M. Night Shyamalan ha dejado constancia de su valía cinematográfica con títulos como El sexto sentido, El protegido, Señales, El bosque o La joven del agua. Se estrena ahora El incidente, que tiene, como no podía ser de otra manera, terror y suspense.
De la mano de un nuevo estudio (la Fox ha sustituido a Buena Vista-Disney), la última película del director norteamericano, de 37 años, combina una trama clásica que busca el entretenimiento y la tensión, con una factura atractiva y llena de oficio, un presupuesto ajustado y un uso muy reducido de los efectos visuales que contribuye a una atmósfera muy realista.
Los temas predilectos de Shyamalan están muy presentes en El incidente, siempre presentados de manera muy cinematográfica y por tanto conflictiva: inocencia-caída, individuo-comunidad, amor-desamor, muerte-vida, esperanza-abatimiento, fe-descreimiento.
“La oscuridad -señala Shyamalan cuando le preguntan por la presencia de la inocencia en su cine- que pongo en mis películas me sirve para mostrar que la inocencia está constantemente amenazada. Y claro, estoy dando por hecho que la inocencia existe y es importante. Soy una persona positiva”.
— En las siete películas que ha hecho, usted siempre pone el acento en la vulnerabilidad del ser humano. Tengo la impresión de que es un tema que le interesa mucho.
— Para mí las películas son una terapia: pienso en lo que me está molestando o inquietando y escribo. Hay un gran tema que me rondaba la cabeza y que era más explícito en las primeras versiones del guión, y es que la positividad como actitud vital se tiende a desechar por ser demasiado inocente, casi naif.
Hoy en día hay que ser muy fuerte para ser inocente. Me parece que la película cuenta eso. La gente que rodea al personaje de Mark Wahlberg, especialmente su esposa, piensan que es tonto, que no debería ser tan inocente. Poco a poco, vamos asistiendo a un cambio en el personaje de Zooey Deschanel: a ella le gustaría ver el mundo con los ojos de él.
— Por otra parte, me sorprende que usted haya dicho que esta ha sido su película más fácil de hacer.
— Lo que quería destacar es que la idea ya venía dada con la estructura. Por mucho que se diga, el arte de hacer cine se basa en la estructura. Tengo mucho instinto novelístico, pero en el cine he aprendido a prescindir de lo que está bien en una novela, pero no funcionaría en una película. Conservo los elementos narrativos que fortalecen la estructura y prescindo de los que no lo hacen.
— ¿Cuál es su forma de trabajar con los actores?
— Antes de encender la cámara he hablado mucho con los actores, les he explicado el porqué de todo lo que hacen. Yo no discuto durante el rodaje. Cuando rodamos y algo no me convence, no necesito gritar o reprochar: simplemente pongo cara de póquer. Hacemos una pausa, el equipo descansa y hablamos. Como los actores llevan su trabajo muy preparado (como si de una obra de teatro se tratase), se dan perfecta cuenta de cuándo su interpretación funciona o no funciona. Por mi parte, yo reescribo mucho, hago muchas versiones, por lo que tengo las cosas muy pensadas.
Para mí, las ideas del argumento son siempre catalizadores para que los personajes conversen sobre la fe, sobre el amor, la vida humana y se revelen espiritual y emocionalmente. La relación del matrimonio formado por Elliot y Alma dice mucho sobre la forma en la que funciona el amor, sobre cómo somos en una relación, sobre lo que significa en una relación ser el que conquista o el conquistado, y sobre lo que decimos al otro cuando pensamos que estamos manteniendo nuestra última conversación. Lo que me interesaba de Elliot es que tiene una gran confianza en que su mujer se salvará.
— ¿Hasta qué punto le influye el comportamiento de la taquilla y la postura que toma la crítica ante sus películas. ¿Hay mensajes en sus películas?
— No hay ninguna película que se haga sin presión. Hago las películas en las que creo y pienso que las dos últimas (La joven del agua y El bosque) son absolutamente preciosas, independientemente de como hayan funcionado en taquilla y de la reacción de la crítica. Pienso que merece la pena combatir por películas así.
El cine no está para lanzar mensajes: hacemos entretenimiento y para eso nos pagan. Pero hay subtextos en esta película como los había en La invasión de los ladrones de cuerpos (el comunismo) y La noche de los muertos vivientes (los derechos civiles). Se trata de lograr metáforas resonantes. Y me parece que hay varias en esta película.
Una de ellas es la armonía con la naturaleza. En la cultura ancestral norteamericana todo lo bueno va ligado a la naturaleza. Me parece un planteamiento muy correcto. Cuando tenía 16 años, para sorpresa de mis padres, adopté un segundo nombre inspirado en la cultura de los indios norteamericanos.
— Es sorprendente la verosimilitud ambiental de la película. Con ese diseño de producción la película es más creíble y por eso más inquietante.
— Quería hacer un tipo de thriller muy naturalista, muy limpio, casi como de la vieja escuela, volviendo al momento anterior a todos esos artilugios y ordenadores de que disponemos ahora, cuando se trataba únicamente de una narración directa y resonante. Hablamos mucho de cómo habríamos hecho la película de no tener todas esas nuevas herramientas y cómo hacer que pareciera una versión de 2008 de una película de paranoia de los años cincuenta.
— La música es muy relevante en sus películas. Desde El sexto sentido siempre ha trabajado con James Newton Howard.
— Teníamos claros algunos conceptos para la música. Uno era tener una especie de sensación de “bolero”, en el que la música creciera y siguiera creciendo, y luego atrapara a todos como una ola que cae sobre la globalidad de la película. El otro era crear una sensación extraña y disonante mediante la percusión, como la que se tiene en la película original de El planeta de los simios; el tipo de sonido que crea una sensación de pánico y refleja todos los cambiantes comportamientos que se suceden. Es una música hermosa que mueve realmente la película.