, la compasión y el amor romántico enfrentados a una maldad oscura y perversa, la inclusión de las canciones como vehículos narrativos, o la literatura como fuente inagotable de inspiración, eran algunas de las claves que marcarían un sello de prestigio en todo el mundo. A Blancanieves le seguirían otras obras maestras como Fantasía, Pinocho, Dumbo, Cenicienta o Bambi. Sin embargo, el valor artístico y técnico de estas producciones estuvo muy lejos de ser premiado como debería en las taquillas. La II Guerra Mundial y los años posteriores a la contienda no eran las condiciones idóneas para la explosión económica de este nuevo negocio audiovisual de la animación.

Además, ni Metro Goldwyn Mayer ni Warner Bros estaban dispuestos al monopolio de Disney, y empezaron a generar una competencia considerable con una animación mucho más deudora de la comicidad del slapstick que del dramatismo literario.

La imagen real y los parques de atracciones (1951-1966)

Con La isla del tesoro (1950), Walt Disney da un paso más en la producción con las películas de imagen real, que se convertirían en toda una mina, no solo para el cine, sino también como fuente de contenidos para la televisión y el vídeo. Mientras que la compañía seguía ofreciendo animación de calidad y variedad (Peter Pan, Alicia en el País de las maravillas, La Bella Durmiente, 101 dálmatas, El libro de la selva, La dama y el vagabundo), la imagen real aportaba películas tan populares como Pollyanna, Tú a Boston y yo a California, 20.000 leguas de viaje submarino, El extraño caso de Wilby o Mary Poppins. Estos dos últimos títulos terminarían siendo los más taquilleros del año en 1959 y 1964 respectivamente. Estos argumentos tan variados tenían en común la relevancia de la estabilidad en la familia y la amistad como núcleo más sólido ante los villanos y los conflictos más dispares. Disney, en definitiva, seguía perfilando un lenguaje universal que era entendido y admirado en cualquier idioma, religión o raza.

Aun así, a Walt Disney le había empezado a interesar más la creación de los parques temáticos que las películas. El 12 de julio de 1954 comenzaba la construcción de un espacio que serviría de atracción y promoción de la compañía. El entusiasmo colectivo por estos parques llevó a prisas en la construcción que fueron muy criticadas. Pero el público no dejaba de hacer colas interminables por entrar en este nuevo entretenimiento que resultaba revolucionario y bastante asequible en el precio (algo que, evidentemente, no tardó mucho en cambiar).

Disney no muere, se congela (1967-1988)

La imagen de Walter Disney en esos últimos años estuvo manchada por innumerables polémicas. Le acusaban de tener un carácter autoritario y caprichoso, de haber coqueteado con el filonazismo norteamericano en los años de la II Guerra Mundial, de ser un activista anticomunista en la Guerra Fría y de explotar a sus trabajadores. Y por si fuera poco, de que antes de morir, había tomado la decisión de crionizarse, a la espera de que la Medicina avanzase lo suficiente como para poder revivir y gozar de una segunda vida. La realidad es que, al morir, la empresa entró en una profunda crisis creativa, acorde con la que vivió el cine en los años 70.

Eran momentos de conversión tecnológica y una crisis social y moral que hacía tambalear la seguridad de una etapa de bienestar y paz mundial. El hermano de Walt, Roy, toma el mando de la compañía. Películas como Los Aristogatos, Robin Hood, Pedro y el Dragón o Los Rescatadores, son las más populares en una época en la que Disney obtenía el 70% de sus ingresos en los parques de atracciones.

Entre las mejores noticias de esta etapa de transición está el estreno de la película Tron (1982), la primera generada por ordenador, con efectos especiales que fascinarían a un jovencísimo John Lasseter, que vería en esa técnica el futuro de la animación. Pero la economía seguía sin funcionar hasta que en 1988, tres películas muy distintas de la productora llegaron a lo más alto de la taquilla: Good Morning Vietnam, Tres hombres y un bebé y ¿Quién engañó a Roger Rabbit, que supuso un enorme salto de calidad en la animación por ordenador.

“La Sirenita” y la década prodigiosa (1989-2005)

Dicen que las crisis o matan o hacen más fuertes. Y Disney no sólo sobrevivió a la muerte de su fundador sino que inauguró, al arrancar los noventa, una de sus edades más doradas. Con la música siempre oscarizada de Alan Menken, la compañía redescubre un filón con los cuentos populares que le llevan a encadenar éxitos tanto de crítica como de público. Niños y mayores vuelven a las salas a ver cine de animación con La Sirenita (1989), La bella y la bestia (1991), Aladdin (1992), El rey León (1994) o Tarzán (1999), estas dos últimas con la novedad de las canciones inmortales de Elton John y Phil Collins. También hay en esta etapa algunos títulos más peculiares como las simpáticas pero menores Hércules (1997) y El emperador y sus locuras (2000), además de la alternativa y adulta El jorobado de Notre Dame (1996). Pocahontas (1995) y Mulan (1998) completan estos años con dos historias protagonizadas por mujeres rebeldes en entornos muy poco transitados por las producciones Disney.

Todo parecía ser inmejorable bajo el mandato de Michel Eisner, que llevaba siendo presidente desde 1984 después de su experiencia en Paramount Pictures. Sin embargo, ese mismo año, tenía lugar un hecho que, con el tiempo, se convertiría en uno de los mayores dolores de cabeza para la compañía. El animador John Lasseter había comenzado su carrera profesional en Disney, pero cuando intentó apostar por la animación por ordenador, los dirigentes vieron en él una amenaza más que una solución, y decidieron prescindir de él en 1984. Dos años después, Lasseter, con la inestimable ayuda tecnológica y económica de Apple y Steve Jobs, puso en funcionamiento Pixar, una verdadera pesadilla para Disney. Mientras que Toy Story, Monstruos S.A., Buscando a Nemo o Los Increíbles se convertían en títulos de taquillas multimillonarias y cataratas de premios, Disney no lograba reaccionar con entretenimientos rutinarios como Dinosaurio, Atlantis o El planeta del tesoro.

Bob Igger crea el Megalodón (2005-2023)

Si en los años 50, los parques de atracciones salvaron a la compañía, en el año 2000 la recuperación se inicia con la aparición de Bob Igger como presidente. Ante la imposibilidad de competir con Pixar, opta por comprar esa productora por 7.400 millones de dólares en 2006. John Lasseter se convertiría desde entonces en supervisor de los proyectos de animación, tanto de Disney como de Pixar, algo que benefició más a la primera compañía que a la segunda, con un título más que emblemático como símbolo: Frozen, que en 2013 se convirtió en la película de animación más taquillera de todos los tiempos, con más de 1.284 millones de dólares ingresados. Tardaría poco en perder ese récord, pero todo quedaría en casa. En 2019, Frozen II llega a los 1.453 de millones en taquilla y, ese mismo año, el remake en imagen real de El Rey León alcanzaba la cima con 1.657 millones. Mientras tanto, Bob Igger seguía aumentando el negocio con las multimillonarias compras de Lucas Film en 2012, y de Marvel en 2015. Todo ello, preparando el terreno para la llegada de la plataforma Disney Plus en 2019.

En este vertiginoso crecimiento, Bob Igger deja el cargo en 2020, y le sustituye Bob Chapek, hasta entonces presidente de Disney Parks. Lo que parecía que iba a ser una época pacífica de incontables beneficios acabó convirtiéndose en un campo de batalla, con pérdidas económicas muy considerables, fracasos en taquilla, reducción drástica de personal en los parques de atracciones y polémicas sobre la mayor presencia de la ideología de género en películas de animación como Mundo extraño o Lightyear. La crisis de la compañía llegaría incluso a la política, cuando Disney demandó al gobernador de Florida, Ron De Santis, por la implantación de una ley que anulaba la obligatoriedad de la educación de menores en la ideología de género. En realidad, la historia venía de antes, cuando De Santis amenazó con reducir la situación de privilegio fiscal del parque de atracciones de Disney en Florida.

Ante la multiplicación de problemas sin resolver, Disney optó por prescindir de Chapek en noviembre de 2022, recuperando a Bob Igger para la presidencia, a sus 72 años de edad. En pocos meses ha dejado claro que pretende hacer algunos cambios en la orientación de la compañía. “Nuestra misión principal tiene que ser entretener y tener un impacto positivo en el mundo. Me lo tomo muy en serio. No debe depender de la agenda”. Unas semanas después de estas declaraciones, despedía a la directora de la oficina de diversidad, Latondra Newton, a la que se responsabilizaba de la escasa taquilla de la nueva versión en imagen real de La Sirenita (apenas 477 millones, sobre un presupuesto estimado en 250).

En consonancia con este giro, quizás la compañía se plantee ahora retirar de la plataforma de Disney Plus ese larguísimo rótulo inicial que precede a algunos de sus títulos más clásicos, y en el que se pide perdón por incluir algunos estereotipos culturales y raciales.

Lo más probable es que Disney se reinvente una vez más, como lo ha hecho en el pasado. Esperemos que lo haga con la creatividad y universalidad de sus etapas doradas, y esas señas de identidad que hacen que, tanto sus clásicos como sus mejores películas recientes, sigan teniendo esa condición de intemporalidad.

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