Joaquín Sorolla, “Clotilde con mantilla negra”, 1911-1920 (fotos: Museo Sorolla)
La exposición que presenta la Casa Museo Sorolla (Madrid) permanecerá abierta hasta el 27 de noviembre. A más de uno le habrá sorprendido y generado cierto desconcierto que la muestra se centre en el protagonismo que adquirió el negro en su obra. Este fue uno de los colores de su paleta, a pesar de que Joaquín Sorolla es considerado un pintor luminista que supo captar como nadie la luz del Mediterráneo y el colorido de su amada tierra valenciana.
El relato visual que plantea la muestra, “Sorolla en negro”, gira en torno a este color, que es asumido, heredado y transformado por el artista a lo largo del tiempo bajo diferentes presencias y personalísimos enfoques que desvelan una poética de lo negro.
Joaquín Sorolla (1863-1923) debe ser entendido en su contexto histórico. A finales del siglo XIX, el paradigma clásico dejó de dominar la historia del arte; ese afán rupturista con la tradición clásica se llevó a cabo con los impresionistas. Ellos captaron la luz y el color directamente del natural. Esta forma de trabajar –au plein air– posibilitó que por primera vez se introdujera un tiempo real en la pintura.
Por otra parte, con los impresionistas comenzó la llamada “revolución del color”, una tendencia que se prolongó más allá de finales del XIX y continuó en las primeras vanguardias del XX –fauvismo, expresionismo alemán y la desarrollada en la Rusia de 1905–. En este sentido, encontramos cierto paralelismo entre los planteamientos estéticos de la pintura de Sorolla y los de esos pintores de fin de siglo. El artista valenciano siempre confesó que no le gustaba pintar en su estudio, que prefería trabajar al aire libre. Sus cuadros eran auténticos estudios de luz, de realidad cambiante, ejecutados a base de pinceladas rápidas y abocetadas que nos hacen recordar los larguísimos pinceles que utilizaba.
En lo personal, Sorolla se quedó huérfano con tan solo dos años, sus padres murieron víctimas de una epidemia de cólera y esto hizo que fuera a vivir con sus tíos. Desde pequeño mostró dotes para el dibujo. A los 12 años ingresó en una academia; después continuó en la Escuela de Bellas Artes de Valencia y posteriormente fue pensionado en Roma. Sin duda, el aprendizaje en el estudio de Antonio García Peris –fotógrafo de moda de la época– fue determinante en su carrera. Aquí trabajó retocando fotografías y aprendió la instantaneidad propia de este arte, una cualidad que más tarde llevaría al retrato: sus personajes se desenvuelven en la inmediatez de los primeros planos y en sesgados encuadres fotográficos. Además, en el estudio de Peris conoció a Clotilde, la hija del fotógrafo, con quien se casó y por la que sintió una verdadera adoración a lo largo de toda su vida.
Armonías en negro y gris
En la segunda planta de la Casa Museo Sorolla –donde se encontraban las habitaciones privadas– comienza el recorrido por unas estancias pintadas de gris, color idóneo para realizar con acierto esta lectura del negro que ahora nos ocupa. La exposición reúne un total de 62 obras, cuya pretensión, comenta el comisario Carlos Reyero, “es sacar al espectador de su zona de confort y mostrar otra tesis no contraria a lo sabido, solo complementaria”.
En esta sala dedicada al retrato, la primera sensación que percibe el visitante es de elegancia y señorío. Sus personajes, acostumbrados al formato grande, tienen mucho poderío y se debaten en un diálogo sesgado impuesto por la dualidad del gris y el negro.
Para Sorolla, el gris no era ni un negro manchado de blanco ni un blanco sucio: poseía entidad propia. En aquellos años, además, se convirtió en un color de moda, un distintivo de modernidad, un color cosmopolita que, por encima de todo, envolvía de luz y armonía al retratado. Por el contrario, el negro era una herencia anclada en la tradición española –el Greco, Velázquez, Goya…–; también fue el color que marcaba las tendencias en el vestir. La sobriedad del negro les confería a los hombres honorabilidad, respeto y seriedad; y en las mujeres se consideraba elegante y sexy. Era, sin duda, el color de moda. No podemos olvidar que con los Austrias España fue una abanderada del negro más puro, obtenido del palo de Campeche que venía de las Américas. Vestir a la española fue lo más en toda Europa.
El itinerario de la exposición comienza por los retratos familiares. En ellos prevalece la espontaneidad, dejando en un segundo plano el estatus social que requerían los hombres ilustres. Un buen ejemplo de esto se aprecia en el retrato que pintó Sorolla de su hijo Joaquín. Este aparece en un primer plano con la mirada ensimismada, sentado en un sillón blanco, calzando unos singulares guantes del mismo color y envuelto en un gabán gris. Lejos de ser una contradicción, la pose elegante con que Sorolla inmortaliza a su hijo es fruto de una educación exquisita: es un auténtico gentleman, un hombre cosmopolita.
El retrato de María se asemeja todavía más a una fotografía: es como si el pintor hubiera hecho un zoom con el que se acerca al rostro de su hija destacando sus grandes ojos oscuros; además, su belleza se resalta con el elegante sombrero a la moda que porta sobre su cabeza.
Otro de los retratos familiares que se exhibe en la muestra es el de Clotilde con mantilla negra. Sorolla enmarca la figura de su mujer en un espacio intuido y abstracto: sentada en un sillón, en un primer plano directo, donde destacan las negras texturas envolventes de la tela que, al llegar a los guantes, se convierte en una delicada veladura. Además, el cuadro tiene una esencia española que se manifiesta en la mantilla, el abanico y los guantes.
Según avanza la exposición, hacen acto de presencia los retratos de los ilustres. Destaca el que hizo en 1904 a José Echegaray, para conmemorar la obtención del Premio Nobel de Literatura. El escritor, sentado en un sofá blanco sobre fondo blanco, posa con señorío, transmitiendo la grandeza de su sólida personalidad. También interesa el retrato del famoso crítico de arte, Bartolomé Cossío, que es caracterizado como un personaje del Greco; es más: para dejar constancia de ello, Sorolla introduce en el fondo un pequeño cuadro de El caballero de la mano en el pecho. Por último, no se puede obviar el retrato de la Reina María Cristina, representada por Sorolla con todo el boato de la realeza y la semejanza a los trasnochados retratos de aparato.
Negro simbólico
En este apartado se muestran las connotaciones emocionales asociadas al negro como transmisor de sentimientos –tristeza, melancolía, soledad…–. Una asociación muy lógica si tenemos en cuenta que el negro es la ausencia de luz, la antítesis de lo blanco, que lleva en su ADN sensaciones positivas. Además, Sorolla se acerca a la estética de la España negra –describe con acierto la dureza de vida de algunos tipos populares y clases bajas–. En Estudio para Otra Margarita se aprecia un ejemplo de esta tradición española: el pintor valenciano presenta a dos guardias civiles con fusiles custodiando a una cabizbaja Margarita en un vagón repleto de gente; las caras desdibujadas, el horror vacui y los intensos negros nerviosos y expresionistas convierten la imagen en un episodio desolador. Otro ejemplo es Trata de blancas. Aquí Sorolla denuncia la tristeza y la soledad de unas jóvenes obligadas a prostituirse, vigiladas por una vieja alcahueta vestida de negro; en contraposición, las jóvenes visten con colores que reflejan su inocencia.
Superficies negras y oscuras
Los impresionistas desterraron de su paleta el negro porque era la negación de la luz. Sin embargo, cuando este color se utiliza en una gran superficie contrastada con el blanco y otros colores, adquiere un carácter lumínico. Se trata de un principio pictórico ya utilizado por artistas como Velázquez o Manet. Sorolla utilizó con asiduidad el contraste, como podemos apreciar en La sombra de la barca, donde la propia sombra se convierte en superficie oscura. El artista valenciano también empleó dicho principio para componer cuadros decorativos como el de Mocita andaluza, donde presenta un atractivo juego de blanco sobre negro y negro sobre blanco. Sin embargo, en Tres madrileñas realiza un armónico contraste de colores con diferentes gamas de naranjas, negros y blancos.
Monocromías
La utilización de monocromías por parte del artista supone un ejercicio de virtuosismo con el que consigue transmitir emociones, como se aprecia en el cuadro Día gris en la playa deValencia, donde la atmósfera teñida de grises impregna el cuadro de melancolía. En otras ocasiones, las monocromías son exigidas por el formato destinado a la impresión –como los dibujos que hizo para ilustrar Leyendas, de José Zorrilla–. Estas escenas oscuras con negros y blancos resultan decadentes y esperpénticas por la deformación de los personajes y el ambiente sórdido en que transcurren. Quizás las Pinturas negras de Goya fueron el espejo al que miró Sorolla para su composición.
El pintor valenciano fue un trabajador incasable, cuya fama se extendió por toda Europa y Estados Unidos y dejó un legado a la altura de los grandes maestros de la pintura.