¿Quién es capaz de pensar en el álbum Abbey Road sin ver a los Beatles cruzando el paso de cebra?. O en el Blonde on Blonde sin ver la fotografía desdibujada de Bob Dylan que nos mira fijamente.
Las confluencias de la imagen con la música tienen lugar a partir de planteamientos muy variados. Las grabaciones musicales provocaron una completamente nueva, con año de comienzo y autor. En 1940 Alex Steinweis, un joven de veintitrés años, edita la primera cubierta de discos aplicando los principios del movimiento y la comunicación gráfica modernos. Hasta ese momento, los vinilos se vendían detrás de un mostrador, dentro de fundas marrones con tipografías en negro que indicaban los datos de la grabación.
Fue una auténtica revolución: “Amo tanto la música y tenía tal ambición, que estaba deseoso de ir mucho más allá de lo que diantres me pagaran. Quería que la gente mirara la obra artística y escuchara la música”, afirma Steinweiss. Como nuevo y joven director de arte de Columbia Records, lanzó una idea: “¿Por qué no reemplazamos el envoltorio estándar en marrón liso con una llamativa ilustración?” La compañía aceptó probar y en cuestión de meses sus ventas de discos habían aumentado más del 800%.”
Las cubiertas de discos se convirtieron en uno de los soportes más creativos e influyentes del diseño gráfico del siglo XX, conformando en gran medida el imaginario colectivo.
Parte de la iconosfera
El diseño en la música es una parte importante de la iconosfera. Un universo de imágenes compartidas por millones de oyentes que contemplan las cubiertas cada vez que escuchan sus canciones preferidas. El esplendor de esta disciplina se realiza en el formato vinilo, ahora minoritario. Con el cambio al CD las posibilidades gráficas disminuyeron. Aún más con las descargas digitales. Pese a ello, el álbum necesita la creación que le dé una identidad visual.
Música e imagen articulan sinergias según las interacciones de sus protagonistas.
Están los músicos que indican a los diseñadores cómo quieren que sea la funda: así ocurrió con The Dark Side of the Moon de Pink Floyd.
Hay artistas plásticos capaces de crear iconos poderosos a los que las compañías solicitan su trabajo. Es el caso de Peter Blake para el diseño del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de los Beatles.
O directores de arte que asumen la construcción de la identidad visual de la productora de discos. Dos ejemplos emblemáticos son Reid Miles para Blue Note, y Peter Saville para Factory Records.
Sensibilidad colectiva
Es oportuno indicar que la genialidad de la música no convierte en genial ni icónica su cubierta. Baste recordar el histórico Pet Sounds de los Beach Boys y su pedestre diseño de funda.
Otra parte, posiblemente mayor, del influjo musical está en la configuración de la sensibilidad colectiva, de la que el artista forma parte. Nutre sus vivencias y emociones impulsando su obra en una dirección u otra.
De entre la infinidad de discos grabados en los últimos años quisiera mencionar tres, que sin duda están entre los más influyentes en la sensibilidad contemporánea. Son mundos sonoros capaces de generar conceptos, formas, colores.
En los tres casos, son álbumes debut con excelentes diseños de portada.
Arcade Fire. Funeral. 2005. (Rock)
La ciudad. La principal inspiración para su diseño, comenta Tracy Maurice, fueron la música y las letras del disco, con las que sintió una fuerte empatía. Utilizó un estilo propio de la ilustración de cuentos tradicionales con tipografías de finales del XIX.
Win Butler y Josh Deu son los creadores del grupo formado en Montreal. Excelentes músicos. Despliegan un amplísimo repertorio instrumental en el que prevalecen las cuerdas
El rock tiene muchas formulaciones; en todas ellas es primordial la energía que es capaz de transmitir, y este disco la transmite a chorros. Las intensas interpretaciones desgranan los cambios de la juventud, la vida en el barrio, la enfermedad, la muerte, la esperanza…
La voz de Butler es desgarrada, inmensa, capaz de provocar junto a los coros de su grupo dramáticos lamentos, o auténticas efusiones de ganas de vivir.
A David Bowie le entusiasmaron: “Mezclan de todo; desde Motown hasta Chanson, pasando por Talking Heads y The Cure en una adrenalina caleidoscópica” (Rolling Stone, 10-03-2005). En cuanto tuvo ocasión, tocó con ellos en directo uno de los temas emblemáticos del disco, Wake Up.
Cuando un periodista les preguntó porqué hablan tanto del frío en sus canciones, ellos le contestaron rápidamente: “¿Tú no has vivido en Montreal, verdad?”
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Fleet Foxes. Fleet Foxes. 2008. (Folk)
La naturaleza. El propio grupo eligió la imagen de cubierta. Un fragmento del cuadro Los proverbios flamencos, pintado por Pieter Brueghel el viejo en 1559. Les evocaba el aire bucólico del disco.
Originarios de Seattle, Robin Pecknold y Skyler Skjelset tuvieron claro ya en el instituto que querían dedicarse a la música.
En 2008 grabaron con su conjunto este disco homónimo. No tardó en llegar el reconocimiento; el periódico británico The Guardian lo calificó de “hito en la historia de la música americana, un clásico”.
Desarrollan un gran virtuosismo instrumental en la ejecución de los temas. Su estilo es intimista, barroco, con toques de psicodelia. Deslumbran sus armonías vocales.
La hipnótica voz de Robin Pecknold transmite calidez espiritual, aires sureños. Aglutina la desbordante sonoridad de la banda, llevándonos a espacios abiertos, interminables. Tiger Mountain Peasant Song, White Winter Hymnal o Meadowlarks, son algunos de los temas de un disco que deja una profunda huella en los sentidos.
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James Blake. James Blake. 2011. (Electrónica)
El futuro. Alexander Brown, creador visual de amplio registro, revisita las fotografías del futurista Anton Giulio Bragaglia (1890-1960) para materializar la portada del disco. Un retrato de Blake. Un pretexto para representar el verdadero tema: el movimiento.
La música de este joven británico –21 años cuando editó el disco– es casi un género en sí misma. Capaz de acometer cualquier aspecto en la producción, ejerce de DJ consumado.
Normalmente, la música electrónica juega sus mejores bazas en las pistas de baile. Hay excepciones, por supuesto: en el caso de Blake, es de una entidad extraordinaria.
Cuando oímos el álbum no hay una percepción de lugar, sino de tiempo: el futuro. Asociado el concepto a la música electrónica no parece extraño, lo que resulta singular es que ese futuro tenga una belleza y una poesía inéditas.
Fusiona una rica variedad de sonoridades: el piano –omnipresente–, sonidos mecánicos, industriales, sintéticos, de los que obtiene calor humano.
Blake saca partido a la belleza de su voz. La manipula con multitud de samplers, ritmos… en tiempos cambiantes, casi siempre pausados. Las relaciones afectivas, encuentros y desencuentros recorren la temática de sus letras.
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